La pequeña de Mami y Daddy

Capítulo 1: La pequeña huida y Micho

La noche envolvía la ciudad como un manto oscuro y frío, mientras el viento cortaba las calles desiertas con una intensidad que hacía temblar hasta el alma. Entre las sombras, una pequeña figura se movía con pasos rápidos y torpes, tratando de escapar de la dureza del mundo que la había rodeado por años. Lía, con su menuda estatura y cuerpo frágil, parecía una niña de tres años, pero en realidad tenía 13.

Había escapado.

El orfanato quedaba atrás, una silueta distante en el horizonte, pero Lía no se atrevía a mirar atrás. Sabía que tarde o temprano la buscarían. Y lo último que quería era regresar a aquel lugar donde siempre se había sentido invisible, una niña a la que nadie cuidaba realmente. A pesar de su miedo, sus pasos no se detenían. El frío calaba sus huesos, y la vieja bufanda que había encontrado hacía semanas era su único escudo contra la noche helada.

El eco de sus pisadas resonaba en el pavimento húmedo, mientras buscaba un lugar donde esconderse. Las calles no eran nuevas para ella. En más de una ocasión, había escapado brevemente del orfanato, vagando por las calles solitarias, pero siempre volvía. Esta vez, sin embargo, había decidido que no lo haría. Esta vez, se quedaría fuera.

A medida que avanzaba, su mirada se detuvo en un pequeño sonido, apenas un susurro entre la brisa. Un maullido. Se giró y vio, casi escondido en un rincón oscuro del callejón, un diminuto gatito negro. Parecía tan frágil como ella, con su cuerpo tembloroso y mojado por la lluvia reciente. El animalito la miraba con ojos grandes y brillantes, como si entendiera su soledad.

Lía se acercó con cautela, y el gatito no huyó. De hecho, se dejó caer suavemente en sus brazos cuando ella lo recogió, buscando calor. Lía sintió una conexión inmediata con el pequeño gato. Su corazón, endurecido por años de abandono, pareció derretirse un poco. El gatito ronroneaba suavemente mientras ella lo envolvía con su bufanda, acercándolo a su pecho.

-Te llamaré Micho -susurró Lía, acariciando su diminuta cabeza.

Micho ronroneó más fuerte, como si hubiera estado esperando ese nombre toda su corta vida. Lía sonrió por primera vez en días, quizás semanas. Ahora no estaba sola. El pequeño gato negro se acurrucaba en sus brazos, dándole un sentido de compañía que no había experimentado antes.

Mientras caminaba con Micho en brazos, el hospital apareció en la distancia, sus luces brillando débilmente en la fría noche. No sabía por qué, pero algo en ese lugar la llamaba. Tal vez era el calor que prometía, o tal vez, después de tanto tiempo sintiéndose perdida, Lía buscaba algo más, algo que no podía describir. Algo que Micho, con su pequeño cuerpo cálido, no podía darle por completo: una verdadera familia.

Al llegar a las puertas del hospital, Lía se detuvo, mirando a su alrededor con cautela. El viento había comenzado a calmarse, pero el frío aún le calaba en los huesos. Empujó la puerta con esfuerzo, y una ráfaga de aire cálido la recibió al entrar. Un lugar seguro, al menos por ahora.

Se deslizó hacia una esquina del vestíbulo, abrazando a Micho con fuerza contra su pecho. Nadie parecía notar su presencia, lo cual era justo lo que quería. Se acurrucó en una de las sillas cercanas, envolviendo a Micho con su bufanda para mantenerlo caliente. El pequeño gato la miraba con ojos brillantes, su ronroneo constante llenando el silencio. Era su único amigo, su único aliado en este mundo cruel.

Sin embargo, lo que Lía no sabía era que alguien sí la había notado.

A lo lejos, Carmen Flores, una doctora que acababa de terminar su turno, la había visto. Estaba acostumbrada a ver muchas cosas en el hospital, desde niños enfermos hasta situaciones desgarradoras, pero algo en la pequeña figura acurrucada en la esquina la hizo detenerse. Con su bata blanca colgando ligeramente de sus hombros, Carmen se acercó con cuidado.

No quería asustar a la niña, pero tampoco podía ignorarla. Carmen sabía reconocer el dolor cuando lo veía, y en los ojos de Lía, aún desde la distancia, vio una tristeza profunda. Pero también vio algo más. Una pequeña figura negra asomaba desde la bufanda de la niña: un gatito. Carmen sonrió para sí misma.

-Hola -dijo en un tono suave, arrodillándose frente a la niña.

Lía no respondió de inmediato, abrazando más fuerte a Micho. Estaba acostumbrada a que los adultos pasaran de largo, a que nadie realmente se preocupara por ella. Pero algo en la mirada de la doctora la hizo levantar la vista, tímidamente.

-Mi nombre es Carmen -dijo la mujer con una sonrisa cálida-. ¿Cómo te llamas?

Lía dudó. No confiaba fácilmente en los adultos, pero esta mujer parecía diferente. Sus ojos eran amables, y no la miraba con lástima, sino con genuina preocupación.

-Lía -susurró finalmente, su voz apenas un susurro.

Carmen asintió con ternura, su sonrisa nunca desapareciendo. Luego, sus ojos se posaron en el pequeño gatito que Lía sostenía con tanto cuidado.

-¿Y quién es este? -preguntó, señalando a Micho.

-Se llama Micho -respondió Lía, acariciando la cabeza del gatito, quien se retorcía ligeramente bajo su bufanda.

El corazón de Carmen se conmovió. Había algo en esta pequeña niña y su gato que le recordaba su propio anhelo de cuidar a alguien, de ser más que una doctora para niños enfermos. Sabía que no podía simplemente dejar a Lía en ese estado, en las calles, sola y desprotegida.

-Es un nombre precioso -dijo Carmen, observando cómo Micho ronroneaba de manera protectora sobre Lía-. ¿Tienes a alguien aquí contigo?

Lía negó con la cabeza, sintiendo una punzada en el pecho al recordar lo sola que realmente estaba. No tenía a nadie. Nadie excepto Micho.

-Bueno -dijo Carmen, manteniendo su tono suave-, parece que Micho y tú se cuidan mucho el uno al otro, pero quizá necesiten un lugar más cálido donde quedarse esta noche, ¿verdad?

Lía no dijo nada, pero el brillo en sus ojos traicionó la esperanza que no se atrevía a expresar. Carmen la miró por un momento más, antes de extender suavemente la mano hacia ella.



#807 en Novela contemporánea

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Editado: 06.01.2025

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