La pequeña del Alpha. ©

La rabia de un lobo.


 

......

Caminaba despacio, con un arma en la mano. Alec había dicho que el sujeto era igual o mas fuerte que Hérmes.

Reclinado en un tronco encendió la mecha del encendedor prendiendo el cigarrillo en su boca.

Hérmes era en verdad un maldito fastidio el tiempo que había pasado en prisión. Creía que los demás eran mas escoria de lo que el ya era. Por que mientras estas con "escoria" en "escoria" te vuelves.

Lo odia por su altanería y su maldito orgullo. Y sobre todo, por la vez que lo golpeo frente a todos. Era un bastardo. Así que cuando supieron que el hombre al que Alec había mandado para matarlo, lo había logrado. Estaba más que feliz, pero pagando el precio de no haber visto su expresión cuando lo acabaron.

Sonriente lanzo la colilla lejos. Miro a su alrededor, estaba tan oscuro que apenas podía ver por donde pisar.

De pronto, un ruido lo puso en alerta. Apunto con el arma a las sombras que formaban las ramas de los enormes árboles.

La lluvia había dejado una atmósfera fría y el terreno demasiado húmedo y lodoso.

¡Un ruido más! Una rama romperse.

-¡A-Alec! Deja de bromear mierda.

Justo encima, el lobo lo miraba a través de esos ojos amarillos y temibles. Como una red le cayo encima. El grito de terror del hombre alerto a los demás.

Corrieron en su ayuda. ¡¿Que pasaba?!

Con armas en mano llegaron hasta donde provenían los gritos.

Al llegar, la escena era espantosa. Lo que parecía, era su compañero, o al menos lo que quedaba de el estaba esparcido por un gran ramillete de hojas y lodo mezclado con sangre y agua.

-¡ATRAPEN A ESE BASTARDO MALNACIDO!

Los cuatro salieron alrededor buscando a lo que fuera había atacado de esa manera a su camarada.

Tembloroso, Spencer apuntaba a donde parecía moverse algo.

Estaba más que nervioso, había visto a Hérmes convertirse en esa horrible bestia. Los demás no creían ni una sola palabra después de que se los había contado. Y tal vez era lógico pues, quien creería algo así. Sonaba loco y estúpido.

"... ¡Esta vez no pensaran que son estupideces! ¡Malditos!"

Dos de los restantes, iban juntos. Espalda con espalda esperaban a que aquello saliera y así pudieran hacerlo mierda.

¡No se dejarían intimidar! ¡Eran hombres rudos!

De pronto, frente a ellos, entre los arbustos unas gemas parecidas a lunas brillaron de tal forma que los dejo petrificados.

Spencer pudo escuchar sus gritos a los lejos, junto con ráfagas de fuego. Después, nada. Sólo su respiración.

Mordiendo su labio sostuvo el arma. ¿De veras lo mataría?

Recordó el trato que tenia con Alec. Si hacia bien su trabajo, era posible que lo dejara regresar a Moscu. Extrañaba a su familia.

Camino de nuevo alrededor de la mansión. Cuando encima de una de las fuentes gigantescas un lobo enorme le mostraba los colmillos de forma intimidante.

Anonadado y con un temor palpitando en su cuello, dejo caer el arma.

Levanto las manos en señal de rendición. Con el pié le acerco el arma al enorme animal.

-Hérmes.... Sabia que seguías con vida. ¡Que bien! Genial. Oye, esperó... No allá remordimientos entre nosotros.¡ Jamás toque a tu esposa! Esto fue cosa de Alec y esa despampanante pelirroja. Soy inocente.

Se encogió de hombros. Aparentando tranquilidad, pero lo cierto es que estaba que se meaba en los pantalones. Las rodillas le temblaban.

Nunca había conocido algo semejante a esto. Parecía como de película.

El lobo solo gruñía, acechándolo. Sin despegar de él, su presa, el ojo

-¿H-Hermes?...

Spencer, se arrodilló frente a él.

-Tengo familia. Mi esposa y mis tres hijos. Sé que entiendes que, como hombre y como esposo, harías cualquier cosa por ellos. ¡Lamento esto! Fuiste el único que, fue mi amigo dentro de ese infierno. Conté tu secreto, pero termine siendo un loco a ojos de los demás. ¡No me mates!

Comenzó a sollozar. El lobo, relajo su postura. Para después de darle una ultima mirada, alejarse corriendo de allí. Spencer, al verse perdonado. Solo pudo ponerse a llorar por no saber si volvería a ver a su mujer y a sus hijos.

Esta era una nueva oportunidad.

.......

Cicerón, con parsimonia camino dentro de la casa. De par en par abrió las puertas de la biblioteca. Justo frente a la chimenea, Amará y Alec esperaban pacientes su llegada.

Amará fue la primera en recibirlo.
Burlona.

-¡Είστε ευπρόσδεκτοι!

Cicerón, tranquilo se cruzó de brazos junto a la puerta.

—Jamás creí ver en la casa de mi padre, a semejante traidores a la manada. ¡Me sorprende de ti Alec! Tan leal que pregonabas ser.

—Bueno, el dinero cambia a las personas, Cicerón. ¡Por cierto! Que mujer mas espléndida ha caído en tus manos! Exquisita.




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