“Respirar no siempre es vivir… a veces solo es no morir.”
Hay días en los que no soy valiente,
ni fuerte,
ni resiliente.
Hay días en los que solo… sobrevivo.
Me levanto porque el reloj suena,
porque el mundo sigue,
porque la vida no se detiene aunque yo quisiera ponerla en pausa.
Camino con pasos mecánicos,
como un cuerpo sin alma,
mientras mi mente intenta no desmoronarse otra vez.
Dicen que hay que vivir con pasión,
que hay que luchar siempre por los sueños,
que hay que sonreírle a la vida…
Pero la verdad es que hay momentos
donde solo poder estar ya es suficiente,
donde no pierdo ni gano,
solo continuo.
Y aunque eso pueda parecer poco…
sé que también es un logro.
En esos días, la cama se siente como un refugio,
pero también como una cárcel.
La rutina me salva
y me hunde a la vez.
Las sonrisas que doy se sienten prestadas,
los “estoy bien” son trajes que no me quedan,
los silencios son abismos que me trago sin hacer ruido.
Y entonces entiendo que sobrevivir
no es sinónimo de cobardía.
Es un acto de resistencia.
Es decirle a la vida:
“Todavía no has podido conmigo.”
Es un paso pequeño,
pero es un paso hacia adelante.
Y avanzar milímetros
también es avanzar.
He aprendido a agradecer esos días:
los en los que no brillo,
pero tampoco me apago.
Porque tal vez hoy no pueda ser mi mejor versión,
pero soy una versión que sigue aquí.
Y eso vale más de lo que el mundo imagina.
Así que sí, a veces solo sobrevivo…
pero sobrevivir es el primer paso
para volver a vivir.