Al despertar notó una luz que le daba directo en la cara. No era molesta pero igual se restregó los ojos, por pura costumbre. Notó que no sentía ningún dolor. También que estaba medio recostado en algo que se amoldaba perfectamente a su cuerpo.
Al poco tiempo sintió los pies en el suelo, se sostuvo y abrió los ojos. Estaba en una habitación blanca, una de las paredes tenía una ventana de vidrio polarizado. Frente a él había un sillón rojo, una mujer estaba sentada ahí.
Jugaba con un lápiz labial dándole vueltas en la mano pero en cuanto notó que la veía lo guardó entre su ropa. Estaba vestida con un pantalón de mezclilla, playera negra y chaqueta de piel. Usaba botas como de trabajo, altas hasta la rodilla.
Usaba el cabello amarrado en una cola larga que se perdía a su espalda. Era de color negro, sus ojos eran verdes como el fuego valirio de juego de tronos y su piel blanca.
De inmediato pensó en Nuriel pero lo descartó rápidamente. El cabello de la nord era rubio, sus ojos rojos como la lava incandescente y era mucho más alta.
—Hola. —Dijo la mujer sin mucho interés, incluso puede que con algo de fastidio—. Bienvenido. ¿Despertaste bien?
Carlos no supo que responder. A ella no pareció importarle.
—Dijeron que responderías mejor a mí que a ellas.
«¿Ellas?»
La mujer de pronto cambió su expresión y pareció tomar algo de interés, lo miró a los ojos.
—Las luces, son la autoridad por aquí. Algo así… ¿Sabes dónde estás?
Carlos pensó por un momento, pero pronto ganó su malestar. ¿Dónde estaba? ¿Por qué? ¿Qué eran las luces? ¿Tenía algo que ver con el día que olvidó?
—He. No divagues. —Ordenó la mujer tronando los dedos frente a su cara—. Responde.
Carlos obedeció, miró alrededor. Había algo que no cuadraba pero no alcanzaba a ver que era. Sabía que era algo muy simple, tan común que no podía verlo si no estaba ahí pero lo sentía.
«¿Aire?»
Respiró profundamente para comprobarlo. Sintió claramente la sustancia llenando sus pulmones, solo en un lugar se había sentido así de vivo.
—Estamos en la R.V.
Entonces notó lo que hacía falta, una puerta. No había forma de entrar o salir del cuarto, ahí no se necesitaba así que era lógico, pero chocaba con su concepto de realidad.
La mujer sonrió ligeramente.
—Sabes que hay personas que no detectan la V.R.
Carlos se preguntó qué pretendía.
—Solo es una curiosidad. Ya sabes, del tipo: ¿Sabías qué…?
La mujer hacía ademanes bien marcados al hablar pero algo le daba a Carlos una sensación rara. Se preguntó a si mismo que podía ser. ¿Quizá algo en su vestimenta?
—¿Qué tiene mi ropa?
La mujer se observó a si misma, buscando algo raro. Carlos abrió la boca para disculparse y se quedó así, pasmado, sin saber que pensar. La mujer volvió a mirarlo, sonreía.
—Ya lo notaste.
Ésta vez si que lo vio. Ella no movía los labios al hablar pero había algo más. Ella…. ¿Había estado respondiendo a sus pensamientos?
La mujer asintió.
«Es simple, hay personas que no detectan la V.R. Esas personas hacen todo como si estuvieran en la vida real. Es lo más común, pero hay algunas que la detectan. Esas personas pueden romper ciertas reglas que la realidad no permitiría.»
«De que habla.»
«Esta mal construida. —Se echó a reír—. La V.R. Quién la construyó no logró adaptar todo lo que hace que la realidad sea… real. Así que se confío en que las mentes simples no encontrarían esos fallos. Entiendes.»
Carlos se quedó en blanco. No sabía que diablos pasaba. En donde estaba metido.
La mujer dejó de reír.
—¿Quizás te sobre estimé? —Volvió a sentarse—. Estamos en el puente. No importa por qué se llama así, ok. Sólo necesitamos que entiendas que estamos de tu lado. Tenías un… parásito. Te lo vamos a quitar y luego te devolveremos a tu realidad… a tu casa.
Había vuelto a usar su boca para hablar. Estaba procesando lo que dijo la mujer pero no podía concentrarse del todo.
—¿Parásito? —Preguntó.
Estaba comenzando a recordar. Antes de desmayarse algo había controlado sus reacciones.
«¿Un parásito puede hacer eso?»
«Ahí está otra vez.»
Por un momento no supo a que se refería. La mujer se tocó la boca gesticulando como si hablara. Carlos abrió los ojos sorprendido. Se tapó la boca y dijo:
«Mierda.»
La mujer volvió a reír.
