La otra cara de la luna

CAPITULO 8.

Después de dos meses no había recibido llamada o mensaje alguno. Antes de irse prometió comunicarse con ella, aunque no estaba totalmente consiente cuando lo hizo, él estaba inmerso en sus pensamientos por aquella perdida que tuvo. Pero le parecía absurdo y le molestaba de sobremanera que la haya olvidado, cuando ella ni siquiera podía sacarlo de su cabeza. Pero de algo estaba segura, ella iba a cumplir su promesa, tenía los días contados para volverlo a ver. Pronto se mudaría a Praga y lo volverá a ver.

. . .

Su teléfono sonó, anunciando una llamada.

-señor Andrés

- ¡Elisabeth!, ¿Cómo estás?

-muy bien –hablo emocionada.

-sabes muy bien porque lo de la llama –hablo decepcionado. Ella asintió –los problemas se me han acumulado, y no voy poder estar.

-Lían ¿lo sabe?

-así es –suspiro cansado –odio decepcionarlo.

Ella hizo una mueca –gracias por estar ahí.

-siempre estaremos para él.

- ¿podrías enviarme una foto? –Elisabeth sonrió con nostalgia.

-claro que sí.

-gracias, tengo que irme, adiós –colgó.

Hace cinco años, cada cinco de noviembre tiene que ser lo mismo. Lían fingía estar bien, pero no era así, aunque ellos intentaran animarlo.

Salió de su casa, era sábado en la tarde, no había nadie en casa, sus padres acompañaron a Mia a visitar una hermana que vivía en Pilsen, así que se quedarían todo el fin de semana. Camino por la calle central, eran cerca de las cinco, el ambiente era frío y había mucha gente que salía de sus trabajos. Entro a un centro comercial, y entro a una joyería.

-buenas tardes señorita, ¿en qué puedo ayudarle? –una mujer alta, delgada, de traje elegante, con un moño rojo, su cabello lo traía recogido; la recibió amablemente.

-buenas tardes –saludo con una sonrisa –busco un collar para hombre.

-por aquí –la llevo a unas vitrinas, donde se podía observar todo tipo de collares –también, le podemos ofrecer reloj, manillas, sortijas.

-gracias, pero deseo el collar –ella asintió y se retiró.

Al parecer ninguno era de su gusto, ninguno significaba algo. Hizo una mueca. Había muchos, pero ninguno que llamase su atención. Echo la última ojeada y en medio de dos collares, uno con dije de un tigre y el otro un águila, miro uno, con un dije de un puzle.

Sonrió. Un recuerdo vino a su mente.

Ellos estaban en la época de escuela, sentados alrededor de aquella mesa pequeña de la sala de la casa de Elisabeth, se habían saltado de clases. Elisabeth estaba en casa, había enfermado, una terrible gripe la había atacado. Sacaron un rompecabezas que yacía en la biblioteca de su casa. Empezaron a armarlo.

Este tenía unas piezas más grandes que otras. Ella analizaba que ficha encajaba en la mitad de lo que llevaban armando, mientras Evan intentaba encajar una pieza, la cual claramente no iba en ese lugar.

-son mis más grandes puzles –Lían tenia los puzles más grandes del rompecabezas, los observaba como si pudiera ver más allá de dos simples piezas.

- ¿Qué? –dijo dudosa Elisabeth. Evan lo miro con una incógnita.

-la vida es como un rompecabezas, los puzles van encajando según las personas que llegan a tu vida, al igual que las experiencias y decisiones que tomas, ustedes son mi más grande decisión, he vivido las mejores experiencias con ustedes, son los puzles más grandes de mi vida –lo miraron sorprendidos.

Lían se había convertido en uno de su más grande puzle en su vida, al igual que Evan. Lían era como su hermano mayor, era ese consuelo y esa paz que puedes encontrar solo en las personas que amas. Los dos se habían aferrado tanto el uno por el otro, que era casi imposible separarse, sus discusiones no eran pequeñas, la mayoría eran por caprichos de ella, pero siempre terminaban arreglando las cosas. Lían se convirtió en su protector, en ese escudo, aunque realmente el escudo fuera ella. Ella se ha convertido para él, en su salvación.

Elisabeth llamo a la mujer que la atendió, y le pidió el collar de puzle, ella amablemente le dio algunas indicaciones de pago. Luego de pagar, le entregaron el collar empacado en una bolsa de regalo azul marino.

Salió de centro comercial y camino hasta su casa a pasos lentos y sintiendo el frío en su cuerpo. La bolsa iba balanceándose. Cuando estaba a dos casas de la suya, miro dos sombras sentadas en su entrada, intento mirar sus rostros, pero la penumbra de la noche no se lo permitió. Se colocó la capucha de su buzo, agarro una piedra, y se acercó con sigilo, cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo diferencia aquellas sombras. Eran Evan y Lían.

- ¿Evan? ¿lían?

- ¡oh! ¡es Elisa! –Lían hablo ebrio, sus ojos estaban a medio cerrar. Evan también estaba ebrio, pero parecía estar más consiente. Elisabeth los observo con una mirada acusadora esperando una explicación.

Evan encogió los hombros con una sonrisa estúpida –los del club de baloncesto han decidido celebrar su cumpleaños por adelantado –Ella puso sus ojos en blanco y los hizo entrar a su casa.

Entraron a la casa y se sentaron en los muebles. Elisabeth fue a la cocina para traer dos vasos con agua, se los paso y fue a su habitación; guardo el collar en su closet, recogió algunas cosas que había dejado tiradas y volvió a la sala.

Lían se había recostado en el mueble más grande, estaba cubierto con una manta que al parecer había sido sacado del cuarto de Maite. Elisabeth se acercó hasta él, por un momento se asustó, Evan no estaba, pero al momento apareció con otra manta y una almohada, se los coloco a Lían, como si de un pequeño niño se tratara.

-Evan –lo llamo Elisabeth y lo tomo de la mano, para luego llevarlo a su habitación –luego vuelvo por Lían –pensó, mientras subían las escaleras. Cuando llegaron a la habitación, él se sacó su buzo y los tenis, halo las mantas y se tumbó en la cama.



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En el texto hay: emociones, amor juvenil, amistad amor

Editado: 27.04.2020

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