Las mañanas en la casa de Carmen y Nicolás eran diferentes a todo lo que Lía había conocido en su vida. Después de tantos días vagando por las calles, las sábanas suaves, el olor a café recién hecho y la calidez del hogar eran casi extraños para ella. Aunque había estado allí apenas unas semanas, seguía despertando con la sensación de que todo era un sueño.
Se incorporó en la cama, mirando alrededor de su habitación. Las paredes pintadas de colores suaves, el pequeño escritorio con algunos juguetes nuevos que le habían regalado, y Micho, su fiel compañero, acurrucado junto a sus pies. El gatito negro ronroneaba mientras se estiraba perezosamente al notar que Lía se movía.
-Buenos días, Micho -susurró Lía, acariciando suavemente la cabeza del gatito. El animal respondió con un suave maullido, como si también la saludara.
Bajó de la cama con cuidado, aún sintiéndose un poco incómoda en este nuevo mundo. Aunque sabía que Carmen y Nicolás la querían, todavía le costaba creer que tenía un lugar seguro. Un hogar. Caminó hacia la cocina, donde ya podía escuchar el bullicio de la mañana. El aroma de la comida llenaba el aire, y Gabriel, con su habitual energía, estaba sirviendo el desayuno.
-¡Buenos días, Lía! -exclamó Nicolás con una sonrisa amplia al verla entrar.
-Hola... -respondió ella tímidamente, todavía un poco incómoda con tanto entusiasmo tan temprano.
Carmen, quien estaba preparando los últimos detalles del desayuno, se volvió hacia Lía con una sonrisa cálida.
-Lía, cariño, ven a sentarte -le dijo-. Hoy tenemos un desayuno muy especial. Hay que ponerte fuerte, ¿vale?
Lía se acercó a la mesa, donde encontró un plato lleno de comida que la hizo fruncir el ceño. Verduras. No solo estaban allí las clásicas tostadas y huevos revueltos que solía tolerar, sino que también había una generosa porción de espinacas y brócoli. Su estómago dio un pequeño vuelco.
No le gustaban las verduras.
Nunca le habían gustado. Y ahora, enfrentarse a ese plato lleno de ellas se le hacía imposible.
-No me gustan... -murmuró Lía, bajando la mirada hacia el plato.
Nicolás, que estaba sirviendo jugo en un vaso, le dedicó una mirada de complicidad desde el otro lado de la mesa.
-Sabemos que no son tus favoritas, pequeña, pero necesitas comerlas -dijo Nicolás en su tono habitual, alegre pero firme-. Te ayudarán a ponerte más fuerte.
Carmen se sentó frente a Lía, con esa mirada suave que siempre usaba cuando trataba temas importantes. Había estado trabajando muy de cerca con los médicos para mejorar la salud de Lía desde que descubrieron su anemia. Su cuerpo pequeño y frágil no estaba obteniendo los nutrientes que necesitaba, y las verduras, aunque Lía las odiara, eran esenciales para su recuperación.
-Lía, sé que no te gustan -dijo Carmen con ternura, inclinándose hacia ella-. Pero, cariño, tienes que comerlas. Tu cuerpo necesita estas vitaminas para que puedas sentirte mejor. Y te prometo que lo notarás. Micho también quiere verte fuerte, ¿verdad, Micho?
Micho, como si entendiera la conversación, se acercó a Lía y saltó a su regazo, ronroneando suavemente. Pero, a pesar del intento de Carmen por suavizar la situación, Lía apartó el plato con una expresión de disgusto.
-No quiero... -insistió, empujando las verduras con el tenedor.
Nicolás intercambió una mirada rápida con Carmen. Era la primera vez que Lía se resistía de esa manera desde que había llegado. Sabían que sus emociones aún estaban frágiles y que la comida era uno de esos pequeños campos de batalla para una niña que había pasado por tanto. Pero también sabían que, para su salud, no podían ceder.
-Lía, lo entiendo -dijo Nicolás, caminando hacia su silla y agachándose a su altura-, pero en esta casa, cuando mamá y yo decimos que hay que comer algo, es por una razón importante. No se trata solo de lo que te gusta o no te gusta. Se trata de cuidar tu cuerpo. -Le dio una pequeña sonrisa y añadió-. Además, si comes tus verduras, ¡puedo prometer un postre delicioso después!
Lía frunció el ceño, aún con la mirada baja. Era una oferta tentadora, pero no lo suficiente como para enfrentarse al desagradable sabor de las espinacas.
-No me importa -dijo en voz baja, alejando el plato un poco más.
Carmen suspiró suavemente. Sabía que la situación era complicada, pero también sabía que no podía dejar que Lía se saliera con la suya esta vez. Si querían que su hija adoptiva se recuperara completamente, tenía que aprender a cuidarse, y eso incluía comer lo que su cuerpo necesitaba.
-Lía, cariño -dijo con un tono un poco más firme-, si no comes tus verduras, no podrás jugar con Micho esta tarde. Es importante. Si no comes bien, no tendrás energía para hacer nada.
Lía alzó la vista, sorprendida. Sabía que Carmen no solía castigarla, pero esta vez parecía diferente. Micho era lo único que le daba consuelo en ese nuevo mundo, y la idea de no poder jugar con él hizo que su estómago se retorciera de nervios.
-Pero... Micho no tiene la culpa -dijo en un tono casi suplicante, abrazando al gatito que ahora estaba acurrucado en su regazo.
-Lo sé, y no es un castigo para Micho -respondió Carmen suavemente-. Pero Micho necesita que tú estés bien para poder cuidarlo. Si no comes lo que necesitas, no podrás cuidarte a ti misma, ni a él. Queremos verte sana y fuerte, Lía.
Lía miró a Carmen, luego a Nicolás, y finalmente a Micho. Todos la miraban con esa mezcla de amor y preocupación. Suspiró. Sabía que, aunque odiaba las verduras, ellos solo querían lo mejor para ella. Había pasado mucho tiempo cuidándose sola, pero ahora tenía a alguien que se preocupaba de verdad. ¿Podía confiar en ellos?
-Está bien... -dijo finalmente, tomando el tenedor con manos temblorosas y pinchando un pequeño trozo de espinaca.
Carmen y Nicolás intercambiaron una sonrisa rápida, tratando de no mostrar demasiado entusiasmo para no hacer que Lía se sintiera presionada. Era solo un pequeño bocado, pero para Lía, era una gran victoria. Levantó el tenedor y, después de una pausa breve, se llevó el trozo a la boca.