—Tranquilo, ya te acostu… «Puede que no.»
Hizo una pausa.
—Escucha… mantén la calma, quieres. Esto se arreglará muy rápido. Ahora vuelvo.
Desapareció. Así sin más. No hubo efectos de ningún tipo, ni sonidos o aire desplazándose. Nada, solo desapareció.
«¿A que se refería con lo de calmarme?»
Apenas se había preguntado eso cuando algo lo sacudió de pies a cabeza. Se quedó paralizado, como peleando contra sus propios músculos y luego cayó al suelo. Sucedió todo muy rápido, tanto que apenas lo dejó pensar. Estaba en el suelo cuando recordó lo que había dicho aquella mujer sobre la R.V.
Se calmó, de pronto estaba de nuevo en pie. Aspiró muy fuerte y soltó el aire, aunque no había aire que respirar. Así como no había músculos que controlar. Solo su mente existía en ese lugar y esa era completamente suya. Pero su cuerpo estaba por ahí afuera, indefenso.
En cuanto pensó eso dejó de sentir la necesidad de pelear por el control. En cambio, lo invadió un sentimiento de abandono. Se sentía vacío por dentro, como… lag.
No supo que pensar. Algo andaba mal pero no podía saber qué. Tenía que salir de ahí. Tenía que saber que ocurría en el mundo real. Entonces la vio.
Una puerta apareció en la pared a su derecha. Estaba abierta apenas en una rendija y del otro lado se notaba una obscuridad casi tangible. Se preguntó si debía atravesarla. Se acercó lentamente, paso a paso, sin saber que encontraría del otro lado.
Finalmente llegó hasta ella, puso la mano sobre el pomo y la empujó. Quedó abierta de par en par y la obscuridad comenzó a infiltrarse físicamente, como humo. La luz y la obscuridad se mezclaban formando espirales, como si fueran corrientes de aire a diferentes temperaturas.
Intrigado, dio un paso intentando alcanzarlas. Alargó su mano esperando sentir las espirales etéreas, como gases condensándose en el aire.
—¡No! —Escuchó una voz, pero aunque le sonaba conocida y quería obedecerla, su cuerpo no reaccionaba.
Siguió avanzando. Lo que le había parecido intrigante hasta ese momento, de pronto se volvió aterrador. Las espirales se agolpaban entre si, como tornados furiosos. Pensó que si llegaba a tocarlas le arrancarían la mano como un animal salvaje.
Apenas quedaba un centímetro para alcanzar el tentáculo más fino de obscuridad. Sus pies resbalaban por el suelo a cada intento de alejarse.
—¡Basta! —Escuchó una voz en su mente, era muy potente y le retumbó en los oídos durante un momento.
Cuando reaccionó la mujer de antes estaba frente a él. La puerta ya no existía, como si nunca hubiera estado ahí. No, era más… como si… ¿Dejó de existir siempre? ¿Nunca… dejó… de no ser?
—No te azotes. —Dijo la mujer sacándolo de sus divagaciones.
Notó que su mano derecha brillaba. Se la puso en la cabeza y eso lo devolvió a la normalidad. No lo había notado pero se sentía como si lo acabaran de sacar del agua. Estaba temblando, aturdido, se sentía pesado. Se dejó caer al suelo y se sentó.
Quería preguntar que había sido eso, pero temía a la respuesta. No recordó que ella podía leer su mente, o lo que fuera eso.
—Eso no lo hago yo... En cuanto a que era eso, pues, es complicado.
Carlos se cubrió los ojos. La situación lo estaba superando.
—Deja de hacer eso por favor.
La mujer asintió resignada.
—Bien… Por cierto, soy Omega… Por si te lo preguntabas. Como la letra, sí. Bueno en realidad… No importa… Dejaré de hablar.
Así lo hizo. Se quedó en silencio, solo cuidándolo sin acercarse. A Carlos le tomó un buen rato pero por fin recuperó su aplomo.
—¿Qué clase de nombre es Omega? —Preguntó más calmado.
Había estado pensando en eso pero ella no respondió hasta que preguntó con su propia boca.
—Creí que nunca preguntarías. Digamos que… es un nombre clave. Soy humana, como tú. Más o menos. —Al decir eso último levantó la mano que había visto brillando hacía poco.
—Ok. —Carlos no quería seguir preguntando pero tarde o temprano iba a tener que hacerlo—. ¿Qué está pasando? ¿En que me metí…? ¿Por qué?
—Espera. Vamos por partes, vale. —La mujer se sentó…
—¡Omega! Venga, repítelo. O-me-ga.
Carlos la miró, suspiró y cedió.
—Omega. Como la letra.
Ella asintió, estaba sentada frente a él en una silla que no sabía de dónde había salido.
