La entrada al calabozo era una cueva medio escondida en las rocas del acantilado. Desde dentro no se alcanzaba a ver más allá de unos metros, ni siquiera hacia afuera a pesar de que estaban justo en la entrada.
—¿Estás preparado? —Preguntó Gato. Su voz sonaba calmada. Zero, por el contrario, estaba aterrado, nervioso.
Era la primera vez que intentaba limpiar un calabozo sin saber que le esperaba. En cada ocasión en la que se había metido en esos sitios, lo hacía cuando ya estaban explorados por todo el mundo, cuando las guía y consejos abundaban o acompañado por jugadores con más conocimientos.
Mientras él se mentalizaba para lo que venía, o al menos lo intentaba, Gato extrajo algunas pociones de un saco, se tomó todas y guardó los frascos restantes. Se lo colgó a la espalda y miró a Zero expectante. Él sabía que debía ir al frente, llamando la atención de los monstruos, pero estaba muy alterado. Así que, para hacer tiempo, le pregunto a Gato sobre sus estadísticas.
Éste se quedó pensando un momento, luego dijo:
—Deberíamos haber pensado en eso antes. La verdad es que, como te vi con armadura pesada, y ese escudo, asumí que eras un tanque.
—Lo soy —Respondió rápidamente—. Pero me gustaría saber de que eres capaz tú.
—Entiendo, entiendo. Pues soy un comerciante, así que casi no pienso en las estadísticas. Déjame ver.
Gato empezó a hacer ademanes con las manos, manipulando algo invisible. Esto puso más nervioso a Zero, no solo no sabían nada del calabozo, además iba a tener que limpiarlo prácticamente solo. Suspiró desanimado, y mientras Gato empezaba a exponer sus habilidades se tomó todas las pociones que pudo. Varias de ellas acababa de comprárselas a Gato.
—Tengo 50 puntos de fuerza. —Dijo Gato como recitando una lista—. 50 puntos de resistencia, 50 puntos de agilidad, 50 puntos de…
—Ya veo. —Lo interrumpió Zero—. Algunas donde no tengas 50 puntos?
Gato se quedó pensativo y agitó la mano de abajo a arriba. No pasó mucho cuando dijo.
—Aquí. Tengo 287 puntos de inteligencia y 113 de intuición.
Zero se quedó mirándolo, esa distribución de puntos era muy extraña. Gato lo notó y se defendió.
—¿Qué? Necesito mucha inteligencia para identificar equipo raro. Además con intuición puedo ver algunos detalles de los jugadores con los que hago negocios.
—Ok. Ok. ¿Y tus habilidades?
—Tengo las básicas de mago, y algunas otras que conseguí de pergaminos extraños. No valían mucho así que los consumí.
—Básicamente un mago mal construido.
—Oye. Tengo habilidades muy interesantes. Con una puedo abrir cerraduras de clase banquero en un instante.
—Algo que podría hacer un ladrón de nivel 45. Además, vez algunas cerradura por aquí?
Gato giró como si tuviera la esperanza de encontrar alguna. Luego, sin mirar a Zero admitió que no. Éste volvió a suspirar, ya estaba ahí y no tenía nada que perder, excepto por algo de tiempo. Bien valía la pena hacer el intento para quedarse con ese rubí de almas.
—Bueno. Te diré que haremos. Haremos una prueba. Veremos que tan duro es el calabozo y si podemos limpiarlo a la primera. Si no funciona, haremos un segundo intento. Ésta vez intentaremos pasar rápido y sin que nos toquen. Si eso tampoco funciona, entonces nuestro trato estará cumplido y me quedaré con la piedra.
Gato se le quedó mirando con el ceño fruncido.
—Al menos que sean tres intentos.
—Eso no servirá de nada. Si no lo pasamos a la primera no cambiará nada en la segunda.
Gato volvió a considerarlo, luego de un momento continúo hablando.
—Escucha, ya nos tomamos las pociones, el efecto se está desgastando. Qué te parece si vamos a ver que tan duro es el calabozo y luego lo discutimos. Por supuesto, si lo terminamos a la primera te daré lo prometido.
Zero había sentido por un momento que tenía el control. Aún así, Gato se recuperó bastante rápido. Era muy hábil en cuanto a negociar. Miró su barra de estado y notó que ya habían pasado 5 minutos desde que se tomaron las pociones. Tenían que empezar rápido. No le gustó pero tuvo que darle la razón al comerciante.
Así empezaron a recorrer el calabozo. El camino se perdía en la obscuridad pero no tardaron mucho en llegar a la primera bifurcación. Como nada les decía que encontrarían más adelante, ni sonidos, ni la vista, eligieron al azar.
Por fuera, al éste se encontraba el mar, uno de los caminos se dirigía hacia ahí. El otro señalaba el noroeste. Zero se adentró siguiendo ese último.
Avanzaron unos cuántos metros sin encontrar nada. Ni siquiera alguna talla en las paredes como en otros calabozos. Extrañamente los sonidos de sus pisadas provocaban un eco que se perdía en la obscuridad. Zero pensó que por fin habían arreglado el bug de sonido en Ayapan.
—No sabía que la obscuridad de la que hablaban llegaba a éste punto. —Dijo Gato de pronto.
El eco repitió las últimas palabras, alejándose como si escapase de ellos. Ambos se quedaron cayados, con el cuerpo rígido de tensión y nervios.
—No es algo común. —Respondió Zero en voz baja, como si temiera que algo podía escucharlo, o quizá, como si un sonido demasiado fuerte pudiera tirarles el techo encima.
—Generalmente un calabozo obscuro es así porque no tiene antorchas ni nada parecido, pero se alcanza a ver al menos la habitación en la que estás. —Continuó susurrando. Lo hacía casi inconscientemente, dejándose llevar por la paranoia.
Estaba a punto de agregar algo más cuando se escuchó algo que venía del fondo. Los dos jugadores lo percibieron claramente, a pesar de eso, el ruido, que parecían ser pasos, no provocó eco.
Gato y Zero se quedaron quietos, cayados, como paralizados. Ninguno se atrevió a moverse. Zero intentaba convencerse a sí mismo de que no había nada que temer, era solo un juego. Tragó saliva y volvió a hablar pero de su boca no salió ningún sonido.