Ya casi termino de hacer la maleta. Una oleada tranquila se apodera de mí. Estoy segura de lo que estoy haciendo, sé que es lo mejor. Aunque, probablemente, pensarás que es absurdo. Solo tengo 18 y no sé nada de la vida. Eso es lo que piensa mi madre, quien me lo ha repetido más de mil veces o, eso creo. Pero, ya no me importa. No puede importarme por más que la ame.
Ella está sentada en el salón. Espera que salga de esta enorme, tétrica y maldita casa. Sé que no quiere que me vaya, soy su única hija. Se supone que sería su compañera ante tal desgracia, pero se muestra indiferente. No sé qué pensar. Posee esa expresión que, desconocida, es indescifrable para mí. Quizás si quiere que huya de este infierno para no convertirme en ella, una esclava llamada esposa. Me gustaría preguntarle... No, mejor no lo hago. Puede que me arrepienta de irme y eso, no es opción.
Este último y cruel año, he aprendido mucho más en estos pocos meses de lo que ellos, mis progenitores, lograron o quisieron enseñarme en toda una vida. Se supone que debían ser la brújula que guiaría mi camino hacia el bien, el amor y los sueños; la mano firme que me ayudaría a cincelar mi propio paraíso, incluso si el mundo exterior resultaba vil y pecaminoso. Debían ser mi apoyo incondicional, una fuente de sabiduría y coraje, tal como lo han sido con mi hermano. Pero conmigo, no puedo decir que lograron la tarea. Fallaron. Ellos mismos decidieron ser el infierno entero. Mi infierno.
No lo entiendo, por más que lo piense y repiense. Quisiera que el dios de ellos, o cualquier otro, me respondiera: ¿Por qué ellos? De miles y millones de parejas en el mundo teniendo sexo en este preciso instante, ¿por qué me tocaron ellos? ¿Acaso es un macabro sorteo? Uno no los escoge, ¿o sí? Si la respuesta es afirmativa, si en algún universo remoto mi alma decidió este destino, entonces fui más que estúpida: fui una ilusa que, con sus sentimientos suicidas, soñaba con la libertad.
¡Dios, me encantaría saberlo! ¡Quizás algún día lo sepa! Por ahora, solo tengo una prioridad: debo escapar, ahora que puedo.
Y sé que al tomar las pocas cosas que tengo y guardarlas en esta maleta, cuando no debería llevarme nada, es una locura. No obstante, por lo menos empaco lo que es importante. Y confío... ¡No! Sé que estaré bien. ¿Por qué? Simplemente, porque estoy escapando a mi felicidad. No sé cuanto dure. Espero que sea mucho tiempo en realidad. Puede que me equivoque. Bueno... No tengo miedo a equivocarme. De eso se trata la vida, ¿no? No sé lo que me espera en el camino, pero estoy dispuesta equivocarme. Estoy dispuesta a fracasar. Estoy dispuesta a ser feliz con mis decisiones sin tener que ser la niña perfecta, hermosa y sujeta a leyes y normas. Estoy dispuesta a ser un ser completamente libre. Ya no tengo miedo. Me prohíbo tener miedo.
No puedo aceptar que, en pleno siglo XXI, no pueda levantar la voz sin ser condenada. Tal vez, no lo creas; pero todavía existen lugares donde, chicas como yo, no podemos quejarnos de un simple malestar.
Decepción, aflicción y sufrimiento es la única herencia que me han legado y, permítanme ser clara, es probable que yo les cause un daño idéntico con mi partida, y quizá aún mayor, puesto que he tomado la irrevocable decisión de renunciar a la farsa de “princesa” que tan diligentemente han construido para su prestigio social, particularmente en la respetable comunidad de mi padre.
Soy una deshonra. Esa será la sentencia que llevaré el resto de mi vida, si es que no me asesina lo digo metafóricamente, pues la ley de este país, prohíbe mi muerte. Si ya estuviera en el suyo, no habría lugar donde esconderme. Por lo menos, hay un punto a mi favor dentro de tanto calvario.
Pero, ¿sabe usted lo que verdaderamente lacera mi espíritu? Es la comprensión lacerante de ser considerada una simple mercancía transable y, lo que es aún más deplorable, saber que el comprador es un patán, un ser descarado y desprovisto de cualquier atisbo de vergüenza, cuya única preocupación es su propio y despreciable interés.
Francamente, resulta incomprensible cómo un individuo de tal calaña moral pueda conservar la distinción de mejor amigo de mi hermano, a pesar del inconmensurable daño que me ha infligido. Es una afrenta a la decencia que no puedo ni deseo perdonar.
Y mi hermano..., mi pobre hermano, no es tan malo como papá. Sin embargo, tampoco es que sea capaz de enfrentarle. Aparenta indiferencia y un sutil odio por tales aberraciones. Con todo, no es valiente para abrir su boca y omitir algún juicio a favor, Mi favor. Lo entiendo. No lo justifico por cierto. El también es beneficiado con todo lo que ocurre. Más sé, que su prometida, se lleva el mejor partido que he conocido.
Coloco esta maleta, de liviano peso, sobre el suelo de mármol. Mi mirada recorre por última vez esta habitación, este diorama de niña obediente e ingenua que construyeron para mí.
Las paredes, pintadas en tonos pastel que ahora me resultan un insulto, contienen un mobiliario suntuoso y excesivamente pulcro. Aquí no hay alma, solo un artificio. La cama con dosel, los libros de cubierta dorada y los pequeños objetos ordenados son meros accesorios; no reflejan mi espíritu, sino la imagen que ustedes quisieron vender. Me despojo de esta ficción para no arder en la “Naar”.Coloco esta maleta, de liviano peso, sobre el suelo de mármol. Mi mirada recorre por última vez esta habitación, este diorama de niña obediente e ingenua que construyeron para mí.
Las paredes, pintadas en tonos pastel que ahora me resultan un insulto, contienen un mobiliario suntuoso y excesivamente pulcro. Aquí no hay alma, solo un artificio. La cama con dosel, los libros de cubierta dorada y los pequeños objetos ordenados son meros accesorios; no reflejan mi espíritu, sino la imagen que ustedes quisieron vender. Me despojo de esta ficción para no arder en la “Naar”.
Y revivo la escena cuando mi hermano rompió la pared que nos separa de los vecinos. Iba a arreglar una tubería de aguas blancas que corre bajo el suelo, pero, como siempre, las cosas se le enredaron. Tardó semanas y como tiene la costumbre de dejarlo todo a medio hacer, la pared quedó abierta durante, casi, cuatro meses.