—Para empezar. Estamos en la V.R. o el puente. Como prefieras. Aquí pasan cosas extrañas, es… normal, hasta cierto punto. No las tomes en cuenta. A menos que intenten comerte, entonces corre.
Omega sonreía pero Carlos no. Así que se puso seria de nuevo y siguió hablando.
—Hubo un problema con el puente. Digamos que fue atacado por… civer terroristas. Uno de esos ataques te llegó a ti. Estaba pensado para objetivos IA. Es por eso que esta actuando raro en ti. Intentamos ayudarte pero es complicado.
—¿¡Qué!?
—¿A que te refieres con “qué”?
—Casi me come un remolino virtual de obscuridad. Tú me salvaste con una… mano que brilla y además puedes… leerme la mente.
Ésta vez Carlos si se echó a reír pero era una risa nerviosa, casi histérica.
—Espera, espera. Respira. —Omega se había levantado e intentaba calmar a Carlos.
Lo tomó de un brazo firmemente, también de su cabeza y lo obligó a mirarla.
—Aquí estoy. ¿Ves? Soy real. Escúchame, escucha mi voz.
Omega se mantuvo hablándole, diciendo que estaría a su lado siempre. Carlos se relajó poco a poco. Se dio cuenta de que también estaba de pie.
Curiosamente siempre se había preguntado cómo podría lidiar con un ataque de pánico en un lugar donde nada era real. Omega acababa de mostrárselo. No se trataba de su voz o de sus palabras. Lo que se necesitaba era un ancla, una que fuera firme para evitar que te perdieras en las posibilidades que implicaba una realidad virtual.
Ese tipo de cosas eran aún un debate para la sociedad. Si Omega lo había hecho casi como un reflejo, significaba que para ella era cuestión de normalidad. Se preguntó quién era esa mujer y cuánto tiempo había vivido en… “el puente”.
—Mucho menos de lo que crees. —Dijo sonriendo.
Carlos sonrió también. Junto a la posibilidad de perderse en el mundo virtual, que Omega supiera lo que pensaba no era tan malo.
—Entonces. ¿Vas a contarme la verdad?
Omega no dijo nada, solo lo miró. En sus ojos vio lo terrible de su situación, y obtuvo su respuesta.
—¿Tan malo es?
Omega asintió.
—¿Puedo hacer algo?
Ésta vez negó.
—Solo espera un poco. Te aseguro que lo arreglaremos.
Carlos asintió resignado. Se sentó en el sillón rojo. Inmediatamente se transformó en una silla gamer.
—Responde a lo que consideras más cómodo. —Dijo Omega respondiendo a la pregunta que no llegó a hacer.
Creyó escucharla decir algo más pero no estaba seguro. Ella hizo unos ademanes y le lanzó algo. Carlos recibió una interfaz con varias opciones. Había juegos, libros, películas y varias otras cosas. Sonrió.
—¿Mientras espero?
Omega asintió y volvió a desaparecer.
Pasó el tiempo, y pasó, y siguió pasando. No tenía idea de cuánto. No tenía forma de medirlo así que se tuvo que conformar con la espera. Para matar el tiempo se puso a revisar lo que le dejó Omega.
Encontró varios juegos comunes, solitario, maijong, el clásico de todos los tiempos: Tetris. Hasta busca minas había. También vio títulos más largos. Como la versión hindú de god of war. El reboot más reciente, no la porquería que mató a la franquicia.
Vio un guild wars 3, un Skyrim versión 30 aniversario, y un Minecraft: origen. El team fortres 3, la versión off line. El tom rider retro de 2020. Los FIFA del 2020 al 41, cuando fue descontinuado por escasa demanda. Solo juegos pequeños, de menos de un terabait.
Checó también los libros. El Quijote no podía faltar. El Conde de Montecristo, Moby Dick, Los tres mosqueteros, La recopilación más larga que había visto de Sherlock Holmes, La saga completa de Canción de hielo y fuego, con el Vientos de invierno original de R. R. Martin y la versión fanfiction terminada por los fans. La saga de Harry Potter, junto con los siete libros más de sus hijos, todos malos por cierto.
Estaba también Extinción, la versión re editada con notas de autor. El universo en una tasa de café de Jordi Pereira. Homo deus, de Yuval Noha Harari. El mundo y sus demonios de Carl Sagan, Sinergia: el Dios del 2040 de Mirtan Zapína y un largo etcétera.
Escuchó algunas canciones también pero todas eran, o muy tristes o muy agresivas. Había una banda llamada: Temerarios, que casi lo llevó a cortarse las venas de la tristeza, de temerarios no tenían nada. Lo más normal que escuchó fue una canción de: Imagine dragons. My enemy, se llamaba. El resto fueron demasiado para sus oídos.
