“Incluso en la oscuridad más profunda… siempre hay una chispa que se niega a apagarse.”
He conocido noches tan largas
que parecían no tener mañana.
He sentido sombras tan pesadas
que pensé que me romperían el alma.
Y sin embargo…
aquí estoy.
Porque aunque la oscuridad llegue sin permiso,
aunque se acomode en el pecho
y la tristeza se vuelva compañera cotidiana,
siempre existe algo,
por pequeño que sea,
que se mantiene encendido dentro de mí.
No hablo de luz como un milagro estridente,
no siempre es un amanecer glorioso
ni un cambio repentino que borra el dolor.
A veces la luz es apenas un susurro:
una persona que te escucha,
una canción que te abraza,
una risa inesperada,
un respiro que llega cuando creíste no poder tomarlo.
A veces la luz es saber que hoy dolió,
pero dolió un poquito menos que ayer.
La oscuridad nos hace creer que es eterna,
que no habrá forma de salir,
que ese pozo es el final del camino.
Pero la luz…
aunque sea pequeña,
aunque parezca frágil…
es terca.
Se queda.
Quizá aún no puedas verla.
Quizá la tristeza la cubrió como nube gruesa.
Pero está ahí,
esperando a que tengas fuerza suficiente
para abrir un espacio hacia ella.
Porque la luz no aparece para salvarnos,
sino para recordarnos
que podemos salvarnos nosotras mismas.
Hoy entiendo que no necesito brillar fuerte
ni sonreír todo el tiempo
para demostrar que sigo viva.
A veces basta con mantener una chispa encendida,
esa que late justo en el centro del pecho,
donde nació la esperanza por primera vez.
Esa luz que se queda
a pesar de todo,
esa es mi mayor prueba
de que aún tengo futuro.