Eliécer no cabía de la dicha al escuchar lo que ella había dicho
– ¿Cuando quieres irte? Pregunto caminando alrededor de su escritorio.
Ana exhaló antes de responder
– Ya mismo, si es posible.
Dijo limpiando las lágrimas que corrían por su rostro al ver por la ventana que Adolfo llevaba cargada a la bebé y a Isabel abrazada caminando hacia la casa.
Su corazón se destrozó, sintió desvanecerse pero se sostuvo de la mesita que estaba cerca de la ventana.
– ¿Estás segura?, Preguntó indeciso
– Por favor, te lo suplicó Eliécer, sacame de aquí.
Respondió con su voz quebrantada.
Eliécer al escuchar su tono de voz se sintió mal por ella.
– ¡Escuchame bien Ana!. Mandaré en seguida a uno de mis empleados de confianza, tenemos llaves de repuesto así que cuando lleguen a la puerta principal ya deberías de estar lista. ¿Entiendes?
– Sí, haré lo que dices. Te veo pronto. Dijo al terminar la llamada.
Cayó al piso de rodillas, tapo su boca con su mano para ahogar el grito con el que se desahogaba. Seguido de eso se bofeteo así misma varias veces.
– ¡Eres una estúpida Ana! ¡Eres una maldita estúpida! Gritó.
Se levantó y camino hacia la habitación, empacó todas sus cosas, después de eso entro al baño sin quitarse la ropa, abrió la llave y hecho su cuello atrás para sentir el agua en su rostro. Ana gritó, de la impotencia que sentía desgarro su blusa.
– ¿Que pasó?, ¿En que te has convertido Ana?. Se reprendio así misma entre lágrimas. Recordó las veces que estuvo hay haciendo el amor con Adolfo – ¿Cómo pude creer en ti? ¿Cómo pude ser tan imbécil? ¡Tonta tonta tonta!.
Él agua de la ducha barria las lágrimas, duro unos minutos ahí totalmente ida, perdida, su presencia estaba de más, ella debía salir de ese lugar nunca debió escucharlo ni dejarse llevar de lo que su corazón sentía...
Adolfo después de haber cambiado a la pequeña la acostó en su cuna, se acercó a Isabel, le dolió verla llorar desconsolada, si Ana no se hubiera dado cuenta la hija que él aprendió a querer como suya estuviera muerta.
La abrazo para consolarla, Isabel se dejó llevar apoyando su cabeza en su pecho, él acaricio su cabello, había crecido un poco e inhaló el aroma de el shampoo, por un momento se olvidaron de sus peleas, ella levantó su rostro
– Si le hubiera pasado algo me hubiera muerto. Dijo entre lágrimas.
– Shhh, pero no pasó. Limpio sus mejillas mirando su boca.
Isabel se tenso al sentir el contacto, Adolfo impulsivamente la beso, ella se sorprendió, por un segundo no correspondió, luego se dejo llevar respondiendo al beso apasionado de él, Adolfo aprovechó su debilidad, de igual manera él la deseaba como mujer, la tomo de la cintura y la acercó más a su cuerpo...
Eliécer saco el móvil del bolsillo de su chaqueta y le marco a Ana.
– Hola. Contesto con su voz apagada.
– Ya está listo, cuando quieras puedes salir. Le dijo
– De inmediato
– Me quedaré en línea no cortes la llamada. Le dijo él
Tomo la maleta, entró al baño a revisar que no olvidara nada, la ropa que tenía puesta la tiro a la papelera.
Se asomó por la ventana... Al ver que no había nadien corrió a la salida, un hombre la esperaba.
– Señora. Fue el saludo del desconocido, cerró la reja y la puerta – Venga conmigo
– ¿Ana?, Dijo Eliécer
– Ya estoy fuera de la casa. Respondió ella
– Pasame al muchacho que está contigo.
Ella le dio el celular, mientras ellos hablaban Ana miraba por última vez la enorme y hermosa casa entre lágrimas se despidió
– Hasta nunca Adolfo, ¡Ojalá y nunca más te vuelva a ver!. Susurró
El hombre la miró y sintió pena por ella, su rostro estaba reprochable, tenía sus ojos hinchados.
– Señorita Paz, tengo orden de llevarla con el señor Eliécer.
Ana suspiró profundo y mirando por última vez la mansión asintió en respuesta, el hombre la guió hasta el auto, abrió la puerta de atrás luego el subió, encendió el auto y Ana mientras se alejaban miraba la casa, sus lágrimas no paraban...
Isabel tenía los brazos en el cuello de Adolfo y este besaba con fervor sus labios...
Isabel corto el beso derrepente, colocó su mano en su pecho alejándose de él
– No, no puedo, no podemos, tú, suspiró – Tú estas con Ana.
Adolfo suspiró, cerró sus ojos alejándose de ella y salió de la habitacion. Isabel tocó su pecho, luego pasó sus dedos por sus labios. Se sentó en su cama pensando en lo que acababa de suceder...
Adolfo toco la puerta de la cabaña. Al no escuchar respuesta entró llamandola
– ¿Ana, Ana?, ¿Donde estas? Al ver que no respondia camino hacia en la habitación
Frunció el ceño y se dirigió al baño. Vio la ropa tirada en la papelera, se agachó y la saco, trago en seco y fue rápidamente a la habitación nuevamente, abrió el closet llevándose la sorpresa de verlo vacío, dio pasos atrás, sintió un extraño dolor en su pecho, tardo minutos para reaccionar...
Un grito de rabia y dolor se apoderó de él, tiro todo al piso, el colchón, el tocador, unas mesas pequeñas, tomo un florero y lo lanzó contra el espejo, destruyó la cabaña por completo.
– ¡Ana, Ana!. Gritaba su nombre de modo desgarrador
El dolor que estaba sintiendo era enorme, camino hacia la cocina y una botella de licor empezó a ser su mejor aliado.
Isabel estaba perdida, sólo pensaba en el beso apasionado que le había dado Adolfo.
Tocaron la puerta de su habitación, sacudió la cabeza.
– Adelante
– Disculpe señora Isabel, sólo quería decirle que escuche ruidos y gritos del señor Adolfo en la cabaña
Quedó extrañada, fruncio el ceño.
– ¿Gritos?, Esta bien, ya bajo. Camino hacía la ventana desde ahí tenía vista a la cabaña – ¿Qué habrá pasado? Suspiro profundo.
Hizo gestos en su boca apretando sus labios, dudaba en llegar podría ser una mala idea no quería entrar en disputa con Ana como era costumbre o con el mismo Adolfo, observó durante varios minutos...
Editado: 05.11.2024