La otra cara del emprendedor cubano.

Capítulo 15: Los planes

La habitación donde dormían Maikol y Camila era modesta, pero acogedora. Las paredes, desgastadas por el tiempo, estaban adornadas con pequeñas fotos familiares, recortes de revistas y dibujos que Camila había hecho durante noches de insomnio. La cama, un colchón algo vencido sobre una base de madera improvisada, crujía cada vez que uno se movía. Una pequeña repisa junto a la ventana sostenía libros viejos, frascos vacíos y un ventilador que zumbaba como un insecto cansado. Afuera, el calor cubano seguía haciendo de las suyas, pero dentro del cuarto, esa noche se sentía una extraña mezcla de nerviosismo y esperanza.

Maikol se sentó en el borde de la cama, con los codos apoyados sobre las rodillas, mirando al suelo. Camila, descalza y con el pelo húmedo después del baño, se acomodó junto a él. No hablaron por unos segundos. Solo se escuchaba el ventilador dando vueltas lentas.

—¿Tú estás seguro de esto, Maikol? —preguntó Camila en voz baja, como si las paredes pudieran delatarlos.

—Más que nunca —respondió él, alzando la mirada—. Manuel dijo que es una oportunidad única. Vamos con él a buscar la mercancía al puerto, en un contenedor. Solo tenemos que pagar el pasaje. Todo lo demás, estadía, comida, hasta el transporte, corre por cuenta del negocio.

Camila entrelazó sus dedos con los de Maikol.

—¿Y si no hay regreso? ¿Y si esa es la chance que hemos estado esperando?

—Eso es lo que yo creo. Es ahora o nunca, Cami. Allá, cuando lleguemos, le decimos a Manuel que no seguimos. Que ese viaje fue el último. Vamos a estar en otro país. No podrá obligarnos a nada.

—¿Y si se molesta?

—Va a molestarse, seguro. Pero no puede hacernos nada. No allá.

Camila asintió con lentitud. Ambos se abrazaron sin decir más, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, un camino nuevo se abría ante ellos. No sin riesgos, pero real.

Al día siguiente, el sol apenas había asomado y ya estaban en la calle, haciendo la cola frente a la oficina de trámites de pasaporte. Una fila larga como un rosario de esperanzas marchitas y renovadas al mismo tiempo. Maikol sostenía una sombrilla desvencijada sobre sus cabezas, mientras Camila revisaba una y otra vez los documentos. A su lado, parejas jóvenes, padres con hijos, viejos con mirada ansiosa. Todos soñando con la misma palabra: irse.

Entre chistes, calor y resignación, pasaron las horas. Cuando finalmente salieron de la oficina, Camila le tomó una foto a Maikol con el recibo en la mano. Él, bromeando, hizo la señal de la victoria. Luego se tomaron una selfie juntos.

—Esto es historia, mami —dijo Maikol, besándola en la mejilla.

—Historia con final feliz —añadió Camila.

Pasó un mes entero de espera. Lento, caluroso, lleno de ansiedad. Cada vez que escuchaban una moto o sonaba el teléfono, creían que eran noticias del pasaporte. Hasta que, por fin, ese día llegó.

El sol estaba cayendo cuando el teléfono sonó. Maikol lo contestó y al otro lado estaba la voz grave y directa de Manuel.

—Chama, ya están los pasaportes. Te tengo los tres listos. Vamos a viajar en agosto. ¿Listo?

Maikol apretó el teléfono con fuerza.

—Listo, hermano. Más que listo.

—Bueno, prepárate. Que esto no es un viajecito cualquiera. Es el paso grande.

Agosto estaba cerca. Y con él, una fecha significativa: tanto Maikol como Camila y Manuel cumplirían 23 años. Un número especial. La edad perfecta para comenzar de nuevo.

Esa misma noche, Maikol y Camila hicieron una videollamada a los padres de Camila, quienes ya estaban en Brasil, organizando todo para recibirlos. Al aparecer en la pantalla, el rostro de su madre se iluminó como nunca.

—¡Mis hijos! ¡Por fin! —exclamó entre lágrimas.

—¡Nos vamos, mami! ¡En agosto! —gritó Camila.

Del otro lado, abrazos virtuales, palabras atropelladas, risas, llanto, una emoción que no cabía en la pantalla del celular. Maikol también habló con ellos, recibiendo bendiciones, consejos y promesas de que allá los esperaban con los brazos abiertos.

Luego, esa alegría se multiplicó. Se lo contaron a la familia, a los vecinos más cercanos, a los que sabían guardar secretos. Todos celebraban en voz baja, como quien celebra la libertad, pero sin hacer ruido por si acaso alguien se la quiere quitar.

Maikol y Camila se sentían vivos. Todo parecía alinearse.

Pero había algo que aún no le habían dicho a Manuel.

Esa parte del plan estaba guardada en el fondo de su corazón. En cuanto llegaran a Brasil, le contarían que se salían del negocio. Que no iban a seguir en lo mismo. Que querían otra vida.

El viaje no era solo por mercancía. Era por destino.

Y ellos ya lo habían elegido.



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En el texto hay: vida en cuba /crítica social

Editado: 02.08.2025

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