La pasión del Rey

Capitulo 5

Darya.

—¿Y sí hacemos una denuncia? —sugirió Freya, mientras yo seguía ahí, temblando entretanto, veía los rastros de la orquídea rota y esa palabra sobre esa tarjeta.

Miré a mi amiga, rodeándome el cuerpo, pues de pronto sentí un terrible escalofrío que me azotó por completo.

—¿Y a quien se supone que vamos a denunciar? —jadeé, asfixiada—. La tarjeta ni siquiera tiene un remitente y está escrito a máquina.

Freya vino en mi dirección.

—Sí, tienes razón. —Acarició su frente y miró lo que había llegado casi tan nerviosa como yo antes de acercarse a mí. Me tomó por los hombros y me hizo sentar. Se dio cuenta que parecía a punto de sufrir un desmayo—. Vamos a calmarnos. Eh… quizás nos estamos apresurando al pensar lo peor, ¿y si alguien solo quiso hacerte una broma para joderte?

La miré.

—¿Crees eso en verdad? —negué—. Ni siquiera tiene sentido, Freya, porque no tengo enemigos siquiera.

—Que tú sepas, a veces hay personas que no nos soportan y simplemente no nos damos cuenta.

Aunque pudiera tener razón en lo que decía, no, no creía que eso pudiera tratarse de alguna broma de alguien que no me quisiera. Me había bastado con leer esa sola palabra en esa tarjetita para sentirlo. Era real, y era por lo que me sentía de aquella manera, asustada.

***

Ian Andrews, el que había sido bautizado como un playboy, cayó.

Mi amigo había caído en gran profundidad por la mujer con la cual se casó de una forma muy loca en Ibiza. Supe enseguida al preguntarle por Amy y me hablase de ella con ese brillo en los ojos que estaba enamorado, y tampoco se molestó en ocultármelo. Me lo dijo con tanto orgullo y alegría en la mirada que quizás haya sentido un poco de envidia, aunque era de la mejor, adoraba a ese tío, así que estaba feliz de saberlo teniendo esos sentimientos por quien sabía, le correspondía.

—Por fortuna, mi diabetes es la menos agresiva, aunque no significa que no modificará mi estilo de vida. No podré comer más golosinas, y mucho helado de chocolate cuando esté triste, o estresada, por ejemplo —le comenté con una pequeña risilla.

Ian sonrió al tiempo que pellizcó mi nariz.

—Es una pena, pero todo sea por tu salud, muñeca.

Afirmé. A continuación me acerqué a él. Ian me rodeó en un abrazo fraternal. Besó mi cabello y rodeé su cadera suspirando.

—Este no es un buen mes tampoco, así que lo último que me faltaba era enterarme de esto justo en este tiempo, ¿sabes? —dije, con una horrible presión en el pecho.

—¿Fue en este mes que...?

—Sí, más específicamente, en cinco días se cumplen ocho años desde que él me lo arrebató, por eso estoy aquí, no quería estar... sola, aunque siempre me siento tan sola, Ian —confesé a mi amigo, las lágrimas inundado mis ojos. Ian me apretó algo más fuerte, besando mi cabeza de vuelta.

Odiaba este mes. Lo odiaba con todas mis fuerzas. Era el mes que lo había perdido todo. El mes que mi mundo se volvió tan gris, sin importar de cuántos colores haya estado rodeado a través de los años. Había sido tan duro levantarse después de haber visto como la persona más importante de mi vida era sepultado bajo kilos y kilos de tierra junto con mi corazón.

—Sé que no soy él. Jamás podría ser él, pero Darya, no estás sola. Sabes que me tienes, completa y absolutamente. Eres más que mi amiga..

Elevé la cara y lo observé a través de mis ojos nublados por el llanto.

—También eres más que un amigo para mí, Ian. Te quiero tantísimo, y no tengo dudas de que fue él quien te puso en mi camino.

Besó mi frente, en seguida secó mis lágrimas y ahuecó mi rostro entre sus grandes manos.

—Ya lo creo que sí, y me gusta la idea.

Ian besuqueó mis mejillas seguidamente, supe, intentando sacarme una sonrisa, borrar un poco de mi tristeza. Lo consiguió, sonreí, aunque no duró demasiado.

—Buenas... —Drystan silenció su voz, al saberme ahí. Mi respiración se cortó, y cuando me volví para mirarlo, su mirada se encontró con la mía. El odio crudo que sentía por el me golpeó enseguida como un tractor—. Darya —se atrevió a murmurar mi nombre.

Me puse de pie dejando el abrazo de Ian, tan furiosa.

—¿Quién te dio el derecho de nombrarme?—pronuncié, mis labios temblando, de la misma manera que todo mi cuerpo. Volví mis manos puños.

Drystan tragó, mostrando algo en su mirar, algo casi palpable, un dolor crudo y devastador, sin poder decir nada durante largos segundos, aunque no me importaba en lo absoluto lo que él sintiese, más que nada porque cada cosa que sintiera se lo tenía bien merecido.

—Ian —me volví hacia él, mirándolo con enojo—, creo que dejaré de visitarte, pues cada vez que vengo aquí tengo la mala fortuna de encontrarme —me volví hacia el Rey — con alguien que solo de verlo me da tanto asco que siento que se me reventará la bilis. —El dolor en los ojos de Drystan, aumentó—. Volví a mirar a mi amigo—. Cuando llegué aquí, podrías al menos haberme dicho que vendría, ¿no?

Tragó.

—Lo siento, Darya. Drystan me había dicho que pasaría a hacerme una visita, pues estaba en Londres resolviendo unos asuntos democráticos , sin embargo, no me especificó que día se pasaría, así que no sabía que…




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