Darya
—Anda, que te prometo que no soy tan mal bailarín, Darya.
Reí un poco ante sus palabras.
—No se trata de eso.
Me tocó la mano, y aunque no me sentí del todo cómoda, se lo permití. No me pareció una sorpresa hallarlo ahí, pues por ser un famoso diseñador de joyas muy amado por muchos, se movía en muchos eventos así.
—¿De qué se trata entonces?
—No me gusta bailar —dije, lo que era en realidad, una verdad a medias.
—¿No te gusta bailar?
Negué.
—No.
Esteban chasqueó la lengua.
—No puede ser eso posible, que una mujer tan hermosa y sensual como tú…
—Esteban…
—No me trates mal por decir la verdad, Darya. Eres sensual y hermosa, también sexy y encantadora. —Reí sin remedio. —Vamos, acepto que no te guste, pero acéptame aunque sea un solo baile. Sí, por favor.
Intentó poner ojos tiernos, los cuales no se vieron así, aunque el gesto me causó gracia y fue, probablemente, esa la razón por la cual terminé aceptando. Esteban me guio hacia la pista de baile. Comenzamos a movernos al ritmo de una bella melodía de jazz.
Decidí intentar disfrutar de la danza, sin pensar en la razón por la cual no era muy devota del baile.
Cerré mis ojos, recargado la cabeza sobre el hombro de Estaban, sintiéndome en confianza con ese hombre, sintiendo un poco de…
—Buenas noches… —Me alejé abruptamente de Esteban cuando el sonido ronco de aquella voz atravesó más que mi cabeza, también mis entrañas.
Tenía que ser una jodida broma, pensé, aunque no lo era. Cuando me alejé del hombre con el cual bailaba, lo vi justo ahí. Enseguida endurecí el rostro y sentí la llama atravesando mi corazón, destrozando mi calma.
Que estuviera en el mismo lugar que yo, ya era malo, pero que no tuviera la decencia de mantenerse alejado era todavía peor.
—Su alteza —saludó un risueño Esteban—. Eso sí que es una sorpresa, tener al mismísimo Rey de Inglaterra frente a mí —el joyero parecía demasiado alegre y feliz por su presencia. No le importaba que hubiese interrumpido el baile que me estuvo pidiendo durante media hora para ser exacto—. Debo hacer una reverencia ante su…
—Hola, Darya —dijo, ignorando por completo a Esteban, quien no pareció siquiera ofendido. Permaneció sonriente.
Mi sangre ardió.
— ¿Me saludas? —pregunté.
—Claro, eso hago. ¿Cómo estás?
Respiré con fuerza tocándome la frente. Llevaba unos días muy intensos, demasiado, y que se apareciera Drystan allí no podía mejorarlo en lo absoluto.
—Estaba mucho mejor antes de que tuvieras el atrevimiento de acercarte y hablarme —farfullé, tan molesta—. Hazme el favor y piérdete.
De soslayo, miré como Esteban abrió los ojos con asombro al notar como estaba hablándole a su alteza. Mi rabia aumentó cuando lo vi reír.
—Pese a los años, tus mejillas siguen inflándose y poniéndose colorada cuando estás enfadada.
Eso fue como sentir una roca golpear con fuerza en mi pecho. Sentí me sacó el aliento de golpe, aunque preferí no demostrar la reacción que habían dejado sus palabras en mí.
Decidí ignorar a Drystan. No era nadie después de todo, así que eso es lo que tenía que hacer cada vez que tenía la mala suerte de encontrármelo, ignorar su presencia ya que no me importaba en lo absoluto. Puse mis ojos en Esteban.
—Mi misión aquí ya terminó —mascullé—. Me iré a casa.
—Pero el partido de polo aún no empieza. Te perderás la parte más emocionante.
No lo sabía, pero podía estar segura de que la presencia de Drystan allí podía significar que sería uno de los corredores, y no estaba muy encantada de ver su hazaña como el buen jugador de polo que era. Eso debía aceptarlo.
No es que hubiese estado buscándolo, pero siempre por casualidad me encontraba con alguna que otra noticia suya ganando trofeos tras trofeos. Era el rey en el mundo del polo. No se le conocía por perder partidos.
—Lo siento, pero han sido días fuertes y estoy cansada. —Puse mi mano en su hombro—. ¿Te veré luego?
Esteban me sonrió agarrando mi mano, confiado.
—¿Y si te llevo a casa? —ofreció.
Negué.
—Tranquilo, tengo ya quien me llevé.
Besó mi mano. Drystan seguía allí. No entendía por qué no se había largado ya. Sabía que lo odiaba con pasión, así que no comprendí porqué se acercó a mí y saludó como si fuéramos viejos amigos, aunque sí que… Negué.
«Mejor no vayas allí, Darya»
—En ese caso, te veré luego, preciosa.
Y Esteban se acercó y besó mi mejilla con cariño. Soltó mi mano y sin ver a su alteza, tomé mi camino lejos.
— ¿Darya? —Me detuve, tensa, cuando oí su voz detrás mio, es que, ¿se había atrevido a seguirme fuera? Claramente era así.
Me volví hacia él.