La pequeña del Alpha. ©

En lo profundo.

(...)

 

La morena no apartaba la mirada del celular en la mesa de la cocina. Su expresión era aburrida y cansada. Con su palma bajo el mentón aguardaba por alguna señal de Mía. Pero, nada. Simplemente había desaparecido.

 

No contestaba los mensaje, ni cogía el auricular. Nada.

 

¿Estaría aún trabajando?
¿Seguiría en esa empresa?
¿O tal vez andaba de cita con algún galán? Las posibilidades eran demasiadas. Pero, lo que inundaba su mente, eran las palabras de Cicerón. Él buscaba hacerle daño a Mía sino cumplía con lo pactado.

 

Eso la ponía mas nerviosa aún. Imaginarla bajo su poder, la hacían desesperar.

 

Bueno, Cicerón no era realmente malo, pero su personalidad era bastante negra y abrumadora.

 

¿Seria que ya se conocían? ¡No imposible! De ser así mía ya se lo habría dicho. Si, eso era seguro.

 

El sonido del timbre la sacaron de su letargo. Se levantó de la silla y asomó fuera de la casa.

 

¿Kelvin? ¿Que hacia allí a esas horas de la noche?

 

Extrañada, abrió la puerta.

 

-¿Kelvin? ¿Que haces aquí? Es demasiado tarde...

 

El rubio, rascaba su nuca de forma nerviosa y ansiosa.

 

-Sé que es tarde... Pero, necesitaba verte. ¡No malentiendas! Sé que lo muestro acabo, aun antes de comenzar. Pero... ¡Simplemente no puedo estar tranquilo! Algo me dice que debo estar cerca de ti, Odette. Cuidándote.

 

Odette, se abrazo a sí misma. El aire nocturno era frío y la calefacción se salía de la casa.

 

-Mejo pasa ¿okey?

 

El chico, miró al piso. Luego asintió.

 

Ambos entraron. La habitación era cálida y reconfortante.

 

-Kelvin... ¡Esto no puede seguir así! Debes entender, que nada me hará cambiar de opinión. ¡Perdoname si soy muy ruda! Pero...

 

-¡Entiendo! ¡Te lo juró, pero este sentimiento no correspondido me esta matando! Y para empeorar la situación... ¡Llegas en un flamante auto descapotado, en compañía de un hombre que esta forrado en plata! Eso me da mala espina. Solo no quiero que salgas herida.

 

-Escucha... ¡Basta! Kelvin... Te aprecio tanto como a Mía, pero esto es una locura. He tratado en lo sumo no involucrarte en todo esto... ¡No mereces eso! No soportaría que me odiaras.

 

Odette, cayó en el sofá. El rubio la miraba mordiendo su uña, una mala costumbre en él.

 

-Es mi decisión... ¡Quiero cuidarte! Pero tu te empeñas en seguir a ese... "Lunático fenómeno".

 

-¡Basta! ¡No lo entiendes! Nada. Quiero que te vallas. ¡Ahora kelvin!

 

Le abrió la puerta, con evidente enojo.

 

-No hagas esto, Odette. ¡Tu me importas demasiado!

 

-No Kelvin... Esto lo haces tu solo. Vete por favor.

 

El rubio, con la respiración agitada, salio a toda prisa. Se detuvo antes de que la chica cerrada la puerta.

 

-Recuerda esto, cuando "él" vuelva a romperte el corazón. Ya no estaré como ahora.

 

Sin más, echó a andar sin mirar atrás.

 

Odette, consternada. Cerro y deslizándose por la madera, escondió la cabeza entre las piernas.

 

-No me queda mas que arriesgarme.

 

(...)

 

¿Que estaba haciendo? Nada parecía real. Nada parecía estar en control.

 

En la penumbra de esa habitación, podían solo escucharse los leños de la chimenea consumiéndose entre las llamas.

 

¿Cuanto había dormido? ¿Cuanto tiempo había pasado? No tenía ni idea. Miro a su alrededor, era una habitación. Grande y amueblada. No era un lugar cualquiera, parecía costoso.

 

A su lado, las sabanas estaban revueltas. La cama aun estaba tibia.
Avergonzada, llevo las mantas a sus manos y acercando estas hasta su nariz, se maravilló. Era la colonia de Cicerón. Estaba esparcida por todos lados. ¿O era su aroma natural? Solo sabia que ahora, todo era posible.

 

Todo lo que creyó alguna vez, todo se había tergiversado. ¡Lo que creía de él, nada parecía verdad! No lo conocía lo suficiente, como para no haberse dado cuenta de que bajo su porte de "Caballero" ocultaba a un ser mitológico. Aterrador de ficción.

 

Se incorporó, aun no había amanecido por completo. Faltaba pata que el sol saliera con todo su esplendor.


Sujeto sus cabellos azabaches, golpeándose mentalmente para asegurarse de que no estaba dentro de un sueño. Uno muy hermoso e imposible.

Escuchó ruidos en la puerta contigua. Se deslizo por la cama y descalza camino por el piso de madera, hasta llegar a la puerta que estaba entreabierta. El sonido del agua cayendo inundaba el enorme baño.




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