Eran las ocho de la mañana, y todos estábamos reunidos en la puerta de la escuela, esperando ansiosos el momento de partir. Solo faltaba que llegara Anmon y nos diera el permiso para comenzar nuestra expedición.
No podía evitar pensar en cómo, hace apenas unos meses, estaba en este mismo lugar, despidiéndome de Alicia. Ahora era yo quien salía, pero no para despedirme, sino para buscarla.
El cansancio se notaba en el rostro de todos. Seguramente, ninguno había logrado dormir bien. Yo había pasado toda la noche con Sara, conversando sobre lo que podríamos encontrarnos allá afuera. Hablamos de lo ilusionada que estaba por salir conmigo, aunque también confesó lo difícil que era para ella dejar a su padre solo en la escuela.
Mientras tanto, mi mente no dejaba de dar vueltas a lo que me había dicho Anmon horas antes. Sus palabras resonaban en mi cabeza como un enigma imposible de descifrar. ¿Qué quiso decir con que hicieron cosas necesarias para sobrevivir? ¿Por qué no confió la carta a Melania, siendo ella alguien que siempre estaba a su lado y que sabía tanto del refugio?
Tuve impulsos de contarle todo a Sara, de compartir con ella esa carga que sentía, pero me detuve. Había dado mi palabra, y si no soy capaz de cumplirla, todo lo que aprendí en la escuela no habría servido de nada.
Finalmente, apareció Anmon.
—¿Tenéis todo preparado? —preguntó con un tono que intentaba ser ligero—. Porque una vez que salgáis, no podréis volver aquí.
El grupo respondió al unísono:
—Sí, todo listo.
Anmon se acercó a Sara y la abrazó con fuerza, susurrándole algo que no logré escuchar, aunque vi la expresión de tristeza en su rostro al separarse.
—Hija, ten cuidado. Haz siempre caso a Melania, y recuerda que, si estás con ella, estarás a salvo. Te quiero mucho. Nos vemos pronto.
Luego se dirigió hacia mí. Me envolvió en un abrazo tan firme que, por un momento, sentí el peso de todas sus preocupaciones sobre mis hombros.
—Acuérdate de lo que hablamos, Lucas. Sé que cuidarás de mi niña y que la harás feliz. Te deseo la mejor de las suertes —me dijo en voz baja, asegurándose de que solo yo lo escuchara.
Se despidió del resto del grupo con cortesía, pero noté que su trato con Melania fue sorprendentemente distante. Apenas un apretón de manos y un “buena suerte”. Para alguien que había estado toda su vida a su lado, me resultó extraño, pero no quise darle demasiadas vueltas en ese momento.
Cuando terminó de hablar con todos, Anmon abrió los portones que protegían la escuela. Solo él tenía las llaves de ese lugar, y cada vez que un grupo partía, debía esperar a que Anmon las abriera.
Los portones eran imponentes, igual de altos que los muros que rodeaban la escuela. Pesados, reforzados, diseñados para resistir cualquier ataque rebelde. Los profesores siempre nos recordaban en clase que, desde su construcción, la escuela había soportado todos los asaltos enemigos.
Anmon accionó el mecanismo que los abría y se apartó para dejarnos pasar. Pero nadie se movió. El miedo y la incertidumbre nos habían paralizado.
Sentí una mano cálida sobre mi espalda, y al girarme, vi a Sara. Me agarró de la mano y me sonrió.
—Venga, Lucas, todos vamos por ti. Da el primer paso. Yo te acompañaré —dijo con ternura, dándome un beso en la mejilla.
Respiré profundamente, intentando calmar mi ansiedad. Di el primer paso, seguido de Sara, que no soltaba mi mano. Caminamos juntos hacia el exterior, y pronto el resto del grupo comenzó a seguirnos.
No me sentía preparado para liderar. Pensaba que esa responsabilidad recaería en Melania, pero tanto ella como Anmon habían decidido que yo fuera quien estuviera al frente. Era una carga pesada, pero Sara lo sabía, y no dejaba de darme ánimos, confiando en mí más de lo que yo mismo confiaba en mis capacidades.
Cruzamos el portón, y cuando estuvimos a una distancia segura, me giré. Vi a Anmon observándonos desde la entrada de la escuela, inmóvil, hasta que los portones se cerraron nuevamente, sellando todo lo que habíamos dejado atrás.
Era la segunda vez que salía de la escuela, pero esta vez sabía que sería la última. Sentí un nudo en el pecho al mirar por última vez aquel edificio que había sido mi hogar durante tantos años. A pesar de todo lo que significaba dejarlo atrás, sabía que lo que nos esperaba allá afuera definiría el resto de nuestras vidas.
—¡Lucas! ¿Hacia dónde vamos? —preguntó Rosa, con un tono de ligera impaciencia.
—Buena pregunta. Creo recordar que la primera parada del anterior grupo fue una gasolinera que está a varias horas de aquí. Iremos allí y pasaremos la primera noche. Luego continuaremos hacia la presa, que fue donde se vio al grupo por última vez —contesté, tratando de sonar seguro para tranquilizar al grupo.
—¿Y dónde está esa gasolinera? —intervino Paul.
—Otra buena pregunta —respondí mientras sacaba el mapa que nos habían entregado el día anterior—. Estamos aquí... entonces, la gasolinera debería estar hacia el noreste... ¡Aquí! —exclamé señalando un punto en el mapa, que todos rodearon para mirar.
—Sí, más o menos a unos cincuenta kilómetros. Tenemos una buena caminata por delante —comentó Sara, examinando el mapa con atención.
Editado: 19.12.2025