La Oscuridad Que Sueñas

Capítulo 7 - Mal presagio

El agua caliente que caía de la ducha sobre mi cabeza parecía llevarse todas las tensiones acumuladas. Hacía tiempo que no sentía una paz así. Dejé que el agua fluyera unos minutos más antes de cerrar el grifo. Cogí la toalla que estaba sobre la mesita, me sequé y me la enrollé en la cintura. Salí del baño y el contraste de la noche me envolvió de inmediato.

La luna, brillante y fría, se filtraba a través de la ventana. Me acerqué a la chimenea para disfrutar del calor de las brasas, luego me giré hacia la cama, y allí estaba ella, tumbada, completamente desnuda. Me quedé observándola unos segundos, hipnotizado. Cada día me gustaba más esa mujer. Estaba de lado, con el cabello esparcido sobre la almohada, tan vulnerable y perfecta. Me tumbé junto a ella y empecé a acariciarle la espalda con suavidad. Su piel parecía tan delicada. Me incliné hacia su cuello y le di un beso, despertándola con ternura.

—¿Qué haces despierto tan temprano? —preguntó con voz somnolienta—. Vuelve a la cama.

Me acurruqué junto a ella. En ese momento no necesitaba nada más para ser feliz. Quería que ese instante durara para siempre. Pero, de repente, unos golpes en la puerta rompieron la tranquilidad. Al principio pensé que era mi imaginación, pero volvieron a sonar, esta vez con más fuerza.

—¡Voy! —dije, levantándome de la cama con desgana. Me acerqué a la puerta, deslicé el pestillo y la abrí. Afuera no había nadie. Miré a mi alrededor desde el porche, pero lo único que podía ver eran los árboles que rodeaban nuestra casa. Tal vez sería una broma de algún gracioso, pensé. Cerré la puerta y volví al dormitorio.

Para mi sorpresa, ella ya no estaba en la cama. Supuse que habría ido al baño, pero al revisar tampoco estaba allí. Una inquietud comenzó a crecer en mi interior. La casa no era tan grande como para que pudiera esconderse.

Un golpe ensordecedor en la puerta de entrada hizo que me tambaleara. Mi corazón se aceleró mientras intentaba mantener el equilibrio. Caminé hacia la puerta, furioso y asustado al mismo tiempo.

—¡Dejen de molestarnos! —grité, esperando que mi amenaza funcionara.

El silencio volvió, pero la sensación de intranquilidad persistía. Me giré hacia el salón y empecé a buscarla desesperadamente. ¿Dónde se había metido? El miedo empezaba a dominarme, aunque intentaba racionalizar la situación.

Entonces, otro golpe, más fuerte y violento que los anteriores, resonó en la puerta. Mi cuerpo entero se tensó. Ahora, el miedo era incontrolable. ¿Qué estaba pasando? ¿Y dónde estaba ella?

—¡VETE! —grité una y otra vez, mi voz quebrándose hasta que las lágrimas comenzaron a brotar, pero los golpes seguían aumentando en intensidad, retumbando como tambores en mi cabeza—. ¡ALICIA, ¿DÓNDE ESTÁS?!

Mi grito desgarrador pareció detener el tiempo. De repente, todo se sumió en un silencio abrumador, un vacío que me envolvía. Ni siquiera el viento osaba romperlo. Entonces, sin aviso, la luz se apagó.

Caí de rodillas, derrotado por el miedo. Mis manos temblaban mientras trataban de sostenerme, pero el terror me tenía paralizado. No podía gritar, no podía moverme. Lo único que podía hacer era fijar mi mirada en la puerta, esperando… temiendo.

Un último golpe resonó, un impacto que destrozó el pestillo y dejó la puerta abierta de par en par. Fueron cinco segundos que se alargaron como una eternidad. Permanecí en el suelo, arrodillado, incapaz de reaccionar, mientras el umbral oscuro parecía devorar todo a su paso.

Entonces, algo irrumpió en la casa. Una figura. Un hombre, o lo que parecía serlo, se lanzó hacia mí con una rapidez inhumana. Antes de que pudiera procesar lo que ocurría, me agarró por la cintura y me levantó del suelo como si no pesara nada. Sus manos ejercían tanta presión en mi estómago que parecía que mis órganos se comprimían dolorosamente.

No podía respirar, no podía gritar. Levanté la mirada con el poco control que me quedaba, y lo vi. O mejor dicho, vi lo que no estaba ahí: no tenía rostro. Su cabeza era lisa, sin boca, sin ojos, sin nariz. Era una abominación que desafiaba toda lógica, algo que no debía existir.

El pánico me consumía. Mi cuerpo estaba al borde del colapso, luchando por conseguir un poco de aire. Entonces, de repente, me soltó. Me desplomé contra el suelo, inmóvil, con la respiración entrecortada y los músculos paralizados. Desde el suelo, lo vi correr hacia la puerta y desaparecer en la noche tan rápido como había entrado.

Me desperté de golpe, bañado en sudor, el corazón desbocado y los pulmones buscando aire como si realmente hubiera estado a punto de morir. Todo parecía tan real que me tomó varios minutos distinguir sueño de realidad. Me senté en la cama, tratando de calmarme, pero era imposible. La sensación persistía, y el miedo no se iba.

Decidí salir al patio en busca de aire fresco. La brisa nocturna me golpeó suavemente, enfriando el sudor en mi piel. Al levantar la vista, la vi: Melania estaba allí, en el patio. ¿Qué hacía tan temprano? ¿Había algo más que yo no sabía?

—Lucas, ¿qué haces aquí tan temprano? Aún faltan horas para las clases —preguntó Melania, con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—He tenido una pesadilla horrible y necesitaba aire fresco —respondí, frotándome el rostro, todavía afectado por lo que había soñado.

—¿No habrás vuelto a soñar con la niña?

—No, esta vez fue distinto. Estaba con Alicia en una casa, los dos solos, y un hombre sin rostro apareció. Sentí que me mataba. Ha sido una experiencia mucho peor que cuando soñé con la niña.

—Bueno, todos tenemos pesadillas de vez en cuando. Además, ya han pasado tres semanas desde que Alicia se fue. Tu mente, de alguna forma, está intentando superar eso.

—Supongo que tienes razón. Bueno, voy a volver a mi cuarto. Nos vemos luego, Melania.

Regresé a mi habitación, pero sabía que no podría volver a dormir. La inquietud seguía latente, así que me cambié y me senté frente al escritorio. Decidí escribir, dejar que las palabras fluyeran, intentando poner en orden lo que sentía.



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En el texto hay: misterio, oscuridad, mental

Editado: 29.11.2025

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