La pequeña del Alpha. ©

Sólido, Ambrosía y Rosas

"Todo cae por su propio peso"

 


(...)

 

-¿Y? ¿Que opinas? ¡Sera una campaña exitosa! ¡La mejor de éste año! Podrás ver la imagen de este producto en cada autobús, en cada espectacular de la ciudad. En cada diario y revista de la metrópoli, Cicerón. ¡Sera un éxito mi amigo!
Y con el nuevo eslogan de la franquicia... "Sólido, Ambrosía y Rosas" será algo ¡Magnífico!

 

Cicerón escuchaba a medias cada palabra que salia de la boca de Górdon. Su mano derecha en la compañía, un hombre de mediana edad. Todo un lobo de mar experimentado en los negocios de la compañía. El mejor amigo de su difunto padre.

 

No había nadie mejor a quien pudiera dar toda su confianza que él. Era un buen hombre.

 

Lo estimaba y confiaba en su sentido del gusto. Sus ideas habían salvado mas de una vez a la compañía de caer en la ruina. Esta vez, estaba seguro que no seria la excepción.

 

-¡Anda pero di algo! Te has quedado colgado.

 

-Lo siento, es una mala costumbre que se me ha pegado. Creo que es genial. Sólo cambia los colores del eslogan y ¡listo! Será perfecto.

 

Se levantó de la silla de cuero y caminó hasta el estante de libros. Tomó uno y saco unos papeles. Sé los entrego a el hombre parado del otro lado del escritorio.

 

-Toma, busca un rostro "innovador" algo diferente, fresco. Eso sera mejor y atraerá la atención de cada mujer de la ciudad. Las mujeres aman las joyas. No hay duda de eso. Y sí en lugar de una modelo, pálida y sin carne, ven a una chica hermosa pero desconocida ganaremos más  y más  adeptas. ¡Todo caerá por su propio peso górdon!

 

Cicerón sonrió, consciente de que era una estrategia diferente y arriesgada pero con suerte eso seria lo mejor.

 

-¿Un rostro nuevo dices? Eso tomaría mucho tiempo. Entrevistas y papeleo. No creo que sea una buena idea.

 

Cicerón lo acompañó hasta la puerta, el pasillo y amplio living de la recepción estaba transitado por los cientos de empleados en la compañía. El imperio de los Cold había crecido como la espuma.

 

-Confio en ti y en tu buen gusto. Así que será pan comido para alguien como tu mi viejo amigo.

 

Los ojos, grises se clavaron en los ojos pequeños y hundidos del hombrecillo.

 

-Bien, lo que tu digas.

 

De pronto, ambos voltearon al escuchar el repiquetear de unos tacones por la fina capa de mármol del piso de abajo.

 

Mía, distraída caminaba con papeles en mano, revisando las próximas citas del "BushinesMen". Cosa que ya no era nueva para ella, después de esos meses trabajando con él, no había podido simplemente renunciar. Es decir, estaba ahí por Odette.

 

Ahora ella había regresado ¡nada la ataba a ese lugar! ¿O si?

 

Cómo fuera, no había podido renunciar por falta de valor para encarar al hombre con la mirada de hierro.
Y también por que, simplemente no quería dejar ese lugar. Se había acostumbrado tanto al ambiente, las personas... ¡Si claro, mejor dicho se estaba enamorando como una estúpida de Cicerón Hold! ¡Que buena escusa!

 

De pronto, escuchó como alguien llamaba su atención. Levanto la mirada y eran unas chicas que le señalaban la planta superior, detrás del cristal, Cicerón y ese otro hombre la miraban con una expresión indescifrable.

 

De pronto, los ojos de Cicerón se clavaron con intensidad en los ojos marrones de la chica. Éste, la llamo para que subiera de inmediato.

 

¿Que pasaba ahora?

 

 

-¡Por dios! ¡Jamás había creído que las faldas bien entalladas lucieran tan bien! ¿Quien es esa chica, Cicerón? 

 

Como un bobo, Górdon no apartaba la mirada de la pelinegra mientras subía por las escaleras eléctricas.

 

Era cierto, Mía era sensual y muy hermosa.

 

Cicerón, apretó con sus palmas la barandilla donde ambos esperaban. Con ojos entrecerrados voltio rígido el rostro a su amigo.

 

-Sólo manten tu distancia, y no tendré que cortarte las bolas Górdon, sé lo que pasa por tu retorcida mente justo ahora. Así que dejemos claras las cosas. Mía, es intocable.

 

Górdon, descolocado trato de hablar y defenderse pero sólo logró tartamudear.

 

-¡O-oye! Y-yo n-no...

 

Pero antes de que pudiera decir nada, Mía ya estaba a su lado.

 

-¿Me llamaba, señor Hold?

 

Su voz sonaba algo nerviosa y sus ojos bailaban y miraban en cualquier dirección menos a los ojos del hombre.




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