La pequeña del Alpha. ©

Al límite.

......

Después de recibir tremenda paliza por parte del maldito cazador, aún tenía el coraje para levantarse estando sangrando en el suelo.

—¡Será mejor que no te levantes asqueroso monstruo! O aquí mismo te mato. Sobre la avenida mas transitada de Londres.

Hérmes, después de haberse refugiado en un pequeño callejón, olfateando el aroma del cazador siguiendo sus pasos, se mantuvo quieto esperando pasar desaparecido, fallando en el intentó. El cazador era demasiado bueno.

Después de tan feroz batalla entre armas de plata, fuertes mordidas y piel desgarrada, ambos quedaron en las mismas condiciones. Exhaustos y heridos.

Semidesnudo y con heridas por todo el cuerpo, Hérmes era evidentemente el más grave.

Lentamente trató de levantarse.

—¡Quitate de mi camino basura! ¡No voy a morir a manos de un maldito mercenario como tú! ¡Yo soy un Alpha! No me subestimes.

Con una sonrisa el cazador le apuntó con el arma.

—Tus ultimas palabras bastardo..

Hérmes, con la mirada cambiada y sus colmillos de fuera sonrió de manera altanera y confiada.

—Vete al infierno hijo de puta...

Un disparo. Una bala. Un silencio después de eso.

Un cuerpo en el suelo. La sangre corriendo rápidamente fuera del cuerpo.

Y un sólo ganador.

El cazador, con la garganta desgarrada trataba inútilmente de detener la hemorragia mientras escupía sangre a chorros.

Hérmes, con el rozón de la bala en el torso se levanto con la boca y el pecho cubiertos con sangre.

Era bueno ese cazador, pero no lo suficiente para detener su venganza. Su irá. Su odio hacía el único al que quería ver morir.

"... Esto no sera nada para ti, Cicerón. Nada".

Dejando el cuerpo inerte salió corriendo, el amanecer estaba cerca al igual que el enfrentamiento.

.....

Las horas pasaron volando, la ciudad sumergida en un constante vaivén, ignorando que a su alrededor hay cosas mas extraordinarias que comunes.

Y justo encima del edificio ya se encontraba el mayor de los Cold. Aguardando por su hermano.

De pronto, la puerta se abrió. Hérmes estaba ahí, como decía la carta.

Con un aspecto deplorable y lastimero.

Con sangre manchando parte de sus ropas.

Ambas miradas se encontraron. El azul contra el gris. Fríos iguales a glaciales.

Hérmes apretaba los puños reteniendo lo más que podía la rabia de ver a ese maldito traidor de nuevo frente a él.

Encima del edificio, podía versé toda la enorme urbe, el viento fuerte agitaba sus abrigos y sus cabellos.

Cicerón, con la sutil calma que siempre le ha caracterizado miraba a su hermano menor.

Hérmes llevaba en las manos la carta, apretaba fuertemente la hoja contra sus dedos.

-¡No creí que vendrías! Creí que te esconderías o huirías como la rata asquerosa que siempre has sido!

El veneno en las mordaces palabras de Hérmes estremecieron la piel del mayor de los Cold.

Con una sonrisa, levantó el mentón.

-Es bueno verte otra vez, hermano.

-¡Infeliz! ¡No me llames hermano! ¡Voy a borrar esa maldita sonrisa de tu rostro!

El lugar era reducido, cualquier paso en falso mandaría a cualquiera al infierno. El sol se ocultaba entre los edificios, las sombras cubrían la ciudad. Las nubes que presagiaban una tormenta se acercaban con rapidez.

Hérmes, con cada pasó, se acercaba más a su contrincante. Fuertemente lo tomó de las solapas de su abrigó.

-¡Defiendete maldito! ¡Haslo!

Pero Cicerón se mantenía calmó y estable. O eso aparentaba, púes, por dentro sentía que su alma se consumía. El odio de Hérmes era demasiado abrumador como para controlarlo.

De pronto, un fuerte golpe se estampó en su rostro. Mandándolo de espaldas al suelo.

Hérmes, con la ira inyectada en sus pupilas lo había golpeado.

-¡Levantate! ¡No me quitarás la gloria de asesinarte limpiamente!

Cicerón, con la manga blanca de su camisa de vestir, limpió la sangre que había salido de sus labios.

Tambaleante se levantó, agitado.

Hérmes, levanto los puños. Listo para romperle la cara.

-No voy a atacarte. Tienes todo el derecho a querer verme muerto, sin embargo, no pudo dejar que lo hagas, no ahora que tengo por quien seguir adelante.

Abriendo los ojos a más no poder, Hérmes no pudo odiarlo más.

¡¿Acaso quería hacerse ver como el bueno después de todo lo que había ocasionado?! ¡No lo permitiría!

-¡Bastardo! ¡Cobarde! ¡Por poco destruyes mi vida! No te hagas la víctima ahora. Odette, Mía... Todos saben el cruel mentiroso que has sido, no te librarás tan fácil.

Con una fuerte patada lo derribo, doblándolo sobre el suelo. Cicerón, para no chocar de rostro contra el suelo, metió ambas manos para sujetarse.

¿Víctima? No. Lo que menos quería era era ser la víctima en todo este juego podrido. Sus pecados estaban consumiéndolo de forma lenta y dolorosa.




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