La Pared

El canario conoce la amistad

Unos minutos pasaron cuando volví a la normalidad. Decidí que la mejor opción era Catherine. Sabía en mi corazón que ella no iba a juzgarme y trataría de entenderme. Recuerdo que suspiré varias veces más hasta que un impulso me sacó del asiento y sin pensarlo, me dirigí a su casa aprovechando que, justo en ese momento, se aproximaba el bus que me dejaba cerca. Lo abordé, me senté y por difícil que fuera no pensé en James, tampoco llamé a Catherine para informar de mi visita. Si lo hacía me desparramaría y yo no quería continuar haciendo el ridículo. Solo rogaba al cielo que ella estuviera en casa.

—“Ella me entenderá. Ella me entenderá”.

Era mis pensamientos una y otra vez. Bloqueé cualquier dolor que, con fuerza, quería exteriorizarse. Debido a mi padre y James siempre terminaba en disputa con Catherine. Nuestras diferentes en las creencias yacían bien fundamentadas; pero sin querer terminaba por condenarla. Aprendí a no hacerlo y, a causa de eso, fui aceptando esa parte de ella. Hacía como si esa no tuviera nada que ver conmigo, no me afectaba. Por su bien y del mío propio, aunque a ella no le agradaba mucho mi indiferencia.

Pero la amistad se basa de eso, colocar los puntos de enfrentamiento a un lado y valorar lo que realmente importa. El ser.

Y, aunque deseaba haber podido liberarme de esta cueva, éramos solo unas mocosas en un país completamente laico, donde mi padre en sus arranques, fácilmente, me hubiese tomado y llevado al país de mis ancestros. Un país de donde jamás podría volver a volar ni en mi propia jaula. Mi padre adoraba a James y lo hacía evidente. Yo adoraba a la madre de Catherine y debía ocultarlo.

El infierno supongo que es esto, sonreír pese a ser un alma muerta.

Eran alrededor de las ocho de la mañana cuando llegué a su casa. Su madre me recibió. Por cómo se mostró, preocupada, intuí que mi rostro debía estar horrible. Me dejó entrar de inmediato. Me senté en el sofá a la vez que ella corría a despertar a Catherine. Todavía dormía. No pasaron ni cinco minutos bajaron las escaleras de prisa. Yo no esperé a Catherine llegar a mi lugar. Al instante en que la vi, me abalancé sobre ella y abracé. Mis lágrimas no se detenían, tampoco quería detenerlas. Chillé todo lo que pude. Recuerdo que lo hice. ¡Qué vergüenza! Ahora que lo revivo, no puedo dejar de sentirme avergonzada.

Catherine respondió a mi suplicio sin indagar lo sucedido hasta el momento en que pude calmarme. Después, conté lo sucedido con lujos de detalles y ella estalló en ira. Ciertamente, su madre no entendía cómo mi padre podría permitir tanta barbaridad. Otra hubiese preferido hablar, pero conociendo al personaje todas sabíamos que perderíamos el tiempo.

Aprendí que los verdaderos amigos se conocen en las malas situaciones en que nos coloca la vida y, por eso, debemos evitar perderlos.

Ambas me recomendaron llamar a casa para pedir el permiso de quedarme en su casa. Lo hice. Papá se negó sin explicación. Aun así, pude quedarme el resto del día con Catherine porque su madre trabajaría en la tienda. Estaba relajada; pero sabía que, tarde o temprano, eso iba a acabar. Yo debía regresar. Catherine hizo mil y una para distraerme, filosofando me llevó a pensar que, talvez, no estaba tan equivocada. Y si lo confirme meses después. Se ha convertido mi hermana de luchas antes los decálogos inhumanos de padres como los míos, junto a mi psicóloga. Impulsando a chicas como yo a reconocer su propio valor. Ella ha ingresado en una universidad de leyes, quiere ser abogada y, a pesar de que yo me voy lejos y ella se queda, vamos al mismo destino. Y estoy segura de que Catherine no se imagina lo agradecida que estoy por su apoyo e impulso para romper el molde de mi padre. Sin dejar de mencionar su protección cuando James me ha perseguido o el respaldo de mi relación con Simón.

Llegó la noche y Catherine quería que su madre me trajera a casa, pero se lo impedí. Todavía eran las siete de la noche cuando decidí regresar por mi cuenta. No estaba lejos, además, solo tenía que abordar un bus y llegaría a la entrada de la residencia. Decidí hacerlo mientras pensaba las palabras adecuadas para decirle a mi padre. “Papá, James traicionó su confianza. Él tiene a otra mujer… Papá, James no es el chico que creíamos, nos ha mentido… Papá, ya no quiero estar con él…” Cuál de esas frases podrían servirme. Ninguna en realidad. Ya lo sabía. Aunque yo dejara de hablarle a James, mi padre encontraría la forma de volvernos a juntar. Con todo, estaba en juego la reputación, mi reputación, si era desterrada.

Desde la entrada caminé un poco hasta llegar a la plaza del barrio. Esta quedaba a unas cuadras de casa. Yacía repleta de personas. Unos niños bailaban una música que se escuchaba a lo lejos. Parecía tecno. Los detallé por un rato. Digamos que los utilicé de excusa para no avanzar más. Busqué asientos disponibles, no había. No obstante, detallé un columpio, estaba vacío. Posteriormente, lo ocupé. Me senté y comencé a balancearme. Examiné mi alrededor y contemplé a los padres con sus hijos y parejas abrazados. Parecían felices en su propio mundo. De nuevo, me sentí la persona más miserable del mundo.

Aprendí que no todos nacemos con la misma fortuna, aunque la opulencia ocupe la cuenta bancaria.

Observé las estrellas elevando una plegaría de fortaleza y comprensión. Tenía miedo de lo que fuera a suceder. Cerré mis ojos y una pregunta pasó por mi cabeza en ese instante: ¿lo amaba lo suficiente como para perdonarlo o para seguir aguantando todo por él? Quizás sí, lo hubiese hecho. Yo lo amaba. No obstante, no sé si mi oración fue tan grande y sufrida que, al bajar mi cabeza, me concentré tanto que un alivio vino a mi vida. Respiré profundo y al abrirlos de nuevo, noté unas botas Timberland color fucsia estaban delante de mí. Fui recorriéndolas hasta ver el cuerpo fornido que aparecía delante mientras subía la mirada. Detallé los desteñidos jeans y una sudadera verde manga larga. Miré su rostro y era él, Simón. Me miraba con unos ojos apagados. No lo sabía, pero se veía preocupado.




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