La Partida

LA PARTIDA

 

 

Raúl había terminado de lavar los platos de la cena y miró hacia el tablero de ajedrez colocado ante la ventana. Cuatro horas jugando y estaba molido. Ya no era un jovenzuelo que podía pasar toda la noche ante las piezas, ideando estrategias para dar mate en el menor número de movimientos posibles. Julián, su amigo desde hace 30 años, acudía el último viernes de cada mes a cenar con él y entablar una batalla ante la cuadrícula. Era el único con quien debía tener cuidado, ya que manifestaba la particular osadía de pensar que podía ganarle por el simple hecho de desesperarlo con jugadas infantiles. De pie ante el tablero, miró por un momento las piezas de la última partida en que habían quedado tablas. El cansancio le había hecho pensar lento, ya que hubiera podido dar mate en tres o cuatro jugadas menos.

 

Decidió irse a acostar y proseguir con la limpieza al día siguiente. Tras darle un poco de alpiste a su canario, se dirigió a la recámara y, luego de cambiar de ropa y lavarse los dientes, se acostó.

 

Alrededor de las once de la noche, le despertó una sensación rara. Metido bajo las cobijas, intentó captar qué era sin éxito. Dándose cuenta que tenía ganas de orinar debido a las múltiples cervezas que bebió, se levantó de la cama y fue al sanitario. Al salir, observó que había un leve resplandor en el piso de abajo, proveniente de la cocina. Maldiciéndose mentalmente por haber olvidado apagar la luz, bajó las escaleras y recordó de súbito que sí lo había hecho.

 

Ya estaba a media escalera, así que aguzó el oído para tratar de escuchar algún ruido sospechoso. Luego de un minuto o dos, se encogió mentalmente de hombros e intentó convencerse de que quizá no la había apagado después de todo. Al entrar a la cocina, se quedó helado... Un hombre de aspecto venerable se hallaba sentado en una silla, observando con marcado interés el tablero. Vestía pantalón de casimir, zapatos negros, y una playera tipo polo. Llevaba el cabello perfectamente peinado y pegado a su cráneo. El color del mismo era hipnotizante, ya que semejaba el de la plata y lanzaba destellos iridiscentes al mover la cabeza. Tenía una mano puesta ante su boca, en actitud pensativa. La ventana situada a un lado dejaba ver las luces de la ciudad, la cual estaba bajando un buen tramo de camino. Raúl intentó parecer autoritario cuando habló:

 

  • ¡¿Quién es usted y qué hace aquí en mi casa?! ¡¿Cómo entró?!

 

El desconocido tardó unos segundos en desprender su vista del tablero para responder.

 

  • ¿Sabes?, Creo que en tres o cuatro movimientos menos hubiera sido posible evitar las tablas en esta partida. Veo que tomaron muchas cervezas y al último una taza de café. El levantarte tantas veces para ir al baño rompe la concentración, Raúl. Lástima que soy inmaterial aunque me veas tangible. Me gustaría poder oler una taza de café recién hecho, o una flor...

 

Raúl se sintió confundido por un momento. El individuo no parecía nervioso, o siquiera preocupado porque hubiera sido descubierto. Más bien, intrigado por las piezas.

  • Vuelvo a preguntarle, ¿Cómo entró y qué hace en mi casa?

 

El hombre le dedicó una mirada cordial.

 

  • Vine por ti, Raúl.
  • ¿Por mí? ¿Cómo que por mí?
  • Bueno, la verdad no lo sé aún. En ocasiones me pasa esto, que tengo tres opciones no definidas totalmente y me veo orillado a echar suertes. Sólo que esta vez estoy intrigado con esto... Veo muchas cosas curiosas, similitudes, simetrías, entre este juego y la vida humana.
  • Mire, más vale que se largue o activaré la alarma vecinal. Es en serio.
  • Luego de eones de hacer esto una y otra vez, es la primera ocasión que me detengo un momento a observar esto, y es muy interesante.
  • Disculpe, pero... ¿Está drogado?
  • No, Raúl. Aunque me es claro que pensarás que sí luego de decirte que soy aquél a quien llaman Muerte, y he venido por ti.