Encontró también una carpeta de nombre, “Psicofonías”. Estaba llena de audios cortos, llenos de ruido, y con voces de fondo que decían cosas totalmente random.
Otra carpeta tenía algo que no se esperaba. ¡Imágenes de armas de Ayapan! Eso lo sorprendió. ¿Omega jugaba en Ayapan? ¿O eran parte de una investigación? Recordó que antes de que todo se fuera al carajo estaba en Ayapan, en el calabozo.
—¡Gato! —Exclamó recordándolo de improvisto.
Si todo esto había comenzado en Ayapan, Gato podría estar en problemas. Tenía que hacer algo. Apenas lo conocía pero eran muy pocas las personas con las que había conectado en su vida. Además, se lo debía, estaban en medio de un trato. No iba a romper un trato así, mucho menos en Ayapan.
Se comenzó a impacientar. Necesitaba que Omega regresara, necesitaba su ayuda, por lo menos algo de información. Seguramente ella sabía algo de Gato. Sí. Si él estaba en ese lugar Gato debería estarlo también.
Empezó a caminar de un lado a otro como animal enjaulado. Se hartó rápidamente. Empezó a llamar a Omega en voz alta. No sabía si podía escucharlo pero no podía hacer otra cosa. Luego se calló, se sentó en la silla gamer y se concentró. Empezó a llamarla con la mente. Al primer intento se sintió ridículo pero se obligó a seguir.
Para la tercera vez que lo hizo escuchó su voz.
—Aquí estoy, aquí estoy. ¿Qué pasa?
Carlos nunca había escuchado nada tan hermoso. Se levantó de un salto y la abrazó. Omega se quedó muy quieta, sorprendida. Carlos reaccionó, recordó a Gato y se apartó.
—¡Gato! —Dijo.
Omega lo miraba con unos ojos raros que se convirtieron en un ceño fruncido muy rápido.
—Primero que nada. No vuelvas a hacer eso, entendido.
Carlos asintió avergonzado.
—Segundo. Para qué quieres un gato.
«Es cierto, Gato.»
Pensar en eso lo devolvió a la normalidad, más o menos.
—Gato no es un gato, es Gato.
—¡Un jugador de Ayapan! —Concluyó Omega.
Él asintió. Ella se quedó pensando unos segundos, luego volvió a verlo.
—Tenemos que hacerlo. —Dijo—. Ya sabe lo de Ayapan… más o menos.
Carlos se quedó confundido. No entendía de que hablaba Omega. Ella debió notarlo porque se señaló la cabeza a modo de explicación. Carlos comprendió de inmediato. Estaba hablando con… ellas. ¿Las luces? Quién quiera que fueran.
Se quedó callado, esperando en segundo plano a que terminara su asunto.
—Podría tener información… Ya lo sé… ya lo sé… ¿Como con Alex?
Se preguntó. ¿Quién era ese tal Alex y que era lo que sabía Omega que insistía tanto? Lo de la información supuso que se refería a él mismo. No tenía idea de qué querían saber pero aceptaría hablar de lo que fuera para saber algo de Gato.
Por fin Omega asintió dos veces, prometió algo, luego lo juró por si misma a modo de broma. Al parecer las luces no eran muy brillantes porque no parecía que hubieran entendido eso. Al menos Omega no lo dejó notar.
Finalmente Omega volvió a enfocar la mirada, prestando atención al lugar. Lo pensó otro instante, como considerando lo que iba a hacer a continuación. Llevó una mano a un bolsillo de su chaqueta y lo devolvió a un costado rápidamente. Entonces empezó a hablar.
—¿Estas seguro de que quieres saber la verdad? Bueno, al menos, lo que saben las luces.
Carlos dudó un poco. Omega no se apiadó.
—Será duro. Será más complicado de lo que crees, puede que quedes traumatizado. Puede que ni comprendas algunas partes. Aún así. ¿Quieres saber lo que ocurre? ¿Realmente lo quieres?
Carlos empezó a imaginar escenarios. Muertes por microondas, a lo SAO. Conspiraciones tipo: los iluminati. Fallos en el software. Hasta le llegó a la mente una película de culto tan antigua que se publicó antes de que sus padres nacieran.
«Matrix.»
«¿Qué es matrix?»
Carlos captó eso. Se dio cuenta apenas pero lo había captado. Empezó a preguntarse cuanto de lo que escuchaba salía de la boca de Omega y cuánto salía de su mente. Ella empezó a hablar, alejándolo de esas divagaciones.
—Te voy a contar un cuento. ¿Vale? Tú vas a leer entre líneas e iras entendiendo lo que puedas, y lo que no, será una carga que te evitarás.
Ambos se sentaron, preparándose para la historia. Cuando Omega consideró que estaban listos, empezó a relatar con voz de cuentacuentos.
—Todo empezó hace mucho tiempo…