Me desperté a las cuatro y media de la madrugada. Quedaba media hora para mi segunda clase con Melania y no podía permitirme llegar tarde. Alicia seguía durmiendo, así que intenté levantarme con cuidado para no hacer ruido, pero aun así la desperté.
—¿Te ibas a ir sin despedirte? —murmuró, medio dormida.
—Nunca me iría sin hacerlo —me acerqué, le di un beso y añadí—. Nos vemos para comer, ¿vale?
—Perfecto, que te sea leve hoy en clase.
Con una sonrisa perezosa, se volvió a acurrucar en la cama mientras yo salía de su habitación.
Al pasar junto al baño, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Recordar lo que había ocurrido la noche anterior me ponía los pelos de punta. Aceleré el paso hasta llegar al pasillo de mi habitación, donde algunos compañeros ya estaban despiertos y otros se dedicaban a levantar al resto. Nadie quería enfrentarse a un castigo.
Entré en mi cuarto, me cambié rápidamente y salí al pasillo para reunirme con los demás
—¿Estamos todos? —pregunté a mis compañeros.
—Falta Dante otra vez. Voy a ver cuánto le queda —respondió Elena.
Pasaron cinco minutos hasta que regresó.
—Pues no está en su habitación, ¿estará en el baño?
—Imposible, yo acabo de pasar por ahí y no había nadie. Seguro que está en el patio. Conociéndole, lleva desde las cuatro allí para no volver a llegar tarde —dije con ironía.
—Vale, pues vámonos todos para allá.
Eran las cinco menos diez de la madrugada cuando salimos juntos hacia el patio. Allí estaba Melania, esperándonos con una sonrisa en el rostro mientras nos observaba acercarnos.
—Muy bien, parece que habéis captado algo de la clase de ayer. Hoy será divertida. Un momento… no veo a mi alumno favorito. ¿Dónde está Dante?
—¿No está aquí? —respondió Elena—. Lo buscamos, pero no estaba en su habitación. Supusimos que ya habría llegado.
—Aquí no ha llegado nadie antes que vosotros. Y justo cuando estabais haciendo todo bien, la habéis cagado… —Un grito interrumpió a Melania—. ¿Lo habéis oído? —preguntó mientras nosotros nos quedábamos pálidos. Nadie entendía lo que estaba pasando.
—¡Ayuda! —se oyó de nuevo, esta vez claramente. Era la voz de Dante y provenía del observatorio.
Melania reaccionó al instante, desenfundó su pistola y salió corriendo hacia el observatorio. Solo cuatro alumnos nos atrevimos a seguirla, entre ellos Elena y yo.
Cuando llegamos, la puerta del edificio estaba cerrada, como era de esperar. Sin embargo, el grito se escuchaba claramente desde dentro. Melania no dudó, rompió una de las ventanas que daban a la recepción y se coló. Desde allí nos abrió la puerta para que pudiéramos entrar.
—No os separéis de mí, y si veis algo, avisadme. Pero ni se os ocurra gritar. Solo tocadme y señalad lo que sea, ¿entendido? Nada de hablar a partir de ahora —ordenó Melania con voz firme.
Comenzamos a avanzar. Ella llevaba una linterna apoyada en su pistola, iluminando cada rincón mientras apuntaba con cuidado. Inspeccionamos minuciosamente la entrada antes de seguir subiendo, revisando cada planta sin encontrar nada.
Finalmente, llegamos a la última planta, donde estaba la entrada al observatorio. La puerta estaba abierta, y las luces encendidas, como si alguien estuviera dentro.
Entramos con precaución, pero el lugar estaba completamente vacío. No había ni rastro de Dante. Nos adentramos hasta el centro de la habitación, cuando de repente la puerta se cerró de golpe tras nosotros.
Nos giramos rápidamente, sobresaltados por el ruido, pero no había nadie. Estábamos completamente solos en aquella habitación. Fue entonces cuando lo sentí de nuevo: el mismo frío intenso que me había recorrido la noche anterior.
—¿Oye, no tenéis mucho frío? —pregunté en voz baja, tratando de mantener la calma.
Todos asintieron con la cabeza, menos Melania. Ella seguía imperturbable, con la mirada fija en el entorno, tan tranquila como cuando la vimos por la mañana, pero su postura revelaba que estaba alerta.
—¡DANTE, NO! —el grito desesperado de Elena nos hizo girarnos de golpe hacia donde miraba.
Lo vimos. Dante colgaba de la lámpara con una cuerda alrededor del cuello. No llevaba camiseta, y en el pecho tenía una marca oscura, casi quemada, que formaba un símbolo con forma de luna creciente invertida. Su rostro estaba pálido como la cera, con los ojos rebosando de sangre y la boca seca y agrietada.
Alicia siempre hablaba de los detalles que estudiaban en sus clases de forense, y recordé lo que decía sobre los signos de descomposición. Dante parecía llevar muerto varias horas, pero eso era imposible: lo habíamos escuchado gritar apenas diez minutos antes.
Elena estaba en shock, arrodillada en el suelo. Nos acercamos para cubrirla, para que no viera a Dante. Eran pareja desde hacía un año, se querían profundamente, siempre estaban juntos. Melania acercó una silla al cadáver de Dante, se subió a ella y cortó la cuerda. Luego bajó el cuerpo, lo apoyó en la silla y sacó un walkie-talkie.
—Soy Melania, tenemos una urgencia.
No pasó ni un minuto cuando respondieron.
—¿Qué ha pasado, Melania? —era Anmon, el director.
—Ha aparecido Dante ahorcado en el observatorio, tiene signos de violencia. He activado el protocolo de cierre.
—Vale, mando un equipo para tu posición. Ya sabes lo que tienes que hacer.
—Chicos, tenéis que iros, nosotros nos encargamos de esto. Volved con vuestros compañeros, tenéis el día libre. Y por favor, no dejéis sola a Elena.
—Melania, yo me quedo hasta que lleguen. No te voy a dejar sola aquí —le dije.
—Vale, Lucas. Los demás, fuera. Salid corriendo sin parar hasta el patio.
Entonces, los otros dos compañeros tomaron a Elena, aún en shock, y la sacaron fuera.
—¿Qué opinas, Lucas, de lo que ha sucedido?
—No lo sé, estoy algo aturdido. Cuando entramos, no estaba aquí. No lo he querido decir, pero no estaba.
—Lo sé, yo tampoco vi nada en esta lámpara. Es todo muy raro.
Editado: 29.11.2025