La otra cara de la Luna (epílogo)

Familia

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Un par de manitas me hacen cosquillas en el abdomen, mientras que una boquita reparte besos en mi mejilla haciéndome sonreír. Es una mañana cualquiera desde hace seis años que se me ocurrió la genial idea de ser padre, y ha sido la mejor jodida decisión que he tomado en la vida.

Unos pasos se acercan tras la puerta y mis hijos se abrazan a mi cuerpo al saber lo que les espera.

—¿Qué hacen ahí, par de traviesos?, dejen descansar a papá —la hermosa voz de Victoria me hace abrir los ojos antes de que Elián y Lúa salgan corriendo de la habitación, sin escapar a la nalgada que su madre deja en cada uno de sus pequeños traseros.

Sus risas se escuchan alejarse por el pasillo, mientras que yo no puedo evitar darle una mirada acusatoria a mi mujer por haber provocado la huida de mis hijos, justo cuando comenzaba a disfrutar de sus mimos.

—Eres mala. Ya sé que me quieres solo para ti, pero tengo suficiente amor para todos, no debes sentir celos de tus hijos.

—Me descubriste —espeta sonriendo y se acurruca a mi lado en la cama—. Te quiero solo para mí.

—Lo sabía, sigues siendo la misma caprichosa de siempre.

Me doy la vuelta hasta quedar sobre su cuerpo, Victoria enarca una ceja y me da una sonrisa sugerente al sentir cada parte de mi anatomía embonando perfectamente con la suya. Restriego de manera consciente mi erección matutina contra su centro y me maravillo al escuchar el gemido que escapa de sus labios.

—Los niños pueden regresar en cualquier momento —se queja, pero no hace nada por alejarse.

—Tienes razón —espeto bajando de la cama y su expresión decepcionada casi me hace reír.

—¿De verdad?

—Sí, además, ya casi es hora de irnos. ¿Ya están listos?

—Claro, ya tienen tres maletas llenas de juguetes desde ayer. —Pone los ojos en blanco y se sienta en la orilla de la cama—. Como si en verdad los fueran a necesitar. Apenas ven la laguna y se les olvida el mundo.

«Me pasa lo mismo», pienso.

El territorio de Luna creciente es perfecto, debo admitir, y hoy viajaremos a la manada de Verti como cada verano desde que los mellizos nacieron; se ha vuelto nuestra tradición, así como la de todos nuestros amigos. Nuestra cabaña junto a la laguna nos espera, ahí nos hospedaremos por el tiempo que duren las vacaciones.

—¡Elián!, ¡Lúa! —los llamo y, como si hubiesen estado detrás de la puerta, atraviesan la habitación en cuestión de segundos.

Elián, mi «sol», corre en dirección de su madre, quien lo recibe gustosa entre sus brazos y lo llena de cosquillas haciéndolo retorcerse. En cambio, Lúa, mi pequeña «luna», me extiende sus manos para que la levante. Es una consentida igual que su madre, y a mí me encanta cumplir todos y cada uno de sus caprichos.

—¿Ya están listos para ir a Luna creciente?

—¡¡Sí!! —gritan al unísono, emocionados como siempre.

—Entonces, ¿qué esperamos? —dice Victoria bajando a Elián y Lúa lucha por bajar de mis brazos para correr junto a su hermano a su habitación—. Me muero por ver a mi familia. —Exhala en un suspiro soñador.

—Tu hermano y yo tenemos una conversación pendiente —espeto, mientras busco mi ropa y comienzo a vestirme.

—¿Es por lo de la inversión que quieres hacer en la empresa?

—Sí, la última vez que lo hablamos no quedamos en nada.

—Debió pensar que no estabas hablando en serio. —Se encoge de hombros.

—¿Cuándo he bromeado con eso? Además, él no es el único beneficiado con esta sociedad; nosotros también ganaremos. —Le guiño un ojo para que relaje esa expresión incrédula de su rostro.

—Si tú lo dices…

No respondo. Puedo engañar a cualquiera, pero no a mi esposa; Victoria sabe que gran parte de mi oferta se debe a la repentina mala racha por la que está pasando la empresa de su hermano, y esta es mi manera de ayudarlo sin que se sienta ofendido.

Lo cierto es que todos estos años han logrado que formemos una muy buena relación y no puedo quedarme de brazos cruzados al ver que no le está yendo tan bien en los negocios como antes.

Salimos de la habitación encontrando a nuestros hijos esperando en la puerta con sus enormes sonrisas y las pequeñas maletas en sus manos.

—¡No se vayan sin mí! —grita mi tía Margaret llegando a nuestro lado.

—Por supuesto que no lo haríamos, Maggie. Vamos, mi madre estará muy feliz de verte.

Los empleados ayudan a subir el equipaje al auto y una vez que todo está listo nos dirigimos al aeropuerto. El viaje es corto gracias a la Diosa y pronto llegamos a territorio de Luna creciente. Las camionetas de Verti nos llevan al pueblo y, por raro que parezca, me siento en casa.

Las mujeres se vuelven locas al verse, mientras que Verti y yo nos apartamos del alboroto para ponernos al día.

—Pensamos que llegarían hasta mañana —dice después de saludar.

—Victoria y los niños estaban ansiosos por venir.

Me llena de alegría verlos correr por el patio junto a sus primos y saber que, después de todo el sufrimiento por el que tuvimos que pasar, mis hijos pueden disfrutar de una familia como la que siempre soñé y no pude tener. Pero, ahora no podría sentirme más pleno y dichoso.




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