Ya era bastante tarde, los horarios de visita pronto pasarían y ella aún no decidía que ponerse. Miró su rostro en el espejo, sus ojos no mentían ni un poco, y toda esa pantomima de ser "dura y sin compasión" se estaba descarapelando como el barniz de sus uñas.
Cogió su cabello y lo transformó rápidamente en una coleta alta. Mordió el interior de su mejilla al darse cuenta de que esto no sería fácil ni para ella ni para su madre.
Pero debía hacerlo. ¡Ya no tenía más dudas!
Tomó sus cosas y su bolso. Bajó las escaleras y la repentina figura de su madre se materializó justo frente a ella.
-Sé lo que tramas. Y se que... Sin importar lo que diga, saldrás por esa puerta.
Su voz y mirada eran de agonía y sufrimiento. Un sufrimiento incapaz de ocultar.
Odette, con una mano sujetó fuerte la orilla de la barandilla de la escalera y con la otra apretó fuerte la delgada cinta de su bolso.
-Entiendeme... ¡Debo hacer esto! O de lo contrarió, ambos moriremos. Sé que no lo entiendes, pero es algo que debo hacer.
-¡No! Es que no puedo entenderte. ¡Es tu futuro y tu vida, y la de mi nieto o nieta! Y si en mis manos esta el evitar que cometas mas imprudencias, lo haré. ¿Pretendes ir a donde esta ése hombre? ¿Y que me quedé tan tranquila?
-¡Mamá! Te amó, pero él... Es el padre de mi bebé. Y me tomó tiempo darme cuenta de que a pesar de todo, lo amo.
Las palabras fueron igual de pesadas que un mazo. Hirientes como una afilada cuchilla de dos filos.
La mujer, sollozando se desplomó en la entrada. Tratando de entender que estaba pasando por la mente de Odette.
—Esa persona, te hizo daño. ¡Te forzó a tener relaciones! Y encima te dejó embaraza. No hablas conmigo sobre lo que sucedió. No sé como ayudarte. Te aislas por completo. Y ahora.. Me dices que ¿lo amas? Perdoname, pero suena a una locura.
La joven, bajo por completo las escaleras y arrodillándose junto a su madre la abrazo.
—Es cierto, él cometió muchos errores, pero. No puede cargar con toda la culpa y yo con toda la responsabilidad. Además... Lo que hizo, fue consensuado. ¡Yo lo deseaba! Por que lo amó.
La mujer, comenzó a llorar mas fuerte.
—Te prometo, que estaré bien, confía en mi. Mamá, confía en mi ¿Okey?
Con las lágrimas retenidas le miró. Con un amor de madre infinito.
—Confio en ti, cariño. Pero no en él.
—Creo que eso basta mamá. Debo irme. Te quiero.
—Y yo a ti.
Sin más, se levanto y abrió la puerta rumbo a la penitenciaria.
De una vez por todas arreglaría todo. Aún en contra de Cicerón. De sus ordenes o de sus planes. ¡Él no controlaba su corazón! Ni mucho menos podía hacer que dejará de amar a Hérmes.
Por que si, lo amaba. Pero tenía miedo. Miedo de enfrentar su rechazo y su mirada acusadora. Miedo de saber o de darse cuenta que ya era demasiado tarde para volver.
Mientras el autobús avanzaba más y más a su destino, su mente navegaba por los recuerdos. No podía evitar sentirse en parte también culpable de todo. Simplemente no había podido soportar el engaño, tanto había herido su espíritu que había salido corriendo a la primera oportunidad, sin darle el beneficio de la duda. Sin haber escuchado las mil y una excusas que Hérmes hubiera podido haber gritado. Sin darse la oportunidad de saber que tan fuerte era su lazo.
Darse cuenta que todo había sido tan apresurado que ahora parecían dos completos extraños.
Justo frente a sus narices, a un par de asientos mas adelante, una pareja disfrutaba de su ameno viaje, charlando, riendo y felices. Con su pequeño bebe en brazos.
Un sentimiento de amargura y de dolor subió por su garganta, hasta invadir su torrente sanguíneo y pintar sus mejillas de un rojo vivo.
Celos. Celos de la felicidad ajenas.
¿Podían algún día Hérmes y ella disfrutar de algo tan cotidiano lleno de sonrisas y dicha? Por mas que lo pensará todo se hacía tan lejano.
En cuestión de minutos, el transporte llegó hasta su destino. Bajó, y acomodo su bolso, cogiendo igual valor para entrar en ese lugar.
Dio sus datos, sus motivos y todo cuanto pidieron de ella. En cuestión de unos minutos estaría frente a él.
Mientras esperaba sentada en una de las tantas salas, enredaba sus dedos de forma nerviosa y ansiosa. ¿Que diría? ¿Como reaccionaria al tenerla frente sí, con semejante barriga? No quería por ningún motivo crear en su pecho un indicio de lástima.
(...)
Mientras tanto, en una de las celdas. Hérmes, sujetado de la barandilla del techo, ejercitaba su bien trabajado cuerpo, como venia haciendo desde su llegada, pues eso y el ejercicio al aire libre durante una hora al día, lo mantenían mas calmado y hacían más llevadero su encierro.
El guardia llamó, con un particular sonido de la macana en su cintura.
Tanto como el compañero de celda como Hérmes giraron los rostros.