La pequeña del Alpha. ©

Fuera de control

Día presente...

Miraba a través de aquellos inmensos ventanales, las luces de la ciudad que iluminaban su pétreo rostro. Sus ojos como dos dagas afiladas miraban a fuera, en su mano el vaso de whisky brillaba con el líquido ambarino y los hielos hacían ruido al chocar cada vez que le daba un trago al amargo licor.

Detrás de él, la puerta de la pequeña oficina se abrió de golpe. La silueta de un hombre se dibujo en la oscuridad.

-Hasta que te dignas en aparecer, y tomar de una vez por todas las riendas de este imperio. Creí que ya habrías perdido la cabeza. Ya que... Es lo que suele pasar en estos casos.

Con la misma mirada asesina se giró y prendió la lamparilla del esquinero.

Hérmes miraba a su hermano mayor como lo que era... "Una feroz bestia". En lo que fuera que se desempeñara.

Lo miró con el seño fruncido.

-¡Si solo has venido a joder ya te puedes ir al demonio! - paso a su lado.

Cicerón sentía la sangre hervir por la terquedad y estupidez de ése "cachorro", sin embargo, al final seguía siendo su amado hermano menor.

Hérmes comenzó a buscar entré las pilas de papeles encima de su escritorio.

Cicerón sonrió de medio lado. ¡Que patéticos se volvían por una mujer! ¿Sería lo mismo con él? El perder de esa forma el control no era algo que pudiera sucederle. No para alguien que tenia manía por el perfeccionismo.

-No estoy aquí para molestarte, eso ya lo hace esa chica humana. ¡Sólo quiero que pongas un poco más de interés en tu manada! ¡Tu familia! -

Golpeó con el puño la mesa de caoba. Hérmes con las venas de la cien furiosamente exaltadas levantó la vista, clavando ésas cuencas azules que ahora brillaban con furia.

-¡Dime! Al fin has terminado con ése estúpido juego del "universitario", y dejaras de buscar a esa niñata de una buena vez, que lo único que ha traído desde que llego son problemas -

-¡TE RECUERDO QUE NO ERES NUESTRO PADRE Y MUCHO MENOS ALPHA PARA HABLARME CON ÉSE MALDITO TONO DESPECTIVO! Y en lo que concierne a Odette... ¡Es tu nueva Luna! - se levantó enfrentando a Cicerón.

La puerta se abrió de nuevo, un chico de aproximadamente veinte años asomó a dentro de la oficina. Cabellos negros y mirada verdosa.

-Disculpen... Hérmes, tenemos información de tu Mate. ¡Debes venir de inmediato! -

-De acuerdo Erón... - el aludido con una inclinación de cabeza volvió a cerrar la puerta.

Hérmes volvió su mirada a su hermano. Éste, sonrió de medio lado.

-Como dije, sólo problemas es lo que ha ocasionado. Piensa en ello y en las personas que confían en ti, los ataques de vampiros en la zona son cada vez mas frecuentes. Ya no es segura la ciudad. Tal vez, sea momento de regresar a "casa". Sí planeas llevarla con nosotros... ¡Resuelve esto de una puñetera vez! ¡Estoy harto de ser tu maldito reemplazo y tu niñera! - sin más, dejó el vaso y salió de ahí con pasos rápidos y firmes.

Hérmes cogió esté, y lo lanzo al fondo de la habitación haciéndolo añicos.

Era tan difícil resolver problemas de política y los personales. Pero ¡¿Como diablos tendría cabeza para otra cosa que no fuera encontrar a su mujer?! Desde esa maldita noche no había podido parar de buscarla.

¡Donde fuera! En cada rincón de Londres. Contactos en diferentes partes del país, incluso del extranjero. Y nada. Parecía que la tierra se la hubiera tragado.

¡Esta maldita situación lo estaba enloqueciendo! Y eso era algo que Cicerón no comprendía.

Esto podría significar la muerte para un Lobo. Una muerte lenta y dolorosa.

Tomó la única fotografía que adornaba la oficina. Era su madre.

-Lo siento... Estoy haciendo todo mal. No soy, lo suficientemente fuerte para sobrellevar este cargo. Si sólo, papá estuviera aquí, junto contigo. Sabría que hacer. ¡Mierda! -

Con desgana la dejo en su lugar y salió de la habitación, con suerte esta vez la encontraría y aún que a la fuerza fuera, la traería de vuelta a su lado.

Día presente...

La chica maniobraba para no tirar las sopas de la bandeja. El lugar estaba lleno de oficinista, empleados de bancos etc. Era lujoso y costoso.

Sus pies estaban matándola y el agotamiento estaba haciendo mella en su estado físico.

-¡Qué crees que haces! Dame eso, vas a lastimarte Odette - el chico de cabellos rubios sujetó olímpicamente ambas charolas.

-Kelvin, no puedes estar haciendo mi trabajo, si el Señor Paul te ve, será mi final y el tuyo. ¡Así que dame eso! - quiso arrebatarle la bandeja pero no lo consiguió.

-Ni lo pienses, en ese "estado" no puedes hacer tanto, mientras pueda voy a ayudarte ¿ok? Bien.

Sin más salió de su vista para llevar la comida a sus respectivas mesas.




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