Drystan
—Un poco desafinado, pero no ha sonado mal.
Salí de mis pensamientos, dándome cuenta que en algún momento en medio de mi ensoñación empecé a tocar después de años de no hacerlo, la misma canción con su nombre.
Elevé el rostro al oír esa voz femenina. Pronto visualicé la silueta de una mujer, hasta que apareció finalmente frente a mí vistiendo una elegante bata de seda. No la había visto, porque efectivamente, no me presenté a la cena, aunque, aun así, estaba seguro de saber quien era ella.
Mi padre había tenido razón al afirmar que era hermosa. Era alta, y llena de curvas exóticas y sexis al mismo tiempo. Sus labios eran grandes y carnosos. Sus ojos por igual, bordeados por largas pestañas negras, eran almendrados y cejas arqueadas con una mandíbula definida y pómulos altos. Poseía una larga cabellera negra que casi rosaba su trasero y que llevaba suelta y brillantemente cepillado. Sus pechos tenían el tamaño normal que le gustaría a cualquier hombre y era de piel blanca. Tenía un caminar lento y sensual a partes iguales.
—Tú eres…
—Sí, soy la chica a la cual dejaste plantada está noche —dijo habiéndome interrumpido, un tono de voz calmado y elegante—, pero no te preocupes — agregó con un ademán sin haberme permitido decir nada —, no estoy enfadada ni me he sentido mal, todo lo contrario.
Enarqué una ceja.
—¿Todo lo contrario?
Soltó una pequeña risilla.
—Siendo honesta, me caíste muy bien cuando supe que me habías rechazado. Claro, tus padres dijeron en la mesa que estabas indispuesto; un problema estomacal, y que por eso no podías acompañarnos, sin embargo, yo soy buena leyendo expresiones faciales, así que lo pillé enseguida. Gracias por despreciarme, su alteza.
Se inclinó en una pequeña reverencia que de algún modo me sacó una pequeña risilla.
—¿En verdad estás dándome las gracias por despreciarte?
Ella se movió y vino hacia mí. Se sentó a mi lado. Más cerca noté que sus ojos eran de un color berenjena muy hermosos.
—Así es. Si hay algo que odio de nuestro mundo es el poco valor que le dan a los sentimientos, como el deber está siempre por encima. Odio la idea de saberme casada con un hombre que yo no elegí, para vosotros será más fácil tal vez, para nosotras, un pequeño paso al infierno.
Remojé mis labios.
—Es igual para mí.
—Pero no me he presentado, muchísimo gusto su alteza, mi nombre es Jasmine.
Me ofreció una mano pequeña y delicada. La estreché sintiéndola fría y suave. Apenas llevaba unos pocos minutos de conocerla y ya me caía bien.
—Mucho gusto, princesa. Un placer.
Darya
—Si me permites decírtelo, no ha sido tu mejor recital, Darya.
Rasqué mi nuca volviéndome a ver a Freya. Ella estaba ahí con los brazos en jarras y mordiéndose el labio inferior.
—Lo sé, y no me gusta defraudarlos de esa manera, pero no estoy precisamente en mi mejor momento.
—Por lo mismo, te dije que quizás podríamos haber cancelado el recital.
Humecté mis labios resecos con la punta de la lengua.
—Lo hiciste, sin embargo, sabes que había tenido que cancelar un par de conciertos durante los últimos dos meses ya fuera por salud o por otros problemas más… internos.
—Bueno —Freya se acercó y rodeó mi hombro invitándome a tomar asiento. Acto seguido me ofreció un vaso de agua helada—. Tómalo, te ves algo pálida y esas ojeras, por mucho maquillaje que tengas, son destacables. Sabes que es importante que descanses bien, Darya, por tu salud y por tu imagen.
—Dime sí tú pudieras descansar bien sabiendo que hay alguien por ahí que anda vigilando tus pasos con muy sucias intenciones ¡Que vivo aterrada, mujer! —chillé, dejando caer el vaso con agua, misma que cayó salpicándome la ropa.
—Sí, sí. —Me acarició la espalda rítmicamente para intentar calmarme, aunque no lograba hacerlo—. Sé que no es fácil, pero intenta relajarte. Lo resolveremos.
La miré, agitada.
—¿Cómo? Ni siquiera sabemos quién es —golpeé mi frente—. No puedo tener una idea de quien es esa persona que está obsesionada con molestarme.
Después de aquella orquídea, durante las últimas semanas, habían llegado más y más obsequios: algunos eran flores, pero también había habido joyas, cada una más costosa, lencerías y algunos vestidos y en cada una de las tarjetas siguió llegando las mismas tres letras: Mía.
Había quedado claro que no era un fanático cualquiera, por los regalos que enviaba, venía de alguien poderoso y no podía saber quien era y eso, me tenía al borde de un colapso de nervios. Además de los obsequios también recibí llamadas, y en una voz ronca que no podía reconocer oí las mismas palabras antes de que colgase dejándome con el corazón en la mano. Denuncié, mas, cada intento que se hizo para tratar de llegar a quien fuera que estuviese haciéndome eso, fue en vano. No hubo manera de rastrear el número de teléfono del cual llamó, y los regalos siempre venían sin un remitente.
Aquello estaba volviéndome tan loca.