La Oscuridad Que Sueñas

Capítulo 11 - Nuevos comienzos

Solo podíamos escuchar gritos, explosiones y disparos. Era una batalla campal. Nosotros estábamos sentados en nuestras camas, siendo apuntados por los ocho soldados, quienes parecían más atentos al caos del muro que a nosotros. En uno de esos despistes, Hugo aprovechó para escabullirse sin ser visto. Antes de desaparecer, nos hizo un gesto para que esperáramos, como si tuviera un plan para sacarnos de esa situación.

—¿Dónde está Hugo? —preguntó un soldado, con tono amenazante, mientras paseaba la mirada entre nosotros.

—No sabemos. Estaba aquí y desapareció —respondió Esmeralda, con calma.

—¿Tú te crees que somos idiotas? —gritó el soldado, apretando el arma entre sus manos.

—Para nada. Solo he respondido a la pregunta que acabas de formular —dijo Esmeralda, con un tono chulesco que hizo que todos contuviéramos el aliento.

—¿Me estás vacilando, niñata?

—Un poco, la verdad. Es por quitarle importancia al asunto. Al final tiene pinta de que vamos a morir todos esta noche.

—¡Se acabó! —gritó el soldado, fuera de sí. Caminó hasta Esmeralda, la cogió del pelo y la arrastró por el suelo hacia la entrada de la tienda.

Todos nosotros nos levantamos al instante, pero los demás soldados nos apuntaron con sus armas, amenazando con disparar si intentábamos movernos.

—¡Dime dónde está Hugo ahora mismo o te fusilo aquí mismo delante de tus amigos! —le gritó el soldado a Esmeralda, a escasos centímetros de su rostro.

Esmeralda, lejos de parecer asustada, se mostraba tranquila. Demasiado tranquila. Incluso parecía disfrutar de la situación. No entendía qué pasaba por su cabeza.

—Así que sigues sin decir nada... Pues tú lo has querido —gruñó el soldado.

Cargó su arma, la apuntó directamente a la cabeza de Esmeralda y se preparó para disparar.

—¡No, por favor! —gritamos todos, con lágrimas en los ojos, incapaces de movernos.

Esmeralda nos miró, con una sonrisa extrañamente serena.

—Tranquilos, chicos. Ella me cuida —dijo, como si estuviera hablando de algo que solo ella entendía.

Cerré los ojos, incapaz de soportar la idea de ver cómo la mataban. Y entonces, el disparo sonó. Escuché a Nora romper a llorar a mi lado y supe que Esmeralda había muerto. Pero algo dentro de mí me decía que mirara, que no todo estaba perdido.

Abrí los ojos, y lo que vi me dejó sin aliento. El soldado que había estado apuntando a Esmeralda estaba tirado en el suelo, con un disparo en la cabeza. Los otros soldados parecían paralizados, como si no entendieran lo que acababa de ocurrir.

Entonces, la vi. Detrás de ellos, estaba la niña. Aquella niña que había visto antes. Me miraba con una sonrisa extraña, como si disfrutara del caos. Levantó una mano lentamente, y, de repente, los soldados restantes cogieron sus armas, se las colocaron en la cabeza y, sin vacilar, apretaron el gatillo.

Los ocho soldados habían muerto. O mejor dicho, habían sido controlados. Esa niña había manipulado sus mentes, porque apenas unos minutos antes su única intención era matarnos.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Hugo, quien acababa de regresar corriendo, con un arma en la mano y expresión de desconcierto.

—Mi ángel de la guarda nos ayudó —respondió Esmeralda, riendo de una forma peculiar que me puso los pelos de punta.

Aproveché para mirar de nuevo hacia donde estaba la niña, aún sin poder creerlo.

—Oye, Nora, ¿ves algo en aquella parte? —le pregunté, señalando hacia donde ella estaba.

—No, no hay nadie. Pero podemos escapar por ahí. Buena idea, Alicia. ¡Chicos! Vámonos de aquí. No sé qué ha pasado, pero no podemos perder el tiempo. Ya hablaremos de esto cuando estemos a salvo.

Sin perder un segundo, comenzamos a recoger nuestras cosas y a movernos hacia la salida. La imagen de aquella niña seguía grabada en mi mente, pero no había tiempo para procesarla. Ahora, lo único que importaba era sobrevivir.

Todos nos levantamos y cogimos nuestras cosas, saliendo corriendo de la carpa sin mirar atrás. Mientras pasábamos junto a la niña, sentí cómo su sonrisa seguía clavada en mí, como si me acompañara en cada paso. Nadie más pareció notarla, ni siquiera Esmeralda, que pasó a escasos centímetros de ella. Antes de perderla de vista, lo único que salió de mi boca fue un tímido "Gracias".

La niña inclinó ligeramente la cabeza, en un gesto que casi parecía una despedida, y comenzó a caminar hacia la dirección de la batalla. Me invadió una confusión extraña. ¿Era realmente la niña de la que hablaba Lucas? ¿O era el espíritu de la hija de la comandante, vengándose desde algún lugar más allá de la lógica? Nunca creí en fantasmas, pero no podía explicar lo que acababa de presenciar.

Llegamos al contenedor que servía de salida del puesto avanzado. Por suerte, el ataque se había concentrado en la zona opuesta, lo que dejó este lado completamente desprotegido. Abrimos la puerta y escapamos al exterior, encontrándonos con un vacío extraño. No había soldados enemigos, ni siquiera un pelotón vigilando posibles fugas.

El silencio del exterior contrastaba con la furia que aún se escuchaba desde el interior del puesto. Algo no cuadraba. Sin embargo, no había tiempo para cuestionarlo. Corrimos durante un buen rato, adentrándonos en el bosque oscuro, evitando encender linternas o hacer ruido que pudiera delatarnos.



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En el texto hay: misterio, oscuridad, mental

Editado: 29.11.2025

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