La otra cara del emprendedor cubano.

Capítulo 14: El ascenso del invisible

Maikol había aceptado la idea de trabajar con Manuel ,era su amigo le tenía confianza ,sabía que no iba a pasar nada malo que con pelusa.

Acepto porque todavía tenían que ahorrar para salir del país y Camila acepto ,ella sabía que había que hacer algo .

Empezaron los negocios.

Maikol se miró al espejo de un baño mugroso en un almacén abandonado de Las Tunas. El reflejo no era el de un vendedor de detergente en las esquinas de Holguín. Era otro: uno con ojos despiertos, barba de varios días, y un nuevo brillo en la mirada. Manuel le había tendido la mano, pero no gratis. Le había dicho la frase que lo marcó:

—Aquí no hay amigos, solo gente que no se ha traicionado aún.

Esa misma mañana, lo montaron en una van sin matrícula junto a otros tres tipos. Uno de ellos era un santiaguero llamado Alain, que se hacía llamar “El Cirujano” por su forma de picar y pesar con precisión los paquetes. Otro, un negro flaco de Ciego de Ávila, conocido como Junior el Goma, experto en pasar mercancía disfrazada de donaciones médicas. El tercero, Tito, era de Holguín, como Maikol, pero mucho más curtido, con ojos fríos y tatuajes que contaban historias que nadie se atrevía a preguntar.

Durante el viaje, Maikol escuchó y aprendió. No hablaba mucho. Sabía que en ese mundo, el silencio era una forma de poder.

Llegaron a un punto intermedio: un viejo taller mecánico reconvertido en central de operaciones. Allí, Manuel dio las órdenes con tono seco:

—Hoy se distribuye el nuevo lote. Detergente de Brasil, pasta de dientes colombiana, antibióticos del hospital de Santa Clara y un combo de lujo: cigarrillos Populares originales, con sello. Precio por unidad, 2 veces el salario mínimo.

Manuel lo miró directamente:

—Maikol, tú vas para Holguín. Ya tienes calle, tienes contactos, y no estás quemado. Usa la misma red de los vendedores de Calle 13. Tito va contigo.

Maikol asintió sin palabras. Lo que antes eran jabitas con cloro y jabón, ahora eran cajas con etiquetas falsas, sellos robados y documentos firmados por médicos muertos. La venta era callejera, sí, pero el nivel… ese nivel era otra liga.

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Esa tarde, estaban de regreso en Holguín. Tito le mostró cómo mover los paquetes sin levantar sospechas. Usaban bicicletas eléctricas adaptadas con compartimientos falsos. Los vendederos de confianza eran puesteros ambulantes: mujeres con bebés, ancianos que parecían inofensivos, muchachos que solo vendían caramelos… hasta que el cliente pedía la palabra clave.

—¿Tienes "azul celeste"? —decía un comprador.

—Claro, 300 el sobre. 3 por mil si eres de confianza —respondía la vieja con sombrero.

Maikol observaba todo con frialdad. Ya no era un improvisado. Lo que empezó como necesidad se estaba volviendo método.

A los pocos días, las ganancias eran notables. En una sola jornada, Maikol había recogido más de 40 000 pesos en efectivo. Claro, de eso, una parte se quedaba en la “empresa”. Otra se iba en sobornos. Y lo que quedaba… era más de lo que jamás había ganado limpiamente.

Pero no todo era dinero.

Un martes por la tarde, mientras entregaba un lote de antibióticos a una farmacia clandestina, lo interceptó un muchacho en una moto.

—Maikol, te busca la Seguridad. Dicen que saben lo tuyo. ¿Quieres que te avise cuando se acerquen?

Maikol se quedó helado.

—¿Y tú quién eres?

—Amigo de Pelusa. Él me mandó. Dice que estás jugando con fuego, y si te quemas, lo salpicas.

Desde ese día, empezó a cambiar la estrategia. Menos exposición. Más delegar. Reclutó a tres chamas del reparto Alcides Pino, hábiles, flacos, rápidos. Les pagaba por comisión. Y pronto, los chamas ya hacían la entrega directa mientras él solo coordinaba.

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La figura de Maikol comenzó a crecer en las sombras. En Calle 13 ya se hablaba de un tipo nuevo, que no gritaba, no se metía en líos, pero que movía mercancía de calidad, siempre cumplía, y nunca fallaba. Le pusieron un apodo: “El Invisible”.

Pero no todo era gloria.

Una tarde, uno de los chamas que trabajaba con él no regresó. Se llamaba Yunior, tenía 17 años. Desapareció con un paquete valorado en 12 000 pesos. Maikol fue a buscarlo al barrio. La abuela lloraba en la puerta. La policía no sabía nada. Pero Tito sí sabía.

—Lo tienen en el cuartico de la División. Cayó, pero no habló. Dice que no te conoce.

Maikol sintió una punzada. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar?

Esa noche, Manuel lo llamó.

—¿Qué vas a hacer con el chama?

—Nada —dijo Maikol.

—¿Nada? Le robaste a gente que no perdona. No lo puedes dejar así.

—Yo me encargo —respondió Maikol con voz seca.

Pero no hizo nada. Solo dejó una jaba con comida en la casa del chama. Después de eso, lo sacaron del negocio por unos días. “Suspensión voluntaria”, le dijeron.

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En esa pausa, Maikol regresó a su casa. Kira lo recibió como siempre, moviendo la cola, sin saber de peligros ni ganancias. Eddy pasó por la noche, con una botella de ron barato y un montón de preguntas.

—Oye, tú no estás en lo mismo que Pelusa, ¿verdad?

Maikol lo miró con una sonrisa rara.

—Estoy en otra liga, bro. Y no hay vuelta atrás.

Esa noche no durmió. Escuchaba la calle, los perros, el silencio de los que duermen sin saber que el mundo cambia cuando tú decides cambiar las reglas.

Maikol ya no era el de antes.

Y en el bajo mundo de las ventas, la sombra del Invisible se hacía cada vez más grande.

Ese día ,alegría .

Un día Manuel le dijo que tenía que hacerse pasaporte tenía que acompañarlo a Brasil a buscar contendores de mercancía,Maikol se le alumbró la mente era la oportunidad de salir de aquí y una vez en Brasil seguro Manuel lo libera del negocio .

--Manuel deja que nos acompañe Camila necesitamos dinero .Inicio la conversación Maikol.

--Maikol queda bajo tu responsabilidad.La respuesta de Manuel .



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En el texto hay: vida en cuba /crítica social

Editado: 02.08.2025

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