La Nana Josefa se encontraba en la habitación de María.
– ¡María ya no estés en discordia con Roberto hija!, ¡ya no se puede hacer nada sobre la leche derramada!. Comentó al tiempo que doblaba y acomodada las sábanas.
María guardo silencio...
– Piensa lo que te he dicho mi niña, tu esposo no es mal hombre, no ha sabido sobre llevar la situación de su hija, estoy segura que cuando vea a su nieta cambiará. Volvió a comentar la Nana
María respiró profundo, se acostó de lado en su enorme de cama después de que Josefa saliera de la habitación. Una lágrima bajo por su mejilla, pensar en que no pudo hacer nada para cambiar la aptitud de Roberto le dolia, imaginar que su hija sufría por no estar con sus dos hijas y que esta atada a un hombre que no amaba y todo por los prejuicios de la sociedad.
Helena miraba a Martin de reojo mientras él seguía con su vista fija en la vía mientras conducía.
– ¿Estas más calmado? Preguntó derrepente
– He estado mejor en otras ocasiones. Contestó grotesco haciéndola sentir incómoda.
Helena cerró los ojos y exhaló
– ¡Claro, lo supongo! La compañía de Isabel es mejor que la mía, ¡ya estoy harta de que me lo estés restregando en la puta cara!. Gritó molesta.
Martín frenó en seco sorprendido, Helena sin esperar otro comentario grotesco de su parte bajo de la camioneta y estrelló la puerta, caminaba aguantando las ganas de llorar, su corazón colapsó no soporto sus palabras.
Martin caminó a prisa hasta alcanzarla, la tomo del brazo y la giró, Helena estaba furiosa, lo vió en su mirada
– ¿A donde vas?, Súbete, te llevaré a tú casa. Le dijo él
Ella se soltó de su agarre y lo empujó
– ¡Que te importa Martín!, ¿Acaso te importa?, No lo creo, ¡ya me aburrí de tus lamentaciones!, isabel, isabel siempre Isabel. Despeto molesta – Isabel se casó, ¡Está casada! ¡Vete a la mierda!. Gritó
Siguió caminando, Martin se impresionó, siguió detrás de ella y volvió a tomarla de la mano
– ¿Helena?, La miraba sorprendido – ¿Caminaras hasta donde? ¡Estamos lejos de mi rancho Helena! Lejos de tu casa.
– ¡Vete a la mierda!, Si caminaré, ¿y qué, algún problema?, caminare hasta mi casa. Abrió su bolso, saco una bolsa y se la lanza en su pecho – Es para Abigail.
Martin se sintió mal.
– ¡Helena, Helena!, gritaba su nombre mientras ella lo ignoraba, una camioneta pasaba y tocó la bocina.
Helena miro y reconoció al conductor, este freno y ella subio, Martín fruncio el ceño, sintio algo de molestia por la actitud de ella y más al ver que se había ido con un desconocido lo que él no sabía era que ella si lo conocía.
Ana cruzó sus piernas y apoyó los codos en la mesa que compartía con Adolfo en el restaurante del hotel.
– ¿Ya viste lo que me hizo la mustia de tu esposa?, le mostró su mejilla.
Estaba llena de ira.
Adolfo miró su mejilla y la acaricio, se llevó a su boca un sorbo de café.
– No pensé que fuera a reaccionar así, respondió sonriendo
– ¿De que te ríes puto cabron?, ¿Te causa gracia lo que hizo?, Dale gracias al del él cielo que no reaccione como lo hago, se levantó del asiento y se acercó a él llena de ira por su reacción – No habrá próxima Adolfo, te lo aseguro, ¿Sabes qué?, ¡Me largo de esta mierda!.
Caminó a prisa hacia el ascensor, tocó el botón y la puertas abrieron, ella entró, cuando estas estaban a punto cerrar Adolfo entró furioso, la tomó del cuello y la arrecosto contra las latas
– No te irás de aquí Ana. Advirtió.
Lo miro molesta, lo tomo del cuello también, ambos se apretaban fuerte, Adolfo fruncio el ceño al ver su mirada llena de ira, no hacías gestos en sus rostro, no hacia nada por soltarse o soltarlo, fue lo contrario, sin esperarlo, lo llevo hasta la otra esquina sin soltar su cuello, tomo impulsó y lo golpeó fuerte en su abdomen con su rodilla. Ana no era cualquier tipo de mujer y eso él lo sabía.
El ascensor se detuvo, las puertas se abrieron, una pareja que esperaba los miró con extrañes, Adolfo tenía su mano puesta en su estómago y la mirada de Ana los hizo hacerse a un lado.
Ella salió y daba pasos hacia su habitación, Adolfo la siguió. Iba a cerrar la puerta y él se opuso metiendo la punta de su zapato
– Ana, Déjame entrar. Dijo
Ella hacía más presión para sacarlo
– ¡No Adolfo!, gritó – ¡No soy, ni seré, tu juguete de momento, no quiero pelear!, abrió la puerta – Pero si eso quie...
La interrumpió
– Ana no, no quiero discutir contigo, ni mucho menos pelear, no quiero que te vallas. Bajo su altivez – Yo te amo Ana, sabes bien que Isabel es sólo un negocio, es algo de momento.
Ella río irónica e hizo palmas con sus manos
– ¡Bravo señor Rivera!, ¿Negocio?, ¡Negocio que te está gustando Adolfo!, ¡No soy estúpida!, Gritó – Lo veo, lo estoy viendo en tus ojos y en los de ella, en un par de meses ella olvidará al padre de sus hijas, y ese tipo también hará lo mismo y tú, y tú lo sabes Adolfo, lo sabes muy bien
– No, no Ana, se acerco a su rostro y ella volteó para evitar tenerlo de frente, se cruzó de manos dandole la espalda – Las cosas no son como las dices, no me dejes, Ana no lo hagas. Le súplico
– Lo lamento, ya me harté de tu juego, yo se que ella te gusta, y no voy a perder mi tiempo sabiendo esto, ¡mientras otros quisieran tener una relacion seria conmigo!, ¡Yo estoy aquí perdiendo mi tiempo contigo!
Adolfo trago en seco, esas palabras fueron desagradables, negaba con su cabeza no lo aceptaba, la giró para tenerla de frente, la rodeó con su manos tomandola de la cintura
– No Ana, tu eres mía, habló en su oído – En tu vida, no hay ni habrá otro hombre que no sea yo, Ana negaba ante sus palabras – Te amo y lo sabes, tú y yo nos amamos, acuno su rostro y la besó – Te amo más que a mi vida y haré lo que sea para demostrártelo.
Editado: 05.11.2024