La pasión del Rey

Capítulo.2

Pasado.

—No puedes ir por la vida moliendo a golpes a todo el que te mira mal.

Se quejó cuando presioné el algodón con alcohol en su mejilla ya oscurecida. Lo hice aposta.

—Auch, eso dolió.

—Que lo he hecho a propósito.

Gemí molesta y Drystan se quejó de nuevo cuando continué curándolo con mayor rudeza. Era la tercera vez esa semana que llegaba a casa golpeado, y apenas era viernes. Tenía una fascinación por agarrarse a golpes con todo el mundo. Y le importaba muy poco cuanto escandalo pudiesen causar sus acciones en el título que poseía.

—La gente no tiene la culpa de que estés enojado, ¡tienes que parar, Drystan Bennett —Exigí, pestañeando ya que tenía los ojos aguados. Odiaba cuando se metía en peleas, cuando se sentía tan mal que necesitaba hacerlo.

—Ya no me regañes. —Rodeó mi cadera y me llevó más dentro de sus piernas. Posé mis manos sobre sus delgados hombros. Me miró a través de sus iluminados ojos color berenjena—. Al menos esta vez no me peleé nada más por gusto. Se lo merecía.

Lo vi con los ojos entrecerrados.

— ¿Por qué se lo merecía?

—Fue con Edgar. Dijo que tienes un lindo trasero.

Me crucé de brazos, negando.

—Júrame que no te peleaste en verdad por esa estupidez.

—Eso no es ninguna estupidez, Darya. —Tiró de mí un poco más fuerte haciéndome sentar sobre su regazo. Me apretó con fuerza, aunque no me quejaba. Me gustaba estar cerca de él todo el tiempo—. Nadie, excepto yo, puede decir que tienes un trasero hermoso ni que eres preciosa. Todo sobre ti solo me pertenece a mí.

Golpeé su pecho con mi puño.

—Sí te das cuenta que eso que acabas de decir ha sonado muy tóxico, ¿cierto?

Rio mientras se encogió de hombros.

—No me importa en lo absoluto. Ven aquí.

—No, escúchame, Drystan —dije, apenas con esfuerzo. Su cercanía siempre me ponía de esa manera. No podía resistirme a él, a su ser, y Drystan lo sabía tan bien—. Estoy hablándote de algo serio, no puedes…

—Lo que yo quiero hacerte también es muy serio, Darya.

Su voz ronca y lo que eso significaba me puso a temblar enseguida.

—No puede ser que siempre que me enojo contigo recurras a esto para hacerme contentar. Estoy enojada, no me gusta que pelees y lo sabes —emití.

Se puso muy serio mientras seguía jugueteando con la piel de mi espalda.

—No es por eso, Darya. —Agarró un puñado de mis cabellos entre sus dedos, aunque el gesto era dulce y suave. Me acercó más a él. Sentí mis entrañas estremecer. Me removí inquieta—. Eres mi calma, la única que sabe cómo hacerme sentir más que este chico violento al que todos respetan porque es el hijo del Rey o porque no quieren que les parta la madre. Sé que mi vida sería tan nada si tú no estuvieras en ella. Sé que no te merezco, por eso temo perderte cada segundo

Tomé su rostro entre mis dedos. Él dobló su cara para besar mi mano.

—Eso no va a suceder, Drystan.

— ¿Me lo prometes?

Agachó un poco la cabeza, buscando mis ojos. Sonreí antes de besar sus mejillas y buscar sus ojos nuevamente.

—Te lo prometo, te lo prometo. Ahora debo irme. No quiero tener problemas con la Reina. Sabes que no le gusto ni pelo.

—Que te valga mi madre a mí me vale siempre.

Reí de nuevo.

—Eres un príncipe muy rebelde.

Me hizo sentar a horcajadas sobre sí y acto seguido procedió a buscar mi piel. Me acarició con premura.

—En realidad, soy un príncipe al cual tienes de rodillas, princesa.

***

—Darya, sales en dos minutos —me anunció Freya, mi manager habiéndose acercado a mi camerino donde había estado alistándome para un nuevo concierto.

Asentí tocando mi pecho agitado.

Podía dar cientos de conciertos, y siempre me sentiré de la misma manera antes de subir al escenario y estar frente al piano. Nada tenía que ver con los nervios, después de tanto tiempo, ya había superado esa etapa. Pasaba que, cada vez que iba a dar un recital, recordaba las veces que él y yo lo hicimos juntos. Tenía el mismo sueño que yo, uno que le fue apagado.

Pese a la pesadez en mi estómago coloqué una amplia sonrisa mientras subí al escenario, recibiendo aplausos de cientos y cientos de manos. Di un pequeño vistazo al público, les sonreí más ampliamente y elevé una mano en forma de saludo y agradecimiento por tenerlos allí.

Como antes de cada acto hice una oración silenciosa y a continuación procedí a tomar asiento frente a mi piano. Coloqué mis manos sobre las teclas de Marfil. La vibración de la música en seguida me recorrió con solo tocarlas. Cerré mis ojos, y empecé a mover los dedos a través de las teclas.

Me balanceé sobre el asiento, dejando que la canción fluyera a través de mis dedos y me dejé ir.

Incluso, si por dentro estaba tan rota me sentía tan llena cuando tocaba.




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