La otra cara del emprendedor cubano.

Capítulo 5: Cuba, el país que se desangra

Hay lugares en el mundo donde el tiempo parece avanzar, y otros donde simplemente se repite. Cuba, la isla cálida y vibrante que alguna vez prometió esperanza, hoy se desangra lentamente en una rutina de sobrevivencia. No se trata solo de una crisis económica. Es más profundo. Es un agotamiento generalizado, una especie de asfixia colectiva que aprieta sin descanso a cada ciudadano que pisa estas calles rotas, llenas de historia y desesperanza.

La corriente se va. No por minutos, sino por días enteros. En muchos barrios, la electricidad se convierte en un lujo momentáneo, como si el Estado jugara a encender y apagar la vida misma. La gente ya no pregunta cuándo volverá, sino cuánto durará esta vez. Las neveras, muchas de ellas viejas soviéticas que aún resisten, guardan alimentos que probablemente se pierdan en el próximo apagón. En las noches oscuras, las familias se sientan frente a velas que parpadean igual que su paciencia. Se oyen historias susurradas, risas forzadas, y a veces, lágrimas contenidas de abuelos que no comprenden cómo se ha llegado a esto.

No hay agua. No llega a las casas. Se pasa una semana sin ver salir una gota del grifo. Los cubos, pomos, botellas y tanques se convierten en tesoros. Los vecinos hacen colas con carretillas y galones en las manos, caminando kilómetros para buscar agua en una pila pública, si es que tiene presión. El sol no perdona y el líquido vital, ese que debería ser un derecho elemental, se convierte en un privilegio escaso. Hay madres que bañan a sus hijos con botellas cortadas, usando apenas medio litro para quitarles el sudor del día. Hay ancianos que no tienen fuerzas para cargar un solo galón y dependen de la bondad de algún vecino. Cuba se ha convertido en un lugar donde el agua se ruega.

La comida, si se encuentra, está por las nubes. El arroz, que alguna vez fue el símbolo de la mesa cubana, vale más que un día de salario. La carne es un fantasma. Los mercados están llenos de huecos y los ojos de la gente, vacíos. Comer tres veces al día se ha convertido en una hazaña que no muchos pueden contar. Se sobrevive con pan si lo hay, boniato, un huevo partido en dos para que rinda más. Los niños aprenden a vivir con hambre.

El dólar es un dios que no todos pueden adorar. Su valor sube sin lógica y rompe la espalda del cubano de a pie. El que cobra en pesos está condenado. Condenado a ver cómo todo sube menos su salario. A contar los billetes que no alcanzan. A buscar alternativas que muchas veces bordean la ilegalidad. Hay quienes venden lo que tienen, desde zapatos hasta pomos vacíos, por un poco de moneda dura. La desigualdad es brutal. Hay quien recibe remesas y puede sobrevivir, y quien no, y simplemente se hunde.

Los viejos se mueren de hambre. Literalmente. Hay ancianos que pasaron toda su vida trabajando, construyendo hospitales, escuelas, caminos. Y ahora viven con 1,500 pesos mensuales, lo que no alcanza ni para una libra de leche en polvo. Algunos rebuscan en los contenedores, otros venden maní o cigarros sueltos en las esquinas. Muchos simplemente se sientan frente a su portal y esperan. Esperan una ayuda que no llega, una solución que nunca llega. Algunos mueren en silencio. Otros mueren gritando, pero nadie los oye.

Las historias de desesperación se multiplican. Marta, una mujer de 42 años, camina todos los días desde Regla hasta La Habana Vieja para vender jabones y fósforos. Lo que gana apenas le da para comprar arroz y un poco de grasa. Su hijo está en México, intentando cruzar la frontera a Estados Unidos. Cada noche reza porque no lo maten, porque no desaparezca. Ella dice que solo aguanta por él, por la promesa de que un día la sacará de allí.

Luis, un electricista jubilado, vende cables viejos y bombillas recicladas en un rincón de su barrio. Se sienta bajo el sol, en una silla rota, esperando que alguien necesite algo. Antes tenía un taller. Hoy tiene un rincón y una caja de herramientas oxidadas. Dice que no quiere emigrar, que esta es su tierra, pero a veces se queda mirando al mar con ojos de barco.

Yolanda, maestra de primaria, decidió dejar su plaza para vender croquetas en la puerta de su casa. El aula quedó vacía. "No podía seguir enseñando con hambre", dice. Ahora gana el doble friendo en una hornilla eléctrica, si hay corriente. Si no, espera.

Cada cubano es una historia de resistencia. Y cada historia tiene dolor, ingenio, y cansancio acumulado. Porque sobrevivir se ha convertido en la única meta. El problema no es solo económico. Es espiritual. Es saber que el futuro se ha vuelto una palabra extranjera. Es ver que cada generación vive peor que la anterior. Es perder el sentido del esfuerzo porque el esfuerzo ya no garantiza nada.

El transporte es otro infierno. No hay gasolina, no hay ómnibus, no hay taxis. La gente camina kilómetros o espera horas bajo el sol por una guagua que nunca llega. Las paradas son puntos de encuentro entre el enojo y la resignación. A veces, un camión desvencijado hace de transporte público y carga a decenas como ganado. Otras veces, el dedo levantado al borde de la carretera se convierte en la única esperanza de llegar a casa.

La medicina escasea. Hay personas que mueren por falta de antibióticos. Por falta de insulina. Por falta de una pastilla para la presión. Hay hospitales donde no hay ni jeringuillas. Hay farmacias vacías y mercados llenos de rumores. La salud, orgullo de antaño, ahora se enfrenta a una realidad donde el dolor físico compite con el emocional. Donde la cura depende del contacto, del invento, del milagro.

Y aún así, el cubano se ríe. Porque si algo queda, es el humor. En medio del apagón, alguien cuenta un chiste. En la cola para el pan, alguien improvisa una trova. La vida continúa porque no hay de otra. Pero eso no es lo mismo que vivir. Es apenas resistir.

Cuba se desangra no por falta de talento, ni de recursos humanos, ni de historia. Se desangra por la incapacidad de renovarse, de escuchar, de reconstruirse. Porque el sistema no se adapta, y la gente, cansada, ya no espera nada. Y cuando un pueblo deja de esperar, deja también de soñar.



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En el texto hay: vida en cuba /crítica social

Editado: 02.08.2025

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