Habían pasado tres días desde que rescatamos a Sara de las garras de Gal. Seguía sin despertar, pero los doctores del refugio nos aseguraron que viviría. Lo peor había quedado atrás, aunque nos advirtieron que las secuelas podían ser severas. Cuando la trajimos, apenas respiraba, y temían que la falta de oxígeno hubiera causado daños irreparables en su cerebro. Hasta que no despertara, nadie podría confirmar las consecuencias.
En cuanto a la escuela, Melania reforzó la seguridad. Había comenzado a inspeccionar cuarto por cuarto, buscando posibles cómplices de Gal. Para mí, todo aquello parecía una pérdida de tiempo. Como ella misma me había dicho, Gal era alguien incapaz de hacerle daño a una mosca. Pero, en cuestión de segundos, algo se rompió dentro de él y no dudó en disparar. Eso significaba que cualquiera podía ser un enemigo potencial.
Yo pasaba los días junto a Sara, ahogándome en la culpa. No podía dejar de pensar en lo estúpido que había sido, en el tiempo perdido aquel fatídico día, en mi decisión de dejarla sola. Si le quedaba alguna secuela, jamás podría perdonármelo.
Cada mañana, Anmon venía a la habitación. Su rostro cargaba un peso que parecía hacerlo aún más mayor. Siempre me preguntaba lo mismo:
—¿Ha cambiado algo durante la noche?
Y mi respuesta era siempre la misma:
—Nada. Sigue igual que el primer día.
Aquella mañana, su voz tembló mientras tomaba la mano de su hija.
—Todo esto es mi culpa… —susurró.
—¿Por qué piensas eso? —pregunté, sorprendido por la dureza de su declaración.
—Después de lo que pasó contigo, con Dante y Elena, debí haber previsto esto. Sabía que, al estar juntos, ella correría peligro. Pero no pude negarle el acceso a la escuela. Estaba tan ilusionada… le encantaba la idea de formar parte de esto, y de compartirlo contigo, Lucas. Pero no preví que, en cuanto os vieran juntos, se convertiría en el objetivo número uno de quienes quieren hacerte daño —me confesó con la voz quebrada.
—No puedes culparte de todo esto, Anmon. Al final, fue decisión de ella entrar. Sabía lo que había pasado con Dante y aún así quiso estar aquí. Este era su sueño, y sí, entendía los riesgos. Aun así, le valía la pena… si eso significaba estar conmigo. Pero fui un idiota. El mismo día que la atacaron, discutimos. Si lo pienso, el último recuerdo que tiene de mí es mi enfado…
—¿Qué pasó? —me preguntó, alarmado.
—Tuvimos una discusión porque acepté, sin consultarlo con ella, irme de la escuela. Ella siempre tenía razón, pero en ese momento no quise verlo. No podía dejar tirada a Alicia; es como una hermana para mí. Pero tardé demasiado en entender que Sara era la persona más importante en mi vida. Esa decisión debía haberla hablado con ella. Al menos, darle la oportunidad de opinar. En cambio, solo fui y le dije que me iba…
Anmon suspiró profundamente, como si aquel aire llevara consigo años de peso acumulado.
—Me recuerdas a mí… —comenzó a decir—. Cuando acepté el puesto de director del refugio, ocurrió algo muy parecido. Mi exmujer no entendía cómo podía dejarla sola en la estación con una niña de apenas quince años. Pero el deber me llamaba. Era mi sueño desde siempre, y lo pagué caro. Mi matrimonio no lo soportó.
Hizo una pausa antes de continuar, su mirada fija estaba en algún punto distante.
—Cuando Sara iba a nacer, me ofrecieron este mismo puesto, y lo rechacé por mi familia, porque la quería a ella y porque Sara venía en camino. Pero durante años me pregunté qué habría pasado si hubiera dicho que sí. A veces, esas oportunidades no regresan. Tuve suerte de que me la ofrecieran de nuevo, pero normalmente, el tren solo pasa una vez.
Se volvió hacia mí, mirándome directamente a los ojos, con una intensidad que calaba hasta los huesos.
—Te daré un consejo, Lucas: haz siempre lo que tú desees. Las personas vienen y van, pero vivir con el pensamiento de haber querido hacer algo y no hacerlo por alguien más… es la peor sensación que puedes tener.
Antes de que pudiera responder, una voz tenue interrumpió nuestra conversación.
—Papá, ¿cómo puedes aconsejar a mi novio esas cosas? ¿Qué quieres, que me deje nada más empezar? —protestó Sara con voz débil mientras abría los ojos lentamente. Apenas tenía fuerzas para hablar, pero su tono mantenía ese carácter feliz que la definía.
—¡Sara! —exclamó Anmon, aliviado, acercándose rápidamente para abrazarla—. Me tenías muy preocupado. ¿Cómo te encuentras?
—Un poco mareada… ¿Dónde estoy? —preguntó mientras su mirada recorría la habitación, todavía confusa.
—Estás en el hospital del refugio, ¿te acuerdas de lo que es? —respondió su padre, observándola con atención.
—Claro que me acuerdo, Papá. Recuerdo todo —respondió ella con esfuerzo, aunque sus palabras llevaban una calma tranquilizadora.
Me acerqué a su lado y, sin poder contener las lágrimas, me senté junto a ella y la abracé con fuerza.
—Eh, Lucas, estoy bien… —susurró Sara, intentando tranquilizarme con su voz suave.
—Lo siento, Sara. No debí tomar esa decisión sin ti. Pensar que pude haberte perdido para siempre… y lo último que hablamos fue una tontería. Te prometo que nunca más lo volveré a hacer —le dije mientras la miraba a los ojos, esos ojos que me devolvían a casa incluso en el peor de los momentos.
Editado: 19.12.2025