 

Raúl tuvo un escalofrío de pies a cabeza, ya que el hombre le miró intensamente, dándole la oportunidad de observar su interior: Miles de años transcurrían detrás de esos ojos, los cuales eran fríos como el hielo pero, al mismo tiempo, transmitían una paz y un calor agradables. Un graznido salió de la boca de Raúl al hablar nuevamente.

 

  • ¿La... Muerte? Pero... ¿Porqué...?
  • ¿Porqué no? A fin de cuentas, todo tiene una fecha de caducidad. Incluso, el universo mismo tuvo un inicio, y tendrá un final.
  • Pero... ¿Porqué ahora? ¿Por qué hoy? ¿Porqué yo?
  • ¿Porqué tú? ¿Crees acaso que eres diferente a todos los seres vivos, que han vivido desde la creación de la primera célula, hasta el último ser vivo acabado de nacer hace unos momentos? Lo que te aterra, es el miedo a lo desconocido. No a morir. Si supieras qué hay del otro lado, aunque fuera malo, tendrías menos terror de hacer el cambio.
  • ¿Qué hay más allá?
  • Oh, no. Secreto profesional. Todos deben pasar por lo mismo de la misma manera. De otro modo, es trampa.
  • Mencionaste que no estás seguro de si debes llevarme o no...
  • Oh, eso también es verdad. Se nota que sabes escuchar. Para que deba llevarme a alguien, deben cumplirse ciertas características y, de una manera que no entenderías, me es revelado quién ya cumplió su ciclo, sea animal, humano, o vegetal, ya que hasta los árboles tiene derecho a la vida y a la muerte. Sólo que, en ocasiones, la información es muy vaga y debo elegir yo mismo entre tres opciones. Lo fastidioso es que siempre son los últimos del día.
  • ¿Últimos? No entiendo...
  • Sí, verás... Debo cumplir, por así decirlo, con una cuota de vidas recuperadas. Un humano dijo alguna vez: “La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma”, y eso es en realidad lo que hago. Para que algo nazca, es necesario que algo muera. Aunque no lo parezca, hay un equilibrio de muertes-nacimientos en el planeta desde hace mucho. Sólo que casi siempre me ocurre esto al final del día, cuando está a punto de terminar mi trabajo y debo iniciar una nueva jornada. Hay, en estos momentos, dos vidas que debo colectar antes de las doce, y más vidas de esas dos para elegir.
  • Bueno, entonces no debes ocuparte conmigo... Si me eliminas como posibilidad, tendrás las dos almas que necesitas de inmediato, y...
  • No, no, no. Me decepcionas, Raúl. Te diré algo que quizá no deba: las otras dos almas que tengo como opción son una niña de 5 años que está enferma de cáncer. Están en estos momentos haciéndole un tratamiento experimental pero, por desgracia, mortal. Si soporta la radiación, dicen los doctores que vivirá y estará curada. En caso contrario... Lo que me hace no estar seguro, es la voluntad que tiene esa niña por vivir. Me desconcierta tanta fuerza en una vida tan joven. Por otro lado, la opción dos es un condenado a muerte en el país vecino. Le darán la inyección letal en un rato, pero curiosamente su sistema de justicia es fenomenal ya que si después de aplicarla pasara un minuto muerto y reviviera, le darían la buena nueva de que su sentencia fue cumplida como marcó la ley, y le abrirían la puerta para que se fuera. Eso pasará o debiera pasar antes de las doce de hoy en la hora de tu país. Y, tú, mi estimado Raúl, eres la opción tres.
  • Es, es... ¡Horrible! ¿No hay más opciones en estos momentos en el planeta?
  • Lo lamento, Raúl. Por el lapso que falta para la medianoche, no habrá en el planeta Tierra ningún accidente, ni enfermedad, o algún otro evento que cause la muerte de algún ser vivo. Son ustedes tres, nada más. Y sólo requiero dos. ¿Quieres que te deje en paz? Me voy entonces.
  • ¡No! ¡Espera!
  • ¿Ocurre algo?
  • Es que... Yo... ¿Te llevarías entonces a la niña y al condenado?
  • Así es. Acabo de decirte que necesito dos almas, y no habrá más muertes obligadas causadas por mí en lo que resta de tiempo hasta la medianoche...
  • Dios mío... No es justo...
  • Pocas cosas en la vida son justas. ¿Y bien?



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En el texto hay: ficcion

Editado: 02.06.2018

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