Aquellos que están libres de resentimiento encontrarán la paz. -Buddha.
Una mujer de 30 años se encuentra temerosa en el pesado ambiente de su solitaria casa: Cristina, camina de un lado a otro de la sala; está nerviosa, se truena los dedos y mira a todos lados buscando algo, o mejor dicho, inspeccionando que ese "algo" no esté cerca. "¿Porqué? ¿Por qué?", se asoma por la cortina, es medio día y la gente pasa alarmada afuera en el pueblo, algo pasa y Cristina lo sabe. Sus nervios se intensifican con el espectáculo del exterior, "Es mejor que no salga hoy" piensa; se dirige a la cocina y pone agua a calentar en la tetera, una tetera especial que él le regaló hace tiempo; duda unos momentos si tomar café o té, "El café me pondrá mal", agarra un sobre de té de manzanilla y lo coloca en una pequeña taza blanca de losa, ¡qué bella aquella época en que preparaba café para el amor de su vida!, camina hacia el comedor, se sienta y comienza a hundirse en pensamientos; recuerda cuando caminaba por la orilla del rio junto a su amado, ambos descalzos, disfrutando de la fresca sombra de los árboles alrededor, esos bellos momentos cuando él le sonreía con amor, siempre fue amor de verdad; las caricias que él le hacía, sus besos, sus abrazos, siempre eran cálidos y llenos de ternura, "Amor de verdad" interiorizó Cristina. De pronto, el ruido de la tetera la saca de su trance; corre a apagar la estufa, sin pensar, agarra la tetera con la mano descubierta y se quema los dedos, estos quedan un poco enrojecidos; cuando alguien está tan enamorado no piensa bien las cosas, o ¿es otra cosa la que se adueña de sus pensamientos?; toma un trapo y por fin se logra servir en la taza, su mano tiembla, hay algo más que amor en su corazón, ¿podría ser... desesperación? Se oye un rechinido en la puerta y asustada deja caer la taza de blanca porcelana estallando en pedazos en el suelo. "Mejor usaré una de plástico", se sirve nuevamente, tratando de ignorar el ruido de la puerta abriéndose y camina a la mesa, se sienta y comienza a beber; no hay nada, todo adentro se encuentra tranquilo, solo están ella y sus recuerdos. "¿Por qué? ¿Por qué?, estábamos bien en nuestra casa junto al río, cuando me veías todas las tardes al salir del trabajo, mi amor", se oyen en la cocina unos pasos y alguien que mueve los trastes, Cristina levanta la mirada poniendo atención a los ruidos "Son gatos, son gatos callejeros" intenta justificar; de pronto se escucha que cae la tetera y el agua derramándose, ella se pone de pie asustada. Hay más que amor y desesperación en Cristina.
—¡Quién está ahí!— grita, comienza a caminar lentamente tratando de averiguar la causa del desastre pero en su camino se encuentra con un ropero que tiene un gran espejo y se detiene a contemplarse, "¡Pero si todavía me veo hermosa! ¡Hermosa y joven! ¿Qué más querías de mí, mi amor?" En esos momentos ve pasar detrás de su espalda una sombra más alta que ella y siente unos escalofríos que le recorren la espina dorsal; la casa está vacía ¿o no?
—¿Qué haces aquí? ¡Vete! ¡Vete!—grita comenzando a perder el control de sus emociones —¡Vete!—grita de nuevo y golpea fuertemente el espejo, estrellándolo un poco. Corre a su cuarto y se encierra, esta vez, ya está fuera de sí misma, aterrada de lo que la persigue dentro de su propia casa. Se sienta en la cama intentando controlarse, pero siente que unos dedos fríos la toman del pie derecho y grita. Se para y comienza a hacer una maleta, ni siquiera ve la ropa que guarda dentro ni se molesta en doblarla. Escucha unas pisadas fuertes, "¡Vete!", implora para sus adentros; se detiene en el espejo del tocador y ve que detrás, alguien está comenzando a girar la perilla. Sus ojos ya se encuentran tan abiertos como dos lunas inyectadas de sangre.
—¡Ya déjame! ¡Lárgate!—, cierra la maleta y se dirige sigilosa a la puerta al ver que ya nadie la intenta abrir. Siente un frio repentino, voltea a ver el espejo del tocador y un rostro desfigurado aparece en él, con unos ojos amarillentos y el ceño fruncido con furia, un rostro que le es familiar; toma un zapato que estaba allí tirado y lo avienta al espejo, rompiéndolo, algunos cristales le saltan encima y uno le dibuja una pequeña línea roja de sangre en la mejilla; desesperada abre la puerta y sale de la habitación y de su casa, corre hasta llegar a la terminal de autobuses del pueblo, no sabe cómo llegó tan rápido.
—¿A dónde viaja?— pregunta el encargado.
—¿Cuál es el destino más lejano al que puedo ir con esto?-—le dice Cristina, mostrándole unos cuantos billetes y unas monedas.
No escucha el nombre del sitio al que viajará, solo recibe el boleto y toma asiento en la sala de espera; los minutos parecen eternos hasta que su camión llega. Sube apresurada y encuentra su lugar.
"Quería que estuviéramos juntos siempre, mi amor, pero aquél día no debiste decir eso, no debiste decir que ya no me querías seguir viendo, si lo nuestro era amor de verdad, ¿por qué dijiste eso, mi amor? Yo soy más bella y joven que ella, soy mejor que la otra".
Comienza a derramar unas lágrimas y se pone a repasar en su mente el momento en el que su amado dijo aquellas cosas que hirieron su corazón y en el que un intenso sentimiento de frustración la embargó, tomó un cuchillo afilado y apuñaló a su amado hasta morir y deshacerle la cara con la punta, no sabe cómo es que ni siquiera se pudo defender, tal vez la ira y la locura que proyectaba Cristina aquella ocasión fue la que dejó helado al hombre; su amado cayó en la cama y ahí quedó en la cabaña donde siempre se veían.
"Soy mejor que ella", pensó. "Soy mejor, mucho mejor... juntos para siempre... lo prometiste".