Darya
Estaba sentada sobre mi cama, rodeaba mis piernas y me mesía de un lado a otro, mientras lo hacía, no podía despegar mis ojos del frasco con las pastillas tranquilizantes que tomaba últimamente para mantener mis nervios a raya, aunque no es que me funcionasen demasiado.
Lo miré durante largos minutos mientras una idea un poco desesperada golpeó en mi cabeza.
Si lo hiciese, ya nadie podría lastimarme. Él no me lastimaría. No podría acercarse más a mí, ya no habría a nadie a quien perseguir, torturar…
Y estuve a punto de hacerlo cuando la puerta de la habitación se abrió. Freya se acercó. No la miré. Continué observando lo que antes veía.
—Darya, llevas dos días sin probar alimento —musitó. Después vino y se sentó a mi lado. Me apartó el cabello con mimo. Suspiró. Tampoco me había bañado y casi que ni movido de la misma posición—. Tampoco has tomado tu medicación de la diabetes. Podría…
—Tal vez lo mejor sería que me muriese —murmuré, habiéndola interrumpido.
—¿Qué? ¡No digas una cosa así, Darya! ¿Qué te pasa?
La miré, furiosa, aunque no era con ella exactamente.
—¿Que qué me pasa? ¿Estás preguntándome que qué me pasa? —chillé—. Pues me pasa que hay un jodido maníaco detrás de mí, persiguiéndome, jugando con mi cordura. Un maníaco que eventualmente está esperando el mejor momento para hacerme un daño irresponsable, y prefiero morir antes de que eso pase. ¡Eso es lo que jodidamente me sucede! Estoy harta, Freya.
Me vi tirando de mi cabello con ira.
—No quiero que me lastime, no quiero, no quiero… —grité una y otra vez, tirando de mi cabello, y sin importarme cuánto tirase no parecía dolerme—. Prefiero morir, yo quiero morir, quiero morir —continué gritando—. ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?
—Darya, cálmate... —pedía Freya, intentando que no me rasguñara la piel ya que había pasado de lo otro a eso. Rasguñé una y otra vez mis brazos. Clavé allí mis uñas con saña.
Empecé a llorar a gritos. Me rompí, en verdad lo hice. Mis hombros se sacudían con cada sollozo desgarrador. Freya me abrazó, intentó calmarme. Susurró palabras en mi oído, aunque ninguna podía escucharlas debido a mis fuertes lamentos.
En ese momento es que me permitía romperme luego de mi segundo ataque. Me di cuenta que había quedado tan en shock que no me permití llorar siquiera.
***
—Te dije que vendría —en medio de mi ensoñación, escuché esa voz, me pareció conocida, aunque no podía entender qué tendría que estar haciendo allí.
—Y yo pensé que lo que te conté te serviría para que entraras en razón y entendieras que no puedes hacer eso, que ni siquiera tienes el derecho para hacerlo —oí decir a Freya mientras terminaba de despertarme. Ni siquiera recordaba el momento en el cual me quedé dormida.
—Lo que me dijiste solo me hizo estar más firme en mi decisión, Freya.
Tenía que ser una broma. Es seguro que aún estaba dormida, no podía ser yo despierta escuchando esa voz. No era real.
—Te lo pido por favor, vete. Solo conseguirás que esté más alterada y deprimida. Cómo te conté, apenas ha querido comer, ducharse o salir de esa cama. Está muy nerviosa y asustada. Lo peor que puedes hacer por ella es meterte tú también en el paquete, ¡que ya tiene bastante, contras!
Era él.
Era Drystan allí. Lo vi cuando salí a mi sala, estaba detenido allí frente a Freya. No la veía mucho debido a que sus hombros anchos la ocultaban, mas, él estaba allí sin duda, y mi mejor amiga estaba contándole cosas de mí a…
— ¿Qué… estás haciendo en mi casa?
Drystan se volvió enseguida. Su mirada se enlazó con la mía.
Capítulo nueve
Drystan
— ¿Qué estás haciendo en mi casa? —ella repitió esa pregunta, con el mismo odio y desprecio que la caracterizaba hacia mí. Era estúpido, sé que tenía el pensamiento más estúpido al pensar que cada vez que la volviera a ver ya Darya no me odiaría tanto, que ya no vería más de ese desprecio en sus ojos, que allí donde alguna vez ardió de otra manera ahora ardía de un modo que me desgarraba.
Las llamas de aquel odio estaban volviéndome cenizas, cada día podía soportarlo menos.
La observé. Su blanca piel estaba pálida, sus preciosos ojos carecían de aquel brillo que los caracterizaba, en ellos podía ver el miedo, el dolor. Su cuerpo también había sufrido algunos estragos ya que podía notarse claramente que había perdido un par de kilos. Noté rasguños en la piel de sus brazos que sabía que se hizo ella misma. Tenía ganas de hacer cosas terribles con la persona que estaba causando eso en ella.
—Una vez te prometí que yo siempre sería tu caballero, Darya, que te protegería de todo y de todos, en cualquier circunstancia de la vida, y cuando se trata de ti, mi palabra es ley. No importa cuán grande sea el odio que sientes por mí, jamás permitiré que nadie ponga un dedo sobre ti para dañarte, no si yo puedo evitarlo. —Ella intentó decir algo, pero no se lo permití—. Sé todo lo que está pasando, sé que hay alguien que está molestándote y estoy aquí para protegerte, como lo prometí.
Darya me vio parpadeando durante un par de segundos, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando, y seguía conociéndola tan bien que incluso tal vez pensó que solo estaba soñándolo.