La otra cara de la luna

CAPITULO 4.

Caminaron en completo silencio detrás de Evan y Maite, no había sino cruzado tres palabras y eso los incomodaba. Tomas tomo la mano de Elisabeth en cuanto vio entrar a la heladería a Evan y Maite.

-espera –ella lo miro –no ha sido la mejor de las tardes ¿verdad?

-no –dijo en susurro, mirándolo a los ojos - ¿Qué nos está pasando?

Él la halo y la abrazo –lo siento –ella intento buscar esa paz, esa calidez, pero no la encontró, al igual que las otras veces. La soltó, tomo su cara y la beso tiernamente.

-vamos por el helado, ¿te parece? –ella asintió no muy convencida, tomo su mano y caminaron en dirección a la heladería, pero cuando iban a entrar, el teléfono de Tomás sonó. Él miro rápidamente la pantalla.

-ve, voy en seguida –Elisabeth lo miro alejarse. Espero un momento, sabía que nada se iba a arreglar.

Entro a la heladería, miro a Maite pegada a la vitrina donde estaban los helados.

- ¿has escogido algún sabor?

-no se decide –hablo Evan a sus espaldas, ella se giró - ¿estás bien?

-si –volvió su mirada a la entrada.

- ¡Elisa! –Maite llamo su atención –quiero el de chocolate, pero también el de fresa –dijo haciendo un gesto tierno.

-te parece si tú escoges el de chocolate y yo el de fresa, y lo compartimos.

- ¡si! –dijo emocionada, Elisabeth asintió con una sonrisa e hizo el pedido.

-no me convences, dime la verdad –insistió Evan. Ella hizo una mueca, iba a hablar, pero una voz la interrumpió.

-disculpen, su pedido está listo –ellos tomaron su orden y salieron de la heladería.

A lo lejos vieron a Tomás, que habla a gusto en su teléfono, ella observo sus movimientos, parecía feliz. Tomás al darse cuenta de su presencia, hablo rápidamente y colgó.

-disculpen –se acercó a ellos –Elisabeth tengo que irme –dijo tomándola de la mano –ven, las dejo en casa.

-no es necesario –lo interrumpió Evan –las dejare en casa.

-no confió mucho en ti –dijo en un tono serio.

-ni yo en ti –el ambiente se tensó, Maite no era tonta, y odiaba de sobremanera ese ambiente, miro a su hermana, pero parecía ida, como si no estuviera ahí.

-quiero quedarme, no quiero ir a casa –hablo Maite con tristeza –Evan promete llevarnos a casa sanas y salvas, ¿verdad?

-así es –dijo mirando a la niña, para después mirar con recelo a Tomás.

-también deseo quedarme –dijo Elisabeth soltándose de Tomás –puedes irte, nadie te retiene –hablo con un tono frió.

-está bien –dijo calmado, pero sus ojos no decían lo mismo, estaban irradiando de rabia –disfruten el resto de la tarde –dijo sarcástico, y se fue a toda prisa.

. . .

Caminaron por el parque, ella intentaba despejar su mente, pero lo que acaba de pasar no podía sacarlo de su mente, y tenía una inmensa curiosidad por saber quién era la persona que, hacia sonreír a Tomás, estaba claro que ya no era ella, pero ella se negaba a eso, por otro lado, Evan iba en completo silencio, viendo como Maite jugaba a perseguir una hoja de roble, no quería decir nada, parecía que estaba cómodo así.

De repente todo cambio y las sonrías se hicieron presente, en el parque había una persona vestida de payaso, que alrededor había muchos niños con sus padres, ellos se acercaron por petición de Maite, sus chistes no eran buenos, pero tenía una vibra impresionante, como un brillo que lo hacía especial y que contagiaba a los de su alrededor, haciendo olvidar los malos momentos. Cuando el sol se estaba ocultando decidieron volver a casa, iban hablando de cosas triviales, Maite había caído rendida, y ahora se encontraba colgada de la espalda de Evan.

-me agrada que sonrías –ella lo miro –lo que haya pasado esta tarde, pronto se solucionara –suspiro y decidió hablar.

-no lo sé, tal vez toda la magia se acabó –él se sorprendió.

-no es una buena respuesta, lo sabes, ¿verdad? –ella asintió, estaban enfrente de la casa de Elisabeth.

-deberías irte a casa, se hace tarde –despertó a Maite, ella se sobo sus ojos e intento pararse sin perder el equilibrio –cuídate –le dio un abrazo y entro a su casa con Maite tambaleando.

Empezaba a ser frío, el sol se había ocultado hace unos minutos, camino hasta la parada de autobuses, sintió un revoltijo en el estómago, no sabía cómo sentirse, ¿feliz o preocupado? Tal vez las dos, estaba feliz por pasar su tarde con Elisabeth, pero preocupado por su actitud, puede que ella tenía razón, la magia entre ellos había terminado o solo estaban pasando un mal momento. Suspiro, quiso despejar su mente, no quería pensar en algo que él no le convenía o tal vez sí, pero tenía claro que no debía entrometerse. Espero que su bus llegara y fue a casa.

La semana siguiente fue agitada, los maestros estaban apresurados por sacar notas, los llenaron de trabajos y exámenes, faltaban cuatro meses para la graduación, pero dos eran para terminar clases y los dos últimos para la preparación de la ceremonia. Los agitados trabajos no permitieron que Elisabeth y Tomás se vieran, y aún más cuando estaban en diferentes salones.



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En el texto hay: emociones, amor juvenil, amistad amor

Editado: 27.04.2020

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