La pasión del Rey

Capitulo 17

Drystan

—La última vez que la vi, estaba besándose con un tipo en vuestro jardín. No vi su rostro, apenas atisbé cómo se alejaba rápidamente, por cierto.

Liberé un gruñido. La última vez que Ian vino a ve fue hace un par de semanas. Se presentó para darme el pésame por la muerte de nuestro padre.

—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunté.

— Erinne me pidió que no te dijera nada. Aunque le insistí en que fuera honesta contigo y te lo contara.

Pasé mi mano por mi cara, ofuscado. Habían pasado dos semanas desde que Erinne huyó de casa.

Intenté mover cielo, mar y tierra; hice las averiguaciones necesarias y era como si mi hermanita se la hubiera tragado la tierra. Cumplió su promesa de no dejarse encontrar una vez se marchó, porque me negaba a aceptar cualquier otra realidad.

—Debiste decírmelo, Ian.

—Lo siento, pero no creí que tuviese derecho a decírtelo. Por eso le pedí a Erinne que te lo contara.

—Si no quería que me dijeras nada, debiste suponer que no iba a contármelo. ¡Esto está enloqueciéndome! Entre eso y lo de Darya…

—¿Qué tienes sobre eso? —interrumpió Ian.

Desordené mis cabellos.

Habían pasado más de tres semanas desde que Darya llegó al palacio. Su acosador no volvió a atacar, no desde aquella vez que se metió a su camerino. Ni siquiera envió algún regalo costoso. Cualquiera pensaría que desistió, pero no podía fiarme. Estaba seguro de que solo esperaba el momento para volver a aparecer. Solo era cuestión de tiempo.

Ese joyero, de quien sospeché en primer lugar, aunque lo había tenido vigilado durante semanas, no dio indicios de ser la persona que molestaba a Darya; sin embargo, eso no significaba que podía confiar en él lo suficiente todavía.

—No puedo encontrar nada por ahora, y Darya, ya te imaginarás, está desesperada por resolver todo esto para poder salir de mi vida —bufé—. Ya se ha enterado de que estuve informándome sobre su vida todos estos años y está más enojada que nunca.

—No puedes esperar que esté contenta; lo estás haciendo todo mal, hermano. —Era la primera vez que me llamaba de esa manera, y se sintió bien—. Tus acciones, aunque parezcan buenas, no lo son. Independientemente de que quieras protegerla o no, nadie tiene el derecho de privar a otra persona de su libertad.

—Ni siquiera está recluida del todo, Ian. Le permito cumplir con cada uno de sus compromisos; puede salir donde quiera, solo me aseguro de que esté vigilada y a mi alcance.

Ian inspiró rápido y fuerte.

—Y de todas maneras, la estás sometiendo a tu voluntad —dijo—. Procura que todo esto no le haga más daño, porque te juro que haré mi parte, Drystan. Darya es muchísimo más que mi amiga, y aunque tú y yo llevemos la misma sangre, siempre estaré de su lado. —Zanjó—. Me tengo que marchar; se ha acabado mi descanso. Debo volver al trabajo. Estoy ayudándote con el asunto de Erinne.

—Gracias.

—No me la des; es mi hermana también. No quiero que la dañen.

***

—¿Qué clase de Rey eres que no puedes encontrar a tu hermana en semanas, Drystan? —me gritó mi madre, histérica como ha estado todos estos días desde la desaparición de su hija pequeña.

Tomé una profunda inspiración.

—Ya lo has dicho, soy un Rey, madre, no un Dios. Estoy intentando encontrarla. He hecho todo lo que está en mis manos. He puesto la alerta de su desaparición de manera internacional. La noticia de la huida de la princesa ha recorrido el mundo; ¿crees que he hecho poco de todos modos? Pero tu hija no se deja hallar. Lo siento, pero aquí la única culpable de todo esto eres tú, porque te empeñaste en no dejarle llevar una vida normal —dije, aunque sin intención de hacerle daño.

—¡Porque Erinne no es normal! —estalló.

—Sabes a lo que me refiero, madre.

La reina apretó los labios, furiosa y triste a la vez.

—Encuéntrala, y que esté bien. Nunca te perdonaré si le ocurre algo, Drystan —zanjó.

Gruñí. Estaba siendo injusta. No era mi culpa que Erinne se hubiera fugado de casa; eso era obra de su necesidad de sobreprotección. Llevaba días buscando sin cesar en cada rincón, investigando y no encontraba nada, pero preferí no entrar en una discusión con ella.

Salí de allí y me dirigí a mi gimnasio personal. Me liberé de una parte de mi ropa, quedándome solo en una camiseta, y ni siquiera me molesté colocándome los guantes. Necesitaba sentir ese dolor, la fuerza del golpe. Era lo único que podía calmar mi ira en ese momento. O al menos, eso creí. Después de una hora golpeando sin parar aquel saco, me sentía incluso más violento, furioso; tenía esas ganas de destrozar todo que parecían ser de hace mucho tiempo.

Recogí el sudor de mi frente y decidí que probablemente un baño me ayudaría. Mi corazón latía con fuerza. Mi pulso estaba disparado. Mis sienes palpitaban y apreté los dientes con fuerza, intentando contener el centenar de emociones, los recuerdos que me llevaban allí.

Estaba por quitarme la ropa cuando escuché mi móvil sonar. Estaba sobre la cama. Observé la pantalla y arrugué la frente, pues no conocía el número que ahí palpitaba. De todos modos, lo agarré pensando que podría ser Erinne. Quizás decidió contactarse finalmente y darnos a conocer dónde estaba para acabar con esta agonía.




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