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Las palabras seguían haciendo eco en su cabeza.
"Cicerón es mi hermano... Y Odette esta con él".
Solo eso bastó, para hacer que su mundo se viniera abajo. Todo, absolutamente TODO, era una mentira.
Desde el primer día que pisó ése lugar, desde la primera vez que lo conoció. Todo.
¿Por qué? Con que objeto lo hizo. ¡Por que enamorarla para después romper en mil pedazos su corazón!
En medio de la habitación, Hérmes no había quitado la mirada de la ausente expresión de la pelinegra.
¿Se le habría ido la lengua de más? ¡No! ¡Ella tenia que saber todo! Las mentiras de Cicerón se acumularon y ahora era el momento de que salieran a la luz.
La tormenta no cesaba, de hecho había tomado mayor fuerza. El agua corría como ríos en las frías calles de Londres.
-Mía... Yo...
No pudo continuar, pues las lágrimas de la chica comenzaron a descender de sus mejillas hasta acumularse en su mentón y caer sobre el suelo.
En silencio, un violento silencio.
Hérmes, incómodo por no saber que hacer exactamente, sé sobo el cuello.
De pronto la chica tan veloz que el lobo no pudo predecirlo, se metió dentro del único cuarto del pequeño departamento.
-¡Mía, e-espera!...
Mía le había cerrado la puerta en las narices.
-¡Maldición!
La pelinegra, reteniendo lo mas que podía las lágrimas se deslizo lentamente hasta tocar el frío suelo.
Encogió sus rodillas y se permitió llorar hasta desahogarse.
-¿Por que?...
Susurro casi imperceptible.
Hérmes se pegó a la madera.
-¡¿Por qué?! ¡TU HERMANO Y TU SÓLO APARECIERON PARA DESTRUIR NUESTRAS VIDAS! ¡SON DE LO PEOR, UNOS MONSTRUOS!
En un ataque de rabia y histeria, exclamó a todo pulmón aquello que le estaba quemando por dentro.
Más que dolor, era furia. Ciega y consumible.
"Maldito... No le había bastado con mentirle tan descaradamente, sino que se había divertido un poco con sus sentimientos. Y ahora... ¿Odette? ¡Es que parecía tan irreal? ¡La conocía! Sabía que ella no sería capaz de algo así. Ignoraba por completo la estrecha relación que habían creado. ¿En que punto del camino había pasado? Era como una pesadilla donde la única víctima era ella. ¿O no?
Ahora su mente era un torbellino que estaba destruyendo todo a su paso.
¡Dios! Si esto sé sufre al amar, no quiero volver a hacerlo".
No podía sentirse más miserable y patética.
Hérmes, pegó su frente contra la madera fría. Era verdad, en esos momentos odiaba con todas sus fuerzas a su hermano. No sólo por haberse llevado a lo más preciado para él sino también por las lágrimas de esta pobre chica.
-Lo siento... Sé que no merezco que perdones todo el mal que te he provocado. Ni a ti ni a Odette. ¡Pero! No puedo recurrir a nadie más en estos momentos, Mía. Lo que menos quiero es lastimarte. No me atrevería... ¡Te lo suplicó! ¡Ayudame!
El silencio después de eso, era pesado. Aún cuando la puerta los separaba, la tensión y todas las emociones caóticas estaban abrumando al lobo.
-¿Por qué?... ¡Por que debería ayudarte! ¡Lo que menos quiero es volverme a involucrar con ustedes! ¡Jamás! Son de lo peor. ¡Vete!
Hérmes, apretó los puños sobre la madera.
-Aún cuando no desees nada de Cicerón, aún cuando lo odies con toda tu alma y fuerzas... No podrás jamás librarte de él y del lazo que han formado. Es inquebrantable. Para toda la vida, tu eres suya.
-¡Ya basta! ¡No te escucharé más! ¡Anda y vete, y busca sólo ha ambos! ¡Dejame sola!
Enojado, más que eso, descolocado, sé levantó de golpe.
-¡Ella es tu amiga o no! ¡Hiciste cuanto pudiste para ayudarla por el amor que le tienes! ¿La odias? Ella no es culpable. ¡El único culpable de esto es ése bastardo!
