La Oscuridad Que Sueñas

Capítulo 4 - El refugio

No sabía quién estaba llamando a la puerta. Me quedé completamente inmóvil, esperando que quien fuera se cansara y se marchara, pero volvieron a tocar. Esta vez deslizaron una nota por debajo de la puerta.

Me mantuve quieto un par de minutos más, desconfiado y con el corazón latiendo con fuerza. Estaba asustado, pensando que alguien me habría visto entrar en la habitación de Dante y que me castigaría por eso. Finalmente, reuní el valor para acercarme. Cogí la nota, pero, para mi sorpresa, no tenía nada escrito.

De repente, un golpe seco resonó en la puerta. El impacto fue tan fuerte que caí al suelo del susto. Quien fuera no parecía querer dialogar conmigo.

Le dieron un par de golpes más a la puerta, hasta que empecé a escuchar mucho escándalo en el pasillo y luego lo que parecía una pelea. Esta vez, cogí la silla de madera y me atreví a salir para ver qué estaba pasando. Justo antes de abrir la puerta, vi cómo un líquido rojizo entraba por debajo. Parecía sangre.

Abrí la puerta lentamente, y justo en ese momento escuché una voz amiga.

—Lucas, tranquilo, puedes salir. —Era la voz de Melania.

Abrí la puerta y allí estaba Melania, inmovilizando a la persona que estaba destrozando mi puerta. Llevaba la cara cubierta con un pañuelo y una sudadera negra, manchada de aquel líquido rojo. Al girarme hacia la puerta, me di cuenta de que tenía pintada la luna invertida, aunque la figura comenzaba a desdibujarse, ya que el líquido chorreaba lentamente hacia el suelo.

—¿Estás bien, Lucas? —me preguntó Melania, con la voz firme pero tranquila.

—Sí, estoy bien… ¿Qué ha pasado?

—Nada, parece que eres alguien muy popular y tienes algunos admiradores demasiado entusiastas —dijo con ironía—. Pero ahora dime, ¿por qué entraste en la habitación de Dante?

—Necesitaba respuestas. No puedo estar tranquilo sin saber qué está ocurriendo —contesté, tratando de justificarme.

—Pues por esa imprudencia tuya, estuviste a punto de morir —replicó Melania, apretando los dientes.

Entonces levantó al individuo encapuchado y le quitó el pañuelo que cubría su rostro. Mi sorpresa no podía ser mayor: era Elena, la persona que más tiempo había pasado con Dante.

—¡Tú mataste a Dante! —me acusó Elena, con los ojos encendidos por la furia—. ¡Por qué tuviste que volver a la habitación de Alicia! Arruinaste todo, y ahora lo vas a pagar —gritaba, fuera de sí.

—Tú no vas a tocar a nadie más. Yo misma me aseguraré de ello —intervino Melania, con una voz tan firme que incluso Elena pareció quedarse sin palabras. Luego se giró hacia mí—. Lucas, limpia tu puerta antes de que alguien más vea esto. Tú y yo tenemos que hablar más tarde.

Asentí sin decir nada, sintiendo que el peso de todo lo ocurrido recaía cada vez más sobre mis hombros.

Melania se llevó a Elena por los pasillos y la subió a la planta de los profesores. En el acceso al pasillo, dos compañeros que habían estado conmigo esa misma mañana en clase custodiaban la entrada. ¿Serían ellos los encargados de vigilarme? Les hice un gesto de agradecimiento, y ambos me lo devolvieron antes de alejarse, dejándome completamente solo en el pasillo de las habitaciones. El ambiente era inquietantemente extraño; a pesar de ser pleno día, no había nadie más en sus cuartos.

Comencé a limpiar la puerta como me había indicado Melania. Al terminar, algunos compañeros comenzaron a regresar. Al parecer, Renar los había citado a todos en el salón de actos para una reunión. Sin embargo, a mí no me habían avisado, lo que me hizo pensar que quizás me habían usado como cebo para atrapar a Elena.

Guardé los utensilios de limpieza y regresé a mi habitación. Necesitaba una ducha para despejarme, además de prepararme para la hora de la cena. Me duché rápido, me vestí y salí hacia el comedor.

Al llegar, noté que Alicia aún no había llegado, así que me apoyé en la pared frente a la entrada y decidí esperar. No tardó mucho en aparecer; llegó corriendo y, al verme, me abrazó con fuerza.

—¿Cómo fue el día, Lucas? —me preguntó con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Si yo te contara… Pero no me apetece hablar del tema ahora mismo. Quiero distraerme, desconectar un poco, y disfrutar de estar contigo.

—Qué romántico te pones cuando quieres, ¿eh? —dijo burlona, justo antes de besarme con dulzura.

Entramos al comedor y nos sentamos a cenar. Me encantaban esos momentos con ella; eran mi oasis, mi desconexión total. Siempre disfrutaba escucharla. En general, hablaba más que yo, probablemente porque mi día a día era más monótono y físico, mientras que su especialidad le ofrecía experiencias interesantes de las que siempre tenía algo nuevo que contar.

Últimamente, además, me descubría perdido en su presencia. Me quedaba embobado mirando lo guapa que era: esas pecas alrededor de su nariz, sus ojos verdes que parecían siempre llenos de vida, su boca que atraía como un imán, y la forma en que apartaba con gracia su cabello castaño de la cara. Pero su sonrisa… su sonrisa era lo más especial de todo; transmitía una felicidad tan pura que, estaba seguro, podría conmover incluso al mismo diablo. No dejaba de preguntarme cómo había tardado tanto en fijarme en ella. Era perfecta.

Cuando terminamos de comer, fuimos a su habitación. No podía dejarla sola por la noche, no después de haber encontrado los dibujos de Dante ni tras la situación con Elena. ¿Habría más gente que también iba tras ella?

Al llegar, nos tumbamos en su cama, abrazados. Permanecimos así, sintiendo la calidez del otro, hasta que el cansancio nos venció y nos quedamos dormidos.

Me desperté a mi hora para asistir a mi clase de la mañana. Me despedí de Alicia con un beso y salí hacia el patio.

Al llegar, me sorprendí al encontrar unas enormes cajas llenas de armas: cuchillos, pistolas y rifles de caza. Un momento inesperado, ya que estas prácticas no eran comunes. Entonces aparecieron Melania y Renar, caminando con paso firme.



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En el texto hay: misterio, oscuridad, mental

Editado: 29.11.2025

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