La otra cara del emprendedor cubano.

¿Como ser millonario en Cuba ?

Maikol tenía 17 años y vivía con su madre en una casa sencilla de Holguín, en uno de esos barrios donde todos se conocen y el silencio de la siesta pesa tanto como el calor. Era tiempo de COVID, y las calles estaban más calladas que nunca. El encierro, al principio, le pareció una excusa para dormir hasta tarde, mirar videos en el celular y dejar que los días pasaran como si no importaran. Pero después de un tiempo, ese aburrimiento se le fue colando por dentro, hasta llegarle al pecho.

Sentía un cosquilleo raro, como una inquietud. No era tristeza, tampoco ansiedad. Era más bien esa necesidad muda de hacer algo distinto, de salirse del molde. Y ahí, justo en ese vacío, empezó a despertarse algo en él: una especie de obsesión por los negocios, por aprender a ganar dinero, por imaginar un futuro diferente. Empezó a ver videos, a leer frases motivadoras, a seguir cuentas de emprendedores. Y en silencio, sin decirle nada a nadie, se prometió que algún día sería millonario.

Tenía una perrita mestiza, pequeña, inquieta, que se llamaba Kira. Ella lo seguía a todas partes, moviendo la cola, feliz con cualquier migaja de atención. Cada mañana, después de levantarse, Maikol salía al pequeño patio y le echaba agua a las plantas. Era su rutina. Mientras lo hacía, Kira correteaba entre las macetas. Luego se sentaba un rato con el teléfono, escribiéndole por WhatsApp a su novia, que también andaba encerrada, aburrida, esperando a que todo volviera a la normalidad.

Era una rutina sencilla, casi monótona, pero dentro de él algo ya había cambiado. Aunque nadie lo notara todavía.Maikol sentía una alegría sincera cada vez que veía a sus creadores de contenido favoritos triunfar en sus negocios. Algo dentro de él se encendía. Pensaba: “Si ellos pueden, ¿por qué yo no?” Así, casi sin darse cuenta, empezó a soñar con ser millonario.

Una noche, mientras hablaba por videollamada con su enamorada—como se había vuelto costumbre en tiempos de pandemia—, le contó su idea. Ella lo miró a través de la pantalla con dulzura y, sin dudarlo, le dijo:

—Yo te voy a apoyar con mucho amor, Maikol.

Ese apoyo lo llenó de fuerza. Al día siguiente, se lo contó a su mejor amigo, Manuel. Este se rió con entusiasmo y le respondió:

—Hermano, yo voy a ser millonario a tu lado también.

Maikol no podía pedir más: las personas más importantes en su vida creían en él. Su novia, su mejor amigo y, por supuesto, su madre, quien siempre lo había apoyado en cada paso.

Y así comienza el camino de Maikol. Su andadura hacia ese gran sueño: convertirse en millonario.

Con la bendición de Dios y el universo, llegó por fin el tiempo tan esperado: la COVID terminó para el pueblo cubano. Las escuelas reabrieron sus puertas, los negocios comenzaron a funcionar otra vez, y la vida empezó, poco a poco, a parecerse a lo que era antes.

Para Maikol, aquello era más que el regreso a la normalidad: era el inicio de su momento. Volvió a ver a sus amigos cara a cara, sin mascarillas ni distancias. Y, por fin, pudo reencontrarse con su novia. El primer beso después de tanto tiempo supo a esperanza.

Un día cualquiera en la escuela, Maikol se sentó en el banco de siempre con sus compañeros. Entre risas y comentarios sobre lo mucho que habían cambiado todos, surgió un tema nuevo.

—Oye, ¿han oído hablar de Axie Infinity? —dijo Daniel, uno de los más activos del grupo.

—¿Eso qué es? —preguntó Maikol, curioso.

Daniel, con brillo en los ojos, sacó su celular y empezó a mostrar imágenes del juego.

—Es un juego de blockchain —explicó—. Crías y peleas con unas criaturas llamadas axies. Pero lo mejor es que ganas dinero real. Hay gente que está haciendo plata todos los días con esto. Lo están usando hasta en Filipinas para mantener familias.

Los ojos de Maikol se abrieron con asombro.

—¿Y se puede jugar aquí?

—Claro, pero hay un detalle —dijo Daniel, bajando un poco el tono—. Para empezar, necesitas comprar al menos tres axies. Eso cuesta como 300 dólares, o más, depende.

La emoción de Maikol se desinfló al instante. Hizo un esfuerzo por mantener la sonrisa, pero por dentro algo se le rompió.

Pensó en su casa. En su madre, que se levantaba todos los días antes del amanecer para ir a limpiar la iglesia del barrio. Lo hacía con amor, sí, pero apenas alcanzaba para pagar lo básico. El lujo de entrar a un juego de 300 dólares era un sueño lejano.

—Ah, está duro eso —murmuró Maikol, disimulando.

Nadie notó su incomodidad. Daniel siguió explicando cosas del juego con entusiasmo, mientras los demás lo rodeaban. Maikol los escuchaba, pero su mente estaba en otro lugar.

¿Y si yo pudiera entrar? ¿Y si esto fuera una oportunidad? Pero… ¿de dónde saco ese dinero?

Una mezcla de frustración y deseo se le quedó pegada en el pecho. Por primera vez, sintió que el mundo digital tenía puertas, pero no todas estaban abiertas para él.

Y sin embargo, en lo más profundo de su corazón, una pequeña voz le susurraba:

“No te rindas, Maikol. Esta no será tu historia para siempre.”

“El tiempo no espera a nadie”

El tiempo pasa volando. Uno cree que tiene todo el futuro por delante, pero cuando menos te lo esperás… ya estás tomando decisiones que definen tu vida. Terminé el preuniversitario, y aunque todavía me sentía un chico, ya estaba de lleno en el mundo de los grandes.

Elegí la carrera de electrónica. No porque me apasionara ni porque soñara con eso desde chico. La verdad, lo hice porque todo el mundo decía que ahí se ganaba buena plata. Que era una “carrera con salida”, como le gustaba repetir a mi tío cada vez que se hablaba del futuro. Y yo, como muchos, me dejé llevar por esa idea.

Mi novia, en cambio, se fue por enfermería. Ella sí tenía vocación. Siempre tuvo ese instinto de cuidar, de pensar en los demás antes que en sí misma. Éramos distintos, pero encajábamos como piezas de un rompecabezas.

Y justo cuando parecía que todo iba tomando forma, llegó ese momento que ningún hombre espera con alegría: el servicio militar.



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En el texto hay: vida en cuba /crítica social

Editado: 30.07.2025

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