Eran las cinco de la mañana cuando el sonido seco de varios disparos rompió el silencio del refugio. Me desperté de golpe, el corazón latiendo con fuerza. Durante unos segundos, me quedé inmóvil, intentando comprender si aquello era un sueño o estaba sucediendo de verdad. Otro disparo resonó, más cercano esta vez, disipando cualquier duda.
Me levanté rápidamente y abrí la puerta. El pasillo estaba lleno de estudiantes que, al igual que yo, se asomaban desde sus habitaciones, con rostros somnolientos y preocupados, intentando entender qué estaba pasando.
De repente, Melania apareció al final del pasillo principal, el que conducía al patio, sosteniendo una pistola en la mano. Mi primera reacción fue de pánico: ¿quién era realmente esa mujer? ¿Una infiltrada? ¿Alguien peligroso que había venido a eliminarnos?
Pero antes de que pudiera dar rienda suelta a mi imaginación, vi a Renar detrás de ella. Caminaba con su característico aire serio, aunque esta vez parecía casi divertido. Fue entonces cuando lo entendí: esto no era un ataque, sino una especie de bienvenida... un inicio inesperado y ruidoso para nuestras nuevas clases de defensa personal.
Suspiré aliviado, aunque no pude evitar pensar que tal vez se estaban tomando demasiado en serio eso de enseñarnos a sobrevivir.
—¿Qué pasa, que nadie es capaz de salir al patio a ver qué está pasando? —gritó Melania con una voz firme que resonó por todo el pasillo.
Nos quedamos paralizados, mirándonos unos a otros sin saber qué hacer.
—Si esto fuera un ataque enemigo, el refugio habría caído y todos ustedes estarían muertos —continuó, paseando la mirada por nuestras caras aún adormiladas—. A partir de hoy, a las cinco en punto quiero a todo el mundo en el patio. Si llego y falta algún alumno, todos los demás sufrirán un castigo.
Mientras hablaba, vi a Renar al fondo, apoyado contra la pared con una sonrisa que no podía disimular. Estaba disfrutando aquello, como si todo le recordara a sus tiempos en el campo de batalla.
—Chicos y chicas, ella es Melania, vuestra nueva profesora. Creo que no hace falta añadir nada más a su magnífica presentación —dijo finalmente, avanzando hacia nosotros con las manos cruzadas a la espalda—. Tenéis cinco minutos para vestiros y estar en el patio. Es vuestra primera clase de defensa personal.
—¡Y el tiempo empieza... ahora!
Todos entramos a nuestras habitaciones, tropezando entre nosotros para prepararnos lo más rápido posible. Por lo visto, la vida en el refugio estaba a punto de volverse mucho más interesante... y agotadora.
Corrimos a nuestras habitaciones como si nos fuera la vida en ello. En apenas tres minutos, ya se escuchaba a varios compañeros atravesando los pasillos, las pisadas resonando con fuerza contra el suelo. Me puse una sudadera a toda prisa, cogí mis zapatillas y salí disparado hacia el patio. No pensaba ser el último en llegar.
Al llegar, vi que la mayoría ya estaba allí. Algunos jadeaban, intentando recuperar el aliento. Sin embargo, aún faltaban dos: Elena y Dante.
Pasaron un par de minutos cuando Elena apareció, corriendo como si estuviera siendo perseguida. Llegó al patio completamente fuera de sí, pero al menos había conseguido evitar ser la última. Dante, en cambio, seguía sin aparecer.
Esperamos cinco largos minutos más, todos en completo silencio, sintiendo cómo el aire frío de la madrugada se colaba entre nuestras ropas. Finalmente, Dante apareció trotando, visiblemente cansado y despreocupado, como si no entendiera la gravedad de la situación.
Melania, con un gesto de piedra y la mirada clavada en él, alzó la mano y señaló el espacio junto a ella.
—Ven aquí —ordenó con una calma que helaba.
Dante tragó saliva y avanzó lentamente, mientras nosotros nos manteníamos inmóviles, preguntándonos cuál sería su castigo.
—Bueno, ¿nos explicas por qué has tardado cinco minutos más que el resto? —preguntó Melania, clavando sus ojos fríos en Dante.
—Pues... —balbuceó él, claramente nervioso, como si buscara desesperadamente las palabras adecuadas—. La puerta de mi cuarto suele quedarse atascada, por lo que no podía entrar. Elena me estuvo ayudando a abrirla. Por eso ella llegó tarde.
Dante estaba aterrorizado, mirando a Melania como si ella pudiera sentenciarlo con una sola palabra.
—Vale —respondió ella, con tono imperturbable, lo que lo hizo aún más aterrador—. Pues vosotros dos os quedáis aquí conmigo. El resto, dad cinco vueltas al patio y, cuando acabéis, cien flexiones.
Hubo un murmullo entre nosotros. Miradas de confusión y susurros se cruzaron en el grupo mientras nos preguntábamos por qué ellos dos no compartían el castigo. Pero antes de que pudiéramos debatir más, Melania alzó la pistola y disparó al aire.
El sonido nos dejó a todos en silencio, el eco del disparo aún resonando en nuestras cabezas.
—¿Qué os he dicho? —gritó, visiblemente alterada.
Se giró hacia Elena y Dante, y con un tono más bajo pero igual de firme, continuó: —Vosotros dos me ayudaréis a que ninguno se salte ni una flexión.
—Melania, ¿por qué nosotros no corremos? —se atrevió a preguntar Dante, aunque le temblaba la voz.
—Porque tus compañeros te abandonaron —respondió sin pestañear, como si la respuesta fuera obvia.
Entonces giró sobre sus talones y gritó, con una voz que cortaba el aire:
—¡Atentos todos! Habéis priorizado llegar los primeros antes de ayudar a un compañero. Por ese motivo tenéis este castigo, a ver si así aprendéis que somos todos del mismo bando. Aquí no sobreviviréis si pensáis que podéis actuar individualmente.
Sus palabras calaron hondo. Algunos agacharon la mirada, otros intercambiaron miradas incómodas, pero nadie osó replicar. Sabíamos que Melania no hablaba por hablar... y que lo que nos esperaba no sería nada fácil.
Después de que Melania terminara de hablar, nos pusimos a correr. Apenas llevaba dos vueltas cuando ya me costaba respirar; no estaba acostumbrado a correr, y menos con el aire gélido que cortaba los pulmones como cuchillas. El sol ni siquiera había asomado, y el frío hacía que todo fuera aún más difícil.
Editado: 14.11.2025