La Pared

El canario es un adorno

¿Quién diría que para entonces ya estaba prendida por Simón? Sonrío complacida por aquel recuerdo. Mi corazón se acelera. Me rodea la paz. Estoy feliz al verlo sentado sobre aquella dorada y metalizada silla que se refleja en mi mente. Sigue sonriendo, sus luciérnagas brillan a la vez que observa el móvil en sus manos. No sé qué está mirando, pero sí sé que yo visualizo arte. Sigo tocando el cemento. Todo se hace más frío, puede ser el clima. Está extraño como yo consciente de eso. De pronto, mis miembros se entumecen como mi rostro.

—¿Felicidad? —susurro.

Yo pensaba que lo era feliz, me equivoqué. El mundo en el cual habitaba era idílico. Un mundo creado por mis padres, con sus normas y decálogos conductuales. Un mundo donde, quizás, sin saberlo o por ignorarlo, era prisionera. Desde luego, todas las mujeres lo son, no era la única. Es el castigo por permitir el pecado en el mundo. Ese ha sido nuestro lugar desde antaño y no sé puede escapar de él.

Simón acertaba con sus palabras. Yo no era feliz. ¿Cómo sería serlo? Conformarme, supongo. Así como debía conformarme con un noviazgo establecido. Me convencí a mí misma de que era la mejor opción. Debía amar a James sin importar qué. Mis padres lo eligieron para mí desde pequeño. Él era el hijo menor de su mejor amigo; quien tenía una buena reputación civil y financiera.

 James no estaba mal para ser mi prometido. Él es atractivo en todos los sentidos y, en lo único que tenía que esforzarse, era en sus estudios universitarios. Aparte de las imposiciones de su padre como, por ejemplo, el compromiso. Él no estaba a gusto, sin embargo, nunca se quejó. Yo, en cambio, lo amé desde el principio. Era como un príncipe para mí. Traté por todos los medios de comprenderlo y valorarlo, aunque arriesgara mi propio amor y respeto. Mi psicóloga diría: “eso jamás, pero jamás se debe sacrificar”. Mi padre diría: “la mujer solo obtiene el amor y el respeto de su marido”.

Sonrío una vez más; pero esta vez, por la ironía que presenta la vida.

Aprendí que no se puede respetar a otros, sino no se respeta uno mismo.

Y qué iba a saber yo del amor. Quién me guiaría en el camino. Yo no sabía que estar enamorada significaba soportar las indiferencias y maltrato de James, la cuales se hacían más y más intensas. Cada llamada, cada mensaje, cada visita quedaba sin respuesta. Él se excusaba con la ajetreada vida universitaria. Intenté buscar apoyo en la familia, pero mi padre siempre lo defendía.

—El primer año siempre es el más difícil. Amanda debes entenderlo y ser dé ayuda en lo que puedas, no un estorbo. ¡Recuérdelo!

Entonces, obedecía.

Obedecía con agrado. Lo amaba. Pero procuraba no ser un estorbo. Además, no era de mucha ayuda. Cursaba el penúltimo año del instituto comparado con su primer año de Ingeniería Mecánica en la universidad. Lo admiraba por eso, ya que sabía perfectamente bien que mi padre no me dejaría asistir a la universidad y, probablemente, James tampoco. Pero qué podía hacer, yo solo era un adorno que James podía usar cuando le diera la gana, palabras de Catherine. Catherine es mi mejor amiga del instituto. Ella tan linda y siempre comprensiva, si tan solo mi padre tuviera un poco de su juicio, yo no hubiese tomado esta decisión que ejecuto hoy. Bueno, eso creo.

Con todo, su actitud siempre era un suplicio. Cada palabra, cada indiferencia, cada ademán; era dolorosa. Y más cuando juzgaba cada una de mis actitudes románticas hacia él. ¡Hipócrita! Puesto que, en público, me hacía sentir la mujer perfecta. Creía que éramos la pareja perfecta. Se comportaba tan detallista, gentil y dulce, como dudar de eso. Se dice que el primer amor nunca se olvida, pero me provoca olvidarlo a veces. ¿Cómo pude pensar quitarme la vida por alguien como él? Si no fuera porque por su causa encontré lo que soy y tengo ahora, lo seguiría odiando. Pero vivo agradecida, agradecida porque son los primeros amores que te enseñan lo que es el amor. Tampoco es que haya tenido, en aquel momento, la puerta de mi jaula abierta para volar como Simón o Catherine. Sin poder quejarme, sin decidir mi destino, sin poder contar con nadie como en aquel día.

Viernes 14 de julio, llegó según lo planeado. Tendríamos una cita en conmemoración de nuestro primer aniversario. Iríamos a comer, ir al cine y cualquier otra cosa que surgiera de repente. Mi hermano y su novia, James y yo. Regresé temprano ese día, hice todo lo que una chica enamorada hace para estar hermosa ante su príncipe. Yo me sentí así. Hermosa. Pero cuando llegó la hora, las cinco de la tarde, él no apareció. Pasaron unos diez minutos, mi madre y yo comenzamos preocuparnos. James ni mi hermano se reportaban. Ninguno respondía a sus móviles. Desesperada, salí al patio para continuar llamándolos. Continúe por más de una hora cuando por fin hubo respuesta. James contestó, para decirme que estaba ocupado con sus estudios y que repararía todo con un helado. No hubo una disculpa ni mayor explicación. Solo eso y un distante adiós.

— Sus estudios son primero, por un futuro mejor. —lo justificó mi madre—Un futuro para los dos.

¿Los dos? Yo solo era el adorno que James colocaba en su sombrero cuando se posaba delante de mi padre.

Devastada, me senté en el patio. Papá no había llegado tampoco esa noche y aproveché de mirar las estrellas. Vi su oscuridad y me perdí en ellas.

—¿De qué vale enamorarse? —pregunté como si fuera a obtener respuesta a la vez que las lágrimas corrían por mi rostro.




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