-Cómo puedes estar tan seguro... ¡Yo ya no sé que creer!
-Confia en mi. ¡No voy a dejarte sola! ¡Lo juró! Sé que poco valen mis palabras pero... ¡Por favor!
¿Por que sus palabras sonaban a verdad? Quería odiarlo tanto o más que su hermano, pero algo se lo impedía.
¿Que si odiaba a su mejor amiga? Se dio cuanta que por más que lo tratará no podría volcar en ella todo su odio visceral. Mentiría si dijera que no le guardaba alguna clase de resentimiento, sin embargo, tampoco la abandonaría. Púes, Odette jamás lo haría con ella.
-Vete... Ahora... Sólo quiero estar sola.
-No tengo a donde ir. Si salgo o si aparezco ante algún conocido, alertaran a la policía y volveré a prisión. ¡No lo haré hasta traer a Odette de vuelta a Londres, lejos de ése maldito!
-De acuerdo... Puedes quedarte. Pero no me molestes por ahora.
-De acuerdo. Mía, gracias. Por todo y perdoname, por no haber podido hacer feliz a Odette.
Esas palabras calaron hondo en su alma. Ninguno pudo lograrlo.
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En todo el día no había regresado a su hogar, sus pensamientos le reprochaban igual a un criminal los pecados y los errores aglomerados en su ya destruida vida.
Simplemente no tenía el ánimo ni las ganas suficientes para enfrentar su realidad.
¿Cobardía? ¡Que cómodo es huir así de todo!
Sus pisadas dejaban huellas sobre la arena. Ni siquiera se había quitado el traje de gala de la noche pasada.
Llevaba el saco en el hombro y su aspecto era deplorable. Si alguno de sus más allegados hombres de confianza lo mirará en esos precisos momentos no sería capaz de reconocer al implacable hombre de negocios. Desbordando ese exceso de confianza en sí mismo.
No. No era la sombra de eso.

Llegó a lo que parecía una zona más escondida de la playa. Un lugar desierto.
Se tumbó en la arena, llenando sus pantalones de está.
El viento cálido de Grecia le removía los cabellos desordenados.
Apretó los puños sobre sus rodillas flexionadas. De pronto, entre sus cavilaciones el brillo de la argolla de oro sobre su dedo le hizo prestar su atención en ella.
No era una argolla común y corriente, era de uno de los materiales mas finos de su repertorio. Los finos grabados entre el oro amarillo y el oro blanco era perfecto reflejo de su soberbio propietario.
Inconscientemente, el día que había planeado buscar en el catálogo de joyería argollas de matrimonio sus ojos, cansinos y fastidiados de tanto pasar las paginas se habían detenido es esa pieza en especial.
Al mirar la forma en que el oro se mezclaba con el blanco, siendo una sola alianza inevitablemente le había recordado a la pelinegra. La forma tan radiante de su brillo, lo perfectamente aliniadas que estaban los materiales.
Solo había una palabra para describir algo así: "Perfecta".
¿Le habría gustado a ella? Tal vez lo reprendería por gastar cantidades exorbitantes en algo así.
Tal vez, con sus manos alrededor de su cadera y ese mohín adornando sus apetitosos labios, se negaría a usar algo tan costoso. Su carácter indomable y fuerte, era el equilibrio perfecto a su modestia y sencillez que tanto la caracterizaba.
Y después de convencerla de usar hasta la corona de nefertiti si así fuera posible, le haría el amor de una manera salvaje y apasionada, derribando cualquier objeción de su parte. Amándola y siendo amado por esa " perfecta" mujer.
Sin darse cuanta, se había sumergido en sus fantasías. Algo nuevo para él. Asombrado por la manera en que un hombre, dejando de lado su naturaleza lobuna, puede morir lentamente por amor, su cuerpo se estremeció. Por completo.
¿Tan enloquecido estaba por Mía?
Al ver el sol ocultarse supo que no sólo estaba perdidamente enamorado de ella, sino que ella era SU vida en sí.
Moriria cien veces por ella, y viviría mil vidas con tal de estar a su lado.
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