La habitación del hospital es un escenario desolado donde mi cuerpo yace inmóvil, aprisionado por una parálisis que ha robado mi autonomía. Soy una mujer de convicciones fuertes, madre y abogada apasionada. Pero ahora, solo queda mi mente atrapada en una jaula de carne y hueso.
Los días se desvanecen en una mezcla de oscuridad y luz. En la oscuridad, me encuentro sumergida en pensamientos negativos, ahogada por la impotencia y la frustración. La incapacidad de hablar o moverme me lleva a un abismo de desesperanza, donde las lágrimas silenciosas son mi única expresión. Cada parte de mi ser anhela la libertad que mi cuerpo me ha negado.
La soledad se cierne sobre mí como una sombra implacable. Escucho los susurros de médicos y familiares a mi alrededor, sus palabras llenas de compasión y preocupación. Pero no pueden escuchar mis pensamientos, mis súplicas desesperadas para ser liberada de este cautiverio de carne. Siento cómo la llama de mi voluntad se desvanece lentamente, consumida por la incertidumbre y el dolor.
Sin embargo, incluso en medio de las sombras, hay destellos de luz que luchan por penetrar mi desesperación. Recuerdo los momentos preciosos que compartí con mis seres queridos, las risas y el amor que nos unieron. Esas memorias se convierten en mi refugio, en un faro de esperanza que me permite aferrarme a la vida y resistir.
A través de las sombras de mi mente, también vislumbro una fortaleza oculta que se niega a rendirse. Mi espíritu se alza como un guerrero valiente, dispuesto a luchar contra las adversidades que la vida me ha impuesto. Aunque mi cuerpo esté paralizado, mi determinación se mantiene intacta.
Y entonces llega el día en que la realidad me golpea con su crudeza ineludible. Los médicos y mi familia, cargados de tristeza, toman la difícil decisión de desconectarme de los artefactos que mantienen mi existencia. Me enfrento al momento final, al último capítulo de esta historia de vida.
La sala está llena de silencio pesado y lágrimas contenidas. Puedo sentir la angustia en el aire, las miradas llenas de amor y despedida. A medida que los hilos artificiales de vida se desvanecen, mi consciencia se aferra al último latido de mi corazón. En medio de la desconexión, experimento una paradoja abrumadora: la liberación y la tristeza se entrelazan en una danza incomprensible.
Y así, en ese último aliento, mi consciencia se desvanece en el abrazo de la eternidad. Mi historia, marcada por la adversidad y el sufrimiento, ha llegado a su fin. Pero mi legado de amor y resiliencia perdurará en los corazones de aquellos a quienes toqué.
Moraleja: Aprecia los destellos.