La Oscuridad Que Sueñas

Capítulo 19 - Huida

El temblor del suelo nos despertó a todos los que estábamos en la sala. Nos levantamos de inmediato y subimos a la azotea con todas las armas, listos para repeler un posible ataque.

Al llegar, Rosa, Román y Melania ya estaban allí, observando una densa columna de humo que ascendía en el horizonte.

—Ahí está el refugio —gritó Sara al verla.

—Sí... Ha llegado la hora de recoger e irnos, chicos —dijo Melania con una voz cargada de tristeza.

—¿Cómo que irnos? ¡Tenemos que ayudar a los que están allí! —replicó Sara, alterada.

—Es demasiado tarde para ellos. Todos están muertos. Los rebeldes hicieron eso. Lo siento, pero debemos irnos antes de que nos encuentren —respondió Melania con firmeza, aunque sin ocultar el pesar en su voz.

—¡Pero mi padre está allí! Quizá sobrevivió y lo tienen prisionero. No puedo dejarlo atrás —protestó Sara, cada vez más desesperada.

—¡Sara! —gritó Melania—. Tu padre ha muerto. Era su misión, y la cumplió. Ahora, nos toca a nosotros cumplir la nuestra.

—¿Y los refuerzos que iban a llegar? —pregunté, confundido.

—Nunca hubo refuerzos. La orden fue evacuar al personal prioritario y no dejar que el refugio fuera capturado —contestó Melania con frialdad.

—¿Y los demás alumnos y profesores? —preguntó Paul con voz temblorosa.

Un silencio prolongado cayó sobre nosotros, y la verdad se hizo evidente sin necesidad de palabras: todos habían muerto.

—No me lo creo. Iré a ver qué ha pasado —dijo Sara mientras corría hacia la escalera.

—¡Espera! Melania podría tener razón, Sara. Tu padre estaba muy extraño antes de que nos fuéramos. Creo que sabía lo que iba a pasar —dije, intentando detenerla y evitar que hiciera algo imprudente.

En ese instante, otro temblor sacudió el suelo, seguido de una explosión ensordecedora. Desde la azotea, vimos cómo una llamarada iluminaba el horizonte. La imponente secuoya que marcaba el lugar del refugio comenzó a arder. Sus ramas se quebraban y caían mientras el coloso se desplomaba pesadamente, como un símbolo derrotado.

Nos quedamos paralizados, mirando en silencio cómo el árbol caía. Era más que un árbol; era un emblema, y su destrucción sellaba el destino del refugio.

—Sara, por favor, no vayas. Te lo prometo, te contaré todo, pero ahora debemos irnos —pidió Melania con tono suplicante mientras Sara permanecía inmóvil, mirando la columna de fuego.

—Vale... Vámonos. La misión tiene que ser nuestra prioridad ahora —respondió Sara, su voz apagada, antes de bajar de la azotea.

—Lucas, ve con ella. No la dejes sola. Los demás, recoged rápido. Nos vamos ya —ordenó Melania mientras comenzábamos a movernos.

Bajé tras Sara y la encontré recogiendo sus cosas, en silencio. Su rostro estaba tenso, pero sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. Me acerqué, y sin decir nada, la abracé. Fue entonces cuando rompió en llanto, llorando con un dolor que desgarraba.

—Lo sé, Sara. Es duro, pero seguro que lo hizo por ti. Quiso protegerte —le dije, tratando de consolarla.

—¿Protegerme? ¿Suicidándose y matando a todos? Siempre le dije que no tenía que cumplir todas las órdenes que le daban... Y al final murió obedeciendo a alguien que ni siquiera está aquí —respondió, llena de rabia y dolor.

—Llevas razón, Sara... Pero vámonos. Cuando estemos a salvo, hablaremos. Te contaré algo que me dijo ayer. Ahora necesitamos salir de aquí antes de que nos encuentren —le dije.

Ella asintió con la cabeza, secándose las lágrimas mientras continuaba recogiendo sus cosas.

Tardamos apenas diez minutos en recoger el campamento. Salimos por la parte trasera, donde estaba el contenedor con los cuerpos. Melania, sin decir palabra, le prendió fuego. Había preparado todo durante la noche, recogiendo madera y plantas secas. Seguramente no había dormido, consciente de lo que iba a suceder.

Nos hizo un gesto para que escaláramos el muro. Todos subimos y empezamos a correr hacia el bosque, siguiendo a Melania, que parecía saber exactamente a dónde íbamos. Nadie cuestionó el destino.

Cuando me giré para mirar hacia la gasolinera, vi cómo una columna de humo y fuego comenzaba a alzarse tras el muro que habíamos dejado atrás. Sabía que los rebeldes lo verían, y en cuestión de horas llegarían allí. La misión ahora era sobrevivir.

El tiempo ganado tras la explosión en el refugio nos permitió alejarnos lo suficiente como para buscar un lugar seguro donde descansar. Reflexionaba mientras caminábamos: todo parecía haber sido parte de un plan. La gasolinera no era el destino final, sino una distracción. Anmon sabía que debía sacrificarse para ganar tiempo y protegernos, especialmente a Sara. Aunque las órdenes eran claras, estaba seguro de que lo hizo no solo por cumplirlas, sino por amor a su hija. Lo comprendí ahora, y también entendí el peso de sus palabras la noche anterior: él había confiado en mí para cuidar de Sara. No le fallaría.

Caminamos en silencio por el bosque, iluminados únicamente por la luz de la luna, que hacía innecesarias las linternas. Melania lideraba el grupo con paso firme, como si conociera cada árbol y sendero de aquel lugar. Yo no podía apartar la mirada de Sara, que caminaba con la cabeza baja. El dolor de haber perdido a su padre la envolvía como una sombra. Me acerqué y le tomé la mano. Ella levantó la mirada, y, a pesar de su tristeza, esbozó una leve sonrisa. Le besé la mano y seguimos avanzando en silencio, dejando que mi presencia le sirviera de apoyo.



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En el texto hay: misterio, oscuridad, mental

Editado: 19.12.2025

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