“Respirar no es solo llenar los pulmones… es recordarle al corazón que siga aquí.”
Hay días en los que el aire pesa,
en los que respirar duele,
como si el oxígeno fuera una carga demasiado grande
para un pecho que ya está cansado de sentir.
A veces la ansiedad aprieta,
enciende alarmas que nadie más escucha,
y mi corazón late como si estuviera huyendo,
aunque yo esté completamente quieta.
Me repito una y otra vez:
“Respira… solo respira…”
Pero mi mente grita más fuerte:
“¿Y si todo sale mal?”
“¿Y si nunca vuelve a mejorar?”
“¿Y si no puedo más?”
Son preguntas que asfixian más que el aire que falta,
que ahogan más que cualquier mar de lágrimas.
Aprender a respirar
es aprender a pausar,
a no querer tener el control de todo,
a permitir que la vida siga su curso
sin que yo me culpe por cada tormenta.
Respirar es soltar lo que ya pesa demasiado,
darme permiso de descansar,
de sentir,
de pedir ayuda si la fuerza se agota.
Cada inhalación es un pequeño “sí”.
Sí quiero seguir.
Sí quiero intentar.
Sí quiero existir.
Y cada exhalación
es dejar ir un poco del miedo,
de la culpa,
de la presión que yo misma me he cargado en los hombros
Respirar también es un acto de rebeldía:
es decirle al dolor que no me ha vencido,
es aceptar que estoy aquí por algo,
que mi historia aún no ha terminado.
Porque mientras haya aire entrando en mis pulmones,
hay esperanza abriéndose paso
entre las grietas.
Así que respiro…
aunque me cueste.
Respiro…
aunque duela.
Respiro…
porque todavía merezco estar aquí.
Y si hoy tú también estás intentando mantenerte a flote,
si tu pecho pesa y el aire escasea…
solo recuerda:
No estás sola.
Yo también estoy aprendiendo a respirar contigo.