Apareció en medio de la ciudad más cercana. Tenía ganas de llorar pero estaba rodeado por jugadores y pnj. Pudo haberse desconectado pero en su mente tenía más cercano el gesto de montar. Invocó a su caballo y cabalgó sin rumbo, lejos, hasta que no vio más jugadores. Solo entonces se detuvo y vio a dónde había llegado.
La llanura se extendía hasta donde alcanzaba la vista, interrumpida solo por pequeñas colinas. Era un mundo amarillento, solitario hasta la desesperación. Sabía dónde estaba, vio este lugar solo una vez pero no podía olvidarlo. Del otro lado del campo, el bosque lo dominaba todo. Vio con temor las hojas de colores y los troncos grises, estaba en el lindero del bosque de zeltos.
No dio la vuelta para huir de inmediato por temor a que algo saliera y lo atacase por la espalda. Incluso el impacto de la historia del juego se borró de su mente. Su caballo relincho nervioso y estuvo a punto de tirarlo Zero se aferró a las riendas agradecido de tener algo en que concentrarse y mantuvo el equilibrio. Para cuando calmó al animal, él mismo se estaba recuperando del susto.
Respiró profundamente y se dispuso a marchar pero algo le llamó la atención. En el borde del mapa, justo donde empezaban las suaves elevaciones de las colinas, pasó un jinete.
Zero no lo hubiera tomado en cuenta de no ser porque no fue solo uno. Un momento después pasó otro y para cuando alcanzó las colinas la fila de monturas era casi continua. Se preguntó qué estaba pasando. La parte del mundo en la que estaba no era muy poblada. Llevado por la curiosidad y también con ganas de pensar en otra cosa que no fuera la historia o el bosque de zeltos, levantó una mano y preguntó en general.
—¿Qué es esto, a dónde van?
Le respondió una voz entre la multitud pero no vio a quien pertenecía.
—Al este. —No dijo nada más. Zero volvió a preguntar. “¿Por qué?” Pero nadie le respondió. La intriga comenzó a abrirse paso en su mente. Quería saber a qué se debía todo ese populacho yendo en la misma dirección.
Se dispuso a seguirlos, pensando que eso podía apartar los malos recuerdos. Sin embargo, a medio camino se descubrió cabalgando por pura inercia, recordando los hechos de la historia. Intentando justificar sus acciones. No podía haber sabido lo que pasaría. ¿A caso alguien hubiera hecho algo diferente? Por supuesto que no, los escritores habían preparado la historia para conducirte a esa decisión. Aún así, no podía apartarlo de su mente.
Levantó la vista y solo entonces se dio cuenta de que la muchedumbre se dirigía a la playa, había cruzado un cuarto del continente sin darse cuenta. A su derecha, a unos cien metros, la línea de árboles seguía hasta una barranca que parecía cortada contra el mar. A su izquierda, casi a la misma distancia, un acantilado salía más allá de la costa formando una pequeña bahía.
El mapa estaba repleto de jugadores que tapaban una gran parte de la vista pero, aún así, notó una cueva en la pared de roca. Vio la cabeza de un Nord, con su cabello trenzado, desaparecer al entrar en ella. Entonces se formó una idea de lo que veía. Solo podía ser un calabozo nuevo.
A su alrededor algunos jugadores miraban al frente con la vista perdida, seguramente configurando algo de su equipo o inventario. Otros tenían grandes letreros de "AFK" sobre sus cabezas. También vio algunos comerciantes haciendo tratos con otros jugadores.
Uno de esos comerciantes lo vio y se dirigió a él. Era un Podeo de cabello azull alborotado. Sobre su cabeza se leía el nombre "GatoNoname". Le pareció un nombre curioso, pero no hizo ningún comentario al respecto. Era como un pacto no escrito entre los jugadores. GatoNoname lo saludó, se acercó rápidamente mientras hablaba.
—¡Hey! —Dijo—. ¿Vienes preparado? Todos dicen que el calabozo nuevo da buenas recompensas pero se olvidan de que primero hay que limpiarlo. —Hizo un ademán sin dejar de caminar y le lanzó algo invisible—. Tengo pociones, pergaminos, comidas, una guía rápida de lo que te puedes encontrar. Incluso tengo set de armadura básicos. No son lo más apropiado pero te pueden hacer un buen servicio ahí dentro.
Zero lo dejó hablar mientras respondía el aviso que le lanzó. Al hacerlo otra interfaz se abrió mostrando un catálogo de objetos bastante grande. Se quedó buscando sin prestar atención. Debió pasar un buen rato por que Gato lo interrumpió.
—Hey. —Dijo agitando una mano frente a él, atravesando la ventana de objetos a la que apenas le prestaba atención—. ¿Me estás escuchando? ¿Vas a querer algo?
Zero sacudió la cabeza. Estaba pensando en decir que no quería nada, que ni siquiera sabía de que iba todo esto. Luego volvió a ver el nombre de su interlocutor y la curiosidad le ganó.
—Curioso nombre. —Exclamó rompiendo esa regla no escrita entre los gamers. El Gato sonrió, se rascó la cabeza, y contestó.
—Fue un error. Ahora solo hay que decir el nombre que quieres, pero al principio tenías que escribirlo. Olvidé borrar las palabras que vienen por defecto, venían, en realidad.
—¿No has pensado en cambiarlo? —Zero seguía intentando apartarse de sus recuerdos. Afortunadamente, Gato no era de mecha corta, cualquier otro le hubiera dicho que no le importaba pero el Podeo siguió hablando.
—Al principio sí, pero para cuando conseguí las semillas necesarias ya todo el mundo me conocía así. Hubiera sido un desmadre cambiarlo y luego avisarles a todos mis clientes. Por cierto, necesitas algo. Tengo armás únicas, se supone que no se pueden comerciar pero conozco una manera de hacerlo. Sin bugs, sin trampas, todo legal.
Zero se preguntó cuál sería esa forma, pero las ganas de presumir su propia arma fueron más fuertes. Sacó la espada que acababa de fabricar, y la mostró a modo de respuesta.
—¡Ah! Un arma de diseño. —Exclamó Gato sorprendido—. ¿Me vendes la receta? Te pagaré bien. Es más, te dejaré elegir un objeto del catálogo, grátis.
Eso sorprendió a Zero, había que ser muy entendido o muy idiota para asumir que un objeto era de diseño. Sobre todo porque podría ser solo un arma poco conocida o incluso única. GatoNoname no tenía pinta de idiota. En segundo lugar se preguntó si en el catálogo tenía alguna de esas armas únicas, seguramente no, o no le hubiera ofrecido esa oferta. Por último recordó que no importaba, la receta no era de él.