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Al caminar por la entrada de la Penitenciaría, Cicerón, no podía evitar sentirse mas que asqueado por el deplorable estado del lugar. Éste apestaba a desinfectante barato y a humedad.
Los guardias de turno, le abrieron las rejas de un largo y aparentemente interminable pasillo. Las lamparillas del corredor parpadeaban con una sincronización exasperante. Sus zapatos lustrados y de un corte italiano, fino, repiqueteaban al caminar.
En uno de los tantos cubículos, con gruesos cristales transparentes, un hombre de espaldas a la puerta aguardaba su visita.
Cicerón, apretó los puños y acomodo su corbata. Entró, el rostro del hombre de inmediato se giro en su dirección.
Hérmes, con una exaltada expresión en su rostro se levantó bruscamente de la silla de acero.
Clavo de forma despiadada la mirada en su hermano mayor.
Cicerón, no tomándole mucha importancia al gesto, tomo asiento en la parte contraria de la mesa.
-¿Cómo has estado? Este lugar es horrible.
Hérmes, golpeo la mesa con los puños cerrados. De forma colérica y violenta. Eso alerto a los guardias que esperaban del otro lado. Abrieron la puerta rápidamente. De forma amenazante y alertas mostraron las armas que llevaban en mano, sin embargo con un gesto de su mano, Cicerón les detuvo de cualquier acción.
Los hombres, se miraron entre sí, y volvieron a sus respectivos lugares.
El lobo mayor, cogió aire. Tenia que enfrentar a su hermano, cosa nada fácil.
-¡Maldito hijo de puta! Hasta que te dignas en aparecer.
Las palabras eran igual a dos espadas afiliadas, pero eso para Cicerón ya no era algo nuevo, conocía a la perfección el carácter de su pequeño "hermanito". Igual a un volcán a la espera de estallar.
Barrio la silla hacia fuera y tomó asiento una vez mas.
-Lamento eso. No imagino lo difícil que debe ser estar en este lugar.
-¡¿Dificil!? ¡No tienes una puta idea! ¡No soy igual que esos malditos simios! No debo estar encerrado.
Las venas de su cuello se saltaban con cada embate. Apretaba los puños, conteniéndose para no transformarse.
Cicerón, con parsimonía, sacó de entre sus bolsillos una pequeña caja bañada en oro. Dentro habia cigarrillos. Tomó uno y lo encendió, pasandolo a su hermano. Renuente, Hérmes lo cogió de mala manera.
Cicerón, sonrió de medio lado.
-Vamos Hérmes... ¡Eres mas que esto! Esto, no es nada. "Somos" mas que simples bestias. No vine aquí a pedir tu perdón o ha intentar redimirme. Ni por asomó. Estoy aquí, solo para que sepas que sin importar nada, te cuidare.
Hérmes esta vez sonrió, con evidente sarcasmo.
-¿Cuidarme? No, no hermanito. ¡Yo no soy la víctima aquí! Al contrario, todos y cada uno de estas escorias son las que deberían cuidarse.
Pudo notar, la agresividad en la voz de Hérmes. El encierro estaba cambiando su naturaleza.
Eso era preocupante.
-Se de lo que eres capas. Solo te pediré que no cometas mas idioteces, ya bastantes problemas tenemos con esto. ¡Nada debe involucrarme a ti! ¡O puedes olvidarte de salir de aquí!
-Bueno, ¿que has sabido de Odette?
Su tono y abrupta personalidad cambiaron en cuanto mencionó a la castaña.
-Ella... Esta perfectamente, no te inquietes. Mantente al margen y pronto saldrás hermano. Yo me haré cargo de eso.
No podía hablar con mayor falsedad, si bien era cierto le había ayudado a reducir su condena, no podía dejar que saliera mas pronto de lo planeado.
Debía retenerlo el mayor tiempo posible.
-¡Debo salir de aquí como sea y buscarla! A ella y a mi cachorro.
-Si te hace sentir mejor, yo cuido de ella a la distancia. Así que, no debes preocuparte.
Hérmes, con el seño fruncido, no entendía bien el por que del repentino interés en su familia. ¿Que sucedía a fuera?
-Confio en ti, hermano.
Hérmes lo miraba sin ninguna duda en sus iris azules.
Cicerón, de un momento a otro, sintió un pinchazo en el pecho. Pero no le dio importancia.
-Claro, ahora son familia y jamás se abandona a la familia.
Hérmes asintió de forma enérgica.
Cicerón, de entre sus bolsillos, saco un fajo de libras.
Disimuladamente, los deslizó sobre la mesa, hasta entregarlos a Hérmes.
-Debes cuidarte, este lugar esta repleto de alimañas. Cualquier cosa, tengo un trato con uno de los guardias, el me avisara cada vez que necesites algo. Mantente en contacto, ¿okey?
Hérmes, desesperado paso sus manos por su rostro y cabello. Asintiendo de forma brusca.
De pronto, la puerta se abrió dejando ver a ambos guardias.
-La visita termino.
Ambos, estoicos se levantaron. No había palabras de despedida ni sentimentalismos de mas. Sobraban. Las miradas llenas de emociones transmitían cada cosa a la perfección.
Sin mas, Cicerón acomodo su saco y camino hasta la salida. Camino por el corredor y por alguna razón este le pareció mas largo aun.
Ya no había forma de mirar hacia el pasado. Sus acciones habían marcado su destino. Y muy probablemente este era terminar en las manos de su propio hermano.