La pequeña del Alpha. ©

Equinoccio... Las playas griegas.

......

Las ayudantes acomodaban su largo y elegante vestido de encajes hermosos y delicados.

El maquillaje y el arregló en su cabello se mezclaban de una forma hermosa y armoniosa alrededor de su rostro.

Más en cambio, su reflejo era el de la tristeza, la desolación y la amargura.

Las mujeres terminaron su trabajo, felices, sobre todo por tan importante acontecimiento. El nuevo Alpha, contraía nupcias esa misma noche, a orillas de las costas griegas.

El clima, cálido y acogedor, era perfecto para la importante unión.

La enorme mansión a orillas de la costa, resplandecía y bulliciosa, le daba la bienvenida a su líder y señor.

Odette, oculta bajó seguro en esa pequeña alcoba, deseaba tirarse desde el tercer piso de ese lugar. Las lágrimas fluían incontenibles. El sabor amargo de las flores se había quedado en su boca recordándole su penosa y desastrosa suerte.

Después de que las mujeres terminaran de arreglar a la futura novia. La habían dejado un rato a solas. Sin imaginar que esto les costaría caro, ya que la joven no pensaba salir de ese lugar, había echado seguro tras seguro a la puerta, confinándose a si misma.

Era eso... O convertirse en la esposa de Cicerón.

La simple idea, le retorcía el estomago y la ponía nerviosa e inquieta.

Miró la imagen que el espejo le devolvía, estaba más linda que nunca, pero, el problema era que el futuro novio no era la persona que ella amaba.

¡¿Qué estaba haciendo?! ¡¿De verdad pensaba unirse a Cicerón así sin más?!
¿Y todo lo demás? ¿Donde quedaba?

Sobó su abultado vientre, sólo faltaban días y el bebé nacería. En Grecía. Lejos de su padre. Lejos de su amor.

Con furia arrancó las perlas que adornaban su cuello, dejando una delgada y casi invisible línea rojiza.

Sus labios temblaron y sus ojos amenazaron con volver a derramar más lágrimas saladas.

De pronto, unos golpes fuertes y contundentes resonaron del otro lado de la puerta.

Asustada se refugio del otro lado de la cama con doceles.

Bruscamente la puerta se abrió de par en par con un golpe de parte del lobo.

Impecable, con su traje de smoking, y sus cabellos prolijidamente peinados hacia atrás, entro en la habitación.
Si ya de por sí, con traje era endemoniadamente sensual, esta vez superaba cualquier expectativa. Era un hombre muy atractivo. Bello.
Todo a su alrededor parecía congelarse y brillar para alabarlo.

Odette, despistada de eso, se giró evitando así que mirara su rostro. No tenía el coraje para enfrentar su destinó. Cruel.

Cicerón no dijo nada, sólo cerró las puertas en las narices de las curiosas empleadas.

-¿Que hacés aún aquí? Se supone que ya debes estar abajo, con los demás invitados. Pronto llegara el juez de ceremonias especiales y tendrás que estar ahí.

Se acerco al espejo, acomodando lo poco torcido que estaba el moño blanco. Estaba frío y distante, más que cuando lo había conocido. Esta vez era un bloque de hielo. Era como si, hubiera metido la mano a su propio pecho para arrancarse él mismo el corazón.

Y no lo imaginaba, Cicerón opto por qué si su mundo sería una maldita farsa a partir de esa noche, sus sentimientos y emociones también lo serían.

De hecho, estaba tratando con la mayor delicadeza a la morena, ella era otra víctima de todo lo que ocurría.
Nada más.

"¡Has perdido arpía!" pensó con pesar.

Odette, apretaba los puños, hasta clavarlos en sus muslos.

El lobo, miró el suelo, las incontables perlas estaban regadas por todos lados.

Se inclino y tomó una de ellas entre sus dedos.

-Vamos Odette, será la última actuación de la noche. Juró que después de esto... Te dejaré tranquila lo que me resté de vida.

Quebrado, vacío y sin ánimos le tendió la mano a la joven.

Su mirada lucia imponente, pero cansada y deslucida.

Mordiendo su labio, una costumbre bastante arraigada, y algo renuente la joven la tomó.

Ambos, ella de su brazo y él con la cabeza en alto, bajaron las largas y gruesas escalera de mármol gris.

Odette tragó grueso, apretó el brazo del lobo, nerviosa. No sabía si podría fingir tan bien como Cicerón. Éste, notando el fuerte apretón, se acerco a su oreja susurrándole.

-Tranquila. Todo saldrá bien. Yo voy a cuidarte.

La forma de sus palabras le hicieron abrir los ojos como platos. Avergonzada, bajó un poco la cabeza afirmando.

La música, les recibió gustosa y vibrante. Las delicadas y suaves notas del arpa y los demás instrumentos, estremecieron el cuerpo de la castaña.

Sus ojos, estudiaron el lugar. Estaba repleto de rostros ajenos a su vida. Jamás les había visto.




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