Adolfo destilaba fuego en su mirada
– ¡Que quites tus manos de mi mujer!. Advirtió.
Eliécer miraba con extrañes Adolfo, mientras este deseaba darle un golpe.
Ana veía borroso ni siquiera se percató de que estaba en medio de dos leones
– Quiero, quiero ir al baño.
Dijo en un tono de voz muy bajo mirándo los ojos de Eliécer, Adolfo dio dos pasos acercándose a ellos y agarro el brazo de Ana con cierta fuerza con la intención de separar esa cercanía que lo lleno de ira. Dos hombres se acercaron al ver la escena, al parecer empleados de Eliécer, uno de ellos se acercó y dijo algo en su oído, su intención no era soltarla, pero al escuchar de quién se trataba, miró a Adolfo y cedió a entregársela.
Adolfo y Eliécer no dejaban de mirarse, pero él como todo hombre estaba marcando lo suyo, la cargo entre sus brazos.
– ¿Que haces Adolfo?, Pregunto Ana extrañada, haciéndole saber por su aliento y su tono de voz que su estado de alcohol era demasiado.
Algunas personas se fijaron del pequeño enfrentamiento, miraban como salia el hombre del bar con la mujer entre sus brazos...
Llegó al ascensor, pasaban dos chicas y lo miraron con extrañes.
– ¿Podrían ayudarme? Dijo
Una de ellas asintió
– ¿Que piso?, Preguntó la joven
– 6 por favor... Gracias. Dijo al entrar con Ana en sus brazos...
– ¡Bajame!, Idiota, ¿Por que no te quedaste con Isabelita? Hablaba totalmente ebria – ¡Que me bajes te digo!
Cerró sus ojos frustrado y cedió a bajarla
– Ya Ana ¿¡Que diablos pasa contigo!? Gritó molesto. Ella enfurecio.
– Aparte. ¡Me gritas hijo de puta!. Gritó – Lárgate, anda anda con tú Isabel, ¿Que haces aquí eh?
– ¡Ya basta!, Gritó fuerte
Ella impacto su mejilla izquierda
– No, me grites.
Al abrirse las puertas metálicas Adolfo la cargo como costal en su hombro. Ana se sorprendió
– ¿Que haces?, Dijo dándole puños en su espalda.
Adolfo ignoró su rebeldía, caminó hacia la habitación hasta abrir la puerta...
Él señor Abel le hacía cariños a la bebé quien ya llevaba varios días de nacida.
– Martín hijo, ¡Esa niña huele mal!. Exclamó su padrino tapando su nariz con expresión de guacala.
Martín sonrió
– ¡Hay padrino!, Pos tampoco es para tanto, respondió
– No pos no, será peor cuando lleve más meses. Dijo Abel
Ambos se miraban como preguntándose ¿Quién limpiaria a la pequeña Abigail?
– Yo tengo que salir padrino, dijo Martin
El señor Abel arqueo una ceja
– No me digas, pos adivina qué. ¡Es tu hija Martincito! Recalcó el señor burlón haciendolo sonreír.
Martin negaba moviendo su cabeza por las ocurrencias de su padrino
– Me pasas los pañitos húmedos y un pañal, le dijo señalando donde estaban.
El señor Abel cambio de rostro mirando a Martín con extrañes.
– Tan raro, Helenita no ha venido hoy por aca, Martin lo miró, le quitó el paño a la bebé – ¡Fuchila Martín! Exclamó el señor Abel – ¿Pos que le diste?.
Dieron dos pasos atrás, se taparon la nariz y Martín se reía de su padrino le parecía gracioso la expresiones que hacía.
– ¡Santo cielo! Me dijeron que la popo de los bebés recién nacidos olía bien, dijo Martin mirando a su padrino
– ¡Mira tú eso!, ¿Qué le das de comer a la criatura?
– Leche de fórmula padrino, respondió
– ¡Pos algo le hizo daño!, Creo que le diste algo y no quieres decir
Martín se burlaba de su viejo acompañante de vida, estaba feliz al ver a su bebé mover sus pequeños pies, y sus manitos de un lado a otro, pudo apreciar sus ojitos abiertos.
– Tiene los ojos de mi madre, son verdes padrino.
Su padrino lo miraba con ternura, Martín era un buen hombre, sería un excelente padre y merecía una buena mujer. Tocó el hombro de Martin y le preguntó
– ¿Que paso hoy en la hacienda de los Rivera?
Martin se encogió de hombros y respondió
– Lo que tenía que pasar padrino, lo enfrenté delante de todos sus invitados, todo me hubiera sido más fácil si pudiera conseguir los papeles de los terrenos, me encantaría despojarlo de mis tierras, las tierras de mi madre. Hablo con tanto seguridad y enojo a la vez que el señor Abel se preocupó.
– Espero que no valla a traer consecuencias lo que pasó. Pero. Yo recuerdo que tu madre guardaba con muchos recelos una carpeta, incluso de tu padre ¡Sabrá Dios donde los pudo haber guardado!. Exclamó alzando sus manos – ¿Fuiste sólo a la hacienda de ese hombre?
Martín preparaba la mamila de su hija.
– No, Helena fue conmigo.
– ¿Cómo esa niña supo que irías allá? Pregunto con el ceño fruncido.
– No, no, ella venía llegando, nos encontramos, apenas me vió se subió al carro, ya sabes como es. Dijo un poco triste – Luego discutimos...
– Hay muchacho, esa joven no puede estar a tu lado. Comentó al ver el rostro de Martín.
– ¿Porque no? Pregunto con el ceño fruncido.
– ¡Santoo!, Hay muchacho no te hagas, dijo en tono molesto – Sabes bien que esa joven está enamorada de ti, es una razón para que la mantengas alejada, las mujeres son algo complicadas, ¡Te lo digo yo, que en mi tiempo fui un sinvergüenzon!, Hayyy esos tiempos. Recordó un poco su juventud – En fin hijo, Isabel no volverá contigo y menos ahora casada, si tus padres estuvieran vivos tampoco hubieran permitido esa relación, muy poco se ve eso de los ricos con los pobres, eso es en las novelas y en los libros, solo hay muchacho. Salió de la habitación.
Martín arrullaba a su bebé paseándose de un lado a otro en la pequeña habitación que estaba invadida de cosas de niña.
Pensaba en todas las palabras de su sabio padrino.
– ¿Has escuchado algo en el pueblo sobre isabel? Pregunto desde su habitacion.
– ¡Nada, no eh escuchado nada!. Grito el señor Abel desde la sala – Pues lo mismo, que se caso con el mendigo ese y que tiene una hija, ¡Ya sabes como son de chismosos! Se comieron el pastel antes de la boda. Hablaba mientras le daba golpes a una vieja radio tratando de sintonizar una emisora que no le daba señal – ¡Pedazo de chatarra!. Susurró en voz baja.
Editado: 05.11.2024