La pequeña del Alpha. ©

Una cita antes del desastre

He aquí la cena de Mía y Cicerón 😍
Por si se lo preguntaban... 💏

 

Si esto era un sueño o algo parecido... Jamás había sentido la sensación de querer despertar y a la vez, dormir por siempre.

Pero ahí estaba, subida en ese "Jaguar" negro y clarísimo. En compañía de su, claro estaba, jefe.

¡No podía estar mas incómoda! ¿Estaba bien vestida para la ocasión? ¿Su cabello no era un desastre? Al igual que su vida.

No era que hiba a sacar de su bolsa su espejo y mirar si su maquillaje estaba en su lugar. ¡Imposible!

El aire despeinaba ligeramente el cabello del lobo. Sus manos sujetaban de forma forme el volante, pues el auto no era muy estable a altas velocidades.

No podía evitar sentirse; ¿emocionado?

Era eso, emoción, pero esta vez no lo provocaban las ganancias ni el poder mandar sobre los demás, sino por el simple hecho de tener a su lado a esta chica.

De reojo la miro, una vez mas. No, no era sobresaliente como las demás "damas" que habían estado en su compañía. Tampoco tenia una belleza destacable. ¡Era hermosa eso era un hecho! Esos ojos enormes y llenos de curiosidad.

Pudo notar como removía sus manos nerviosa. Tal vez jugaría un poco.

- Tranquila, no es para tanto... Relajate o tendré que ponerte en un aparador como maniquí. No voy a comerte -

Una idea bastante sugerente atravesó su mente, sacándole una sonrisa como la del gato de Alicia's Wonderland. Definitivamente se estaba corrompiendo demasiado.

Llegaron a lo que parecía un bonito restante, sencillo pero elegante.

La mayoría de los "hombres de negocios" que disfrutaban de sus platillos, no habían podido despegar su vista de la presencia de Cicerón. A donde fuera que hiba, llamaba na atención.

Como todo un caballero, saco la silla de su lugar y acomodo a su bella acompañante. Mía sonrojada oculto sus ojos detrás de los mechones de cabello.

De inmediato, el mesero llego.

- Bienvenidos, esta tarde seré su mesero, Monsieur ¿Que desea ordenar? -

- Filete de salmón blanco, bañado en vino tinto y una ensalada. Y un "especial". Un vino blanco, italiano -

- ¿ Y usted madame? - se giro hacia la chica.

- Ammm... Lo mismo -

Cicerón divertido miraba como a cada minuto se poni mas y mas nerviosa. Encantadora criatura.

- Enseguida estarán aquí. Disfruten su tarde - sin mas se alejo.

Y el tan incomodo silencio llego. ¡Era lo peor! ¡Que decir! ¡Como actuar!
Este no era su ambiente.

- Espero te guste la comida. Es un lugar, bastante agradable y el servicio es impecable -

- No debió molestarse... -

- ¿Por que no dejas de llamarme de "usted"? No soy tan viejo, además, quiero que te sientas en confianza. Relajate -

- Eso no es posible, eres mi jefe. ¿Como planeas que me relaje? -

Cicerón, sonriente la miro a los ojos, con esa mirada penetrante.

- Para eso es el vino -

Sonrojada, decidió no volver a abrir la boca. No al menos durante la comida.

Los platillos llegaron, se veía delicioso y comenzaron a disfrutar.

- Y dime, esa amiga tuya ¿eran muy allegadas? -

Mía, limpio la comisura de su boca.
Asintió.

- Somos como hermanas, siempre estábamos juntas -

- Entiendo, no imagino lo duro que debe ser para ti. Es terrible -

- Yo se que la encontrare... Eso daño por hecho. No voy a rendirme - ambas miradas se encontraron.

Cicerón, pudo sentir un hormigueo en el rostro al ver la forma tan decidida con que esta chica afirmaba encontraría a Odette.

Le intrigaba demasiado saber sus limites. Hasta donde era capaz de llegar.

Su resistencia. Doblegarla al menos un poco.

Sonriente, sirvió mas vino a su copa.

- Eres valiente... Admiró eso -

 

Mía, bajo su mirada y sonrió. Esta vez sin pudor alguno.

¿Era acaso Cicerón Hold de esta manera? Él mismo lo había dicho. Era su forma de pedir disculpas.

< Deja de hacerte ilusiones y baja los pies de una puñetera vez >

Por un instante imagino a la cantidad de mujeres que habían pasado por la vida de ese hombre. Era mas que evidente, mujeres nunca le harían falta. Era demasiado atractivo.

Inalcanzable diría mejor dicho.

De pronto la cara de preocupación y desconcierto de Cicerón llamaron su atención.

¿Que sucedía?

- ¡Te encuentras bien, Mía! -

¡Estaba llorando! Lágrimas caían de sus mejillas. ¿Por que?




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