La esposa de Daniel bajó de su auto, daba pasos sigilosos dirigiéndose hacia una casa.
– Haber dime, ¿Que pasa preciosa?. Dijo un hombre al abrir la puerta.
Ella sonrió, quitó una gorra negra y unos lentes grandes oscuros que usaba para pasar desapercibida.
– Tenemos un asunto que aclarar. Respondió
El hombre sonrió, la tomó por el cuello y la besó apasionadamente, está correspondía con el mismo fervor subiendo sus piernas a la altura de su cintura, mientras este la sostenía de su trasero. Él cerro la puerta.
Él tipo era un hombre bien parecido, alto, moreno y con cuerpo atlético, ella acariciaba sus fuertes brazos y gemía de la excitación que esté con sus toques y sus besos le provocaba.
– Ya te extrañaba. Susurró
– Y yo no veía la hora en verte aquí nuevamente. Respondió dando pasos hacia su habitación
Ella sonrió
– Hazme tuya como si fuera la última vez. Le dijo en su oído mordiendo el lóbulo de su oreja izquierda.
Sus palabras fueron órdenes para el complaciente amante.
– Como órdenes, te haré sentir lo que tu esposo no hace. Respondió lanzandola a la cama...
Eliécer no podía evitar sentir dudas hacia los sentimientos de su esposa.
– ¿Que sientes por mi Ana? Preguntó confundido
Ana frunció el ceño y se acercó a él
– Sin importar la relación que halla tenido con Adolfo, no puedes dudar que eres una persona importante para mí Eliécer, y te quiero mucho.
Sus palabras no fueron suficientes pero aliviaron su inquietud, Eliécer beso su frente y Ana se apoyó en su hombro sonriendole a su bebé. Tampoco pudo evitar sentir turbulencias en su corazón, verlo después de tantos meses fue impactante, sus sentimientos no eran claros, pero lo que sí tenía claro era de lo que quería hacer aún sabiendo que su contrincante no será fácil de vencer.
Martín tenía algo de afán
– ¡Haber mujeres!, ¡Ya es hora! ¿Están listas para irnos?, pregunto entrando a la habitación
– ¡Más que listas! Contesto Ingrid sonriendo
Martín frunció el ceño al verlas, ambas estaban un poco tomadas, Helena se levantó de la silla y caminó hacia su esposo quien las miraba sorprendido no tanto por Ingrid si no por su esposa quien era una mujer recatada.
Él sonrió
– Veo que han disfrutado. Comentó.
Helena posó sus manos sobre su cuello
– Cariño, perdóname
– ¿Y que tengo que perdonarte?.
– El que me tengas que ver así, es que no...
– ¡Shhh, no! No tengo nada que perdonarte, tranquila mi amor. Dijo interrumpiendola, la besó – ¿Te sientes bien?, Ella asintio – Entonces todo está bien.
– ¡Bueno bueno!, Dejen la meloseria delante del prójimo, dijo Ingrid riendo – Muevan esos traseros y vámonos, ¿¡Dónde está mi pinche maleta?!, ¡Ay aquí está!, ¡Dejen de besarse que me enferman!. Los reprendió.
Martin sonrió apenado.
– Ingrid por favor, ¡Ya cállate!. La reprendio – Te pasas de veras.
– Ya me toca acostumbrarme amor. Dijo Martín sonriendo
– ¡Buenas! ¿Cómo están todos? Dijo Julián – ¡Martín! ¿Dónde estás que no te vez?
– Aquí tamos compadre, ven a echarme una mano con las maletas. Respondió haciendo gestos con la mirada.
– Ahí voy. Entro a la habitación y se extraño al verlas riendo sin parar – ¡Que díablos!, ¿Que les pasa?
– ¿Que creés?, Se les dio por tomar tequila. Respondió
– ¡No inventes! ¡Tan locas compadre!
– ¡Nee!, ¡¿Pos que pasó!? Reprochó Martín por Helena
– No por Helena, por la Ingrid compadre, ¡Está bien loca!. Ambos rieron.
– Allá tú, que estás botando la baba por ella, ¡Ahí te vez!. Dijo golpeando su hombro de forma burlona.
– ¡Me lleva!, Gruñó
Martín tomo a su hija de la mano y se despidió del señor Abel, subieron al carro.
Julián le daba instrucciones al joven que iba en el puesto del conductor, pues después de llevarlos a la partida de autobuses regresaría con la camioneta a la hacienda de los Rosales. Julián se sentó en el puesto de copiloto y en la parte de atrás iba Martin su esposa y Ingrid.
– ¡Nos vamos acapulco!. Gritó Ingrid aplaudiendo.
Helena río divertida recostada en el hombro de su esposo. El señor Abel los veía partir bendiciendo su viaje en compañía de la abuela de Helena.
Adolfo entró a la habitación
– ¿Ya te sientes mejor? Pregunto. Quitó una almohada y se sentó a su lado.
– Sí, ya estoy mejor. Respondió Isabel recogiendo su cabello, su rostro estaba un poco desencajado.
– Bien, pues te diré algo, dijo Adolfo levantándose de la cama.
Isabel lo miró con el ceño fruncido.
– ¿Que pasa? Pregunto preocupada
– No es nada malo, no te preocupes, es sólo que Daniel viene con su esposa y sus hijo a vivir aquí con nosotros.
Isabel abrió los ojos sorprendida, no le gustó para nada esa idea.
– ¡No estoy de acuerdo!, ¡¿Te parece poco lo que me dices!?, Así me lo cuentas. Gritó molesta – ¿Qué pasa contigo? ¿Acaso mi opinión no cuenta?. ¿Pues quién soy? ¡Un cuadro en esta casa o qué!
– ¡Ya basta!. Gritó Adolfo – ¡Me tienes harto con tus quejaderas Isabel!, ¡Hago lo que me pides y nunca estas satisfecha!, ¿Que tiene de malo que vivan con nosotros?, ¿Será una compañía en esta casa?. Destiló
– ¡Bájale a tú tono de voz que no eres mi padre!, Se levantó de la cama señalandolo con su dedo – Te recuerdo que en esta casa también mando yo. Recordó algo que al parecer él había olvidado.
Pues Isabel tenía claro los motivos y las ganancias que ese matrimonio con llevaba, por lo tanto también sabía como acabarlo, así que contestó de la misma manera que él lo hizo, estaba a la defensiva, más no contó con la reacción que él tomaria.
Adolfo se llenó de ira, no tolero su altivez y su forma de hablarle, se acercó a ella y la bofeteo, Isabel abrió sus ojos sorprendida, había olvidado las primeras confrontaciones con él, no obstante le devolvió la bofetada con tantas ganas encontrando ira en ambas miradas.
Editado: 05.11.2024