[Enfrentamiento inesperado]
El pueblo se extendía cerca de la capital, como si fuera un punto de encuentro inevitable en el camino. A primera vista irradiaba calidez: casas de techos bajos con chimeneas humeantes, calles empedradas donde se mezclaban risas y voces, y un aire de familiaridad que hacía difícil no sentirse bienvenido.
No había un establo ni un sitio formal donde dejar la carreta y el carruaje, así que Elran resolvió el problema dándole unas monedas a un hombre fornido que prometió vigilarlos. Yo, en cambio, me dejé atrapar por la algarabía del lugar.
Los puestos de madera rebosaban de colores y aromas: panes recién horneados, frutas brillantes como gemas y telas ondeando con el viento como si quisieran presumir su suavidad. Los compradores, cargados de bolsas y sacos, se movían de un lado a otro con prisa, como si temieran quedarse sin nada.
Me entraron unas ganas tremendas de comprar algo, aunque enseguida me golpeó la realidad: no tenía dinero de este mundo, y menos iban a aceptar billetes arrugados. A mi lado, la chica parecía ignorar esa preocupación. Cada vez que veía algo que le gustaba, sus ojos brillaban y, sin dudarlo, lo compraba como si fuese lo más natural del mundo.
—Y pensar que se quejaba por pagarle a Elran, mira todo lo que se está comprando. —expresó Calista.
—Bueno, es su dinero. Puede hacer lo que quiera con él. —contesté.
—Error. Es de su padre.
—Es como si fuera de ella. —añadió Shader. —se supone que los padres están para servirles a los hijos hasta que ellos sean unos adultos capaces. Por eso decidí este año servirme por mí mismo.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó Calista.
—Dieciocho. Los cumplí hace unos días.
—¿Tú de verdad tienes dieciséis?
—Sí, ¿Por qué lo preguntas? —asesinaba con la mirada.
—Es que no imaginé encontrarme con una elfa con menos de cien años.
—Eso es porque no los dejan salir, recién a los cien años tienen permitido salir del reino.
—Debiste quedarte entonces. —contestó Shader—. ¿Ahora no te estarán buscando?
—Tal vez, no soy de importancia para que hagan algo como eso. —suspiró dirigiendo la mirada a la chica. —qué envidia, quiero comprarme algo para comer… ¡Y no tengo dinero!
—Hay que acostumbrarse. —expresó Shader. —cuando seamos aventureros nadie nos ayudará, estaremos a nuestra suerte.
—Eso es lo malo, si dependo de mí no creo llegar muy lejos. —añadí.
—Definitivamente estarás acabado.
—¡No digas eso! Si entrena duro y consigue una facción podrá hacerlo sin problemas. No importa si todavía no sabe muchos conjuros.
—Aunque aprenda conjuros nuevos no le servirá si sigue siendo débil.
—¡No soy débil! ¡No es culpa mía que haya gente como ustedes! ¡Nunca he usado o entrenado mi poder o lo que sea, ahora en adelante me esforzaré para demostrarles que se equivocan, seré más fuerte que todos! —se quedaron mirándome incluso algunas personas del pueblo.
—Igual yo tampoco soy tan fuerte, ¿Sabes? Los de mi edad son más fuertes. —sonaba nerviosa.
—No tienes que demostrarnos nada, amigo. Ignora los malos comentarios vengan de quién sea.
—De nuevo me alteré… Qué fastidio. Es… Un fastidio todo esto, ¿Por qué tuviste que salvarme?
—Pero sigues teniendo la posibilidad de terminar lo que empezaste incluso en este mundo. Nadie te detiene. Si no lo haces, es por alguna razón que todavía no ves.
—¿Y qué es lo que no veo?
—Eso no lo sé, sólo tú lo sabes.
—Qué fastidio.
—A veces se puede sentir de esa manera.
—Lo siento. No quise… Reaccionar así.
—Tomen. —Elran tenía la mano extendida con dinero. —cómprense algo.
—¿El avaro dando plata? Si tan amable estás, devuélvele el dinero a mi padre.
—¿No te callarás en algún momento? —preguntó Calista. —vete a seguir comprando.
—¿¡Te crees importante para hablarme así, maldita perra!?
—¡Tú eres una perra! ¡Te romperé toda la cara!
—Están haciendo escándalo. —expresó Elran molesto. —no somos de aquí, nos echarán.
—¡Tú cállate! —exclamaron, golpeándole.
—Se lo buscaron. —las noqueó. —lo siento mucho, señor. Si no lo hacía iban a seguir. —se las puso en un hombro.
—Claro… Lo… Entiendo.
—Señor, no puede permitir que haga algo como eso.
—Si te puedes enfrentar a ese hombre, haré lo que dices. Mientras tanto cierra la boca. Además, nos está llevando a la capital, algo que tú no pudiste hacer.
—Sí, lo siento. No volveré a molestarlo.
—Entremos a esa taberna. Es de buena calidad y barata.
—¿No fue exagerado? —me susurró cerca del oído.
—Puede ser, aunque no se me ocurre otra forma de haberlas parado. Se habrían peleado a muerte. —contesté entrando a la taberna.
—¿Crees que se podrán llevar bien?
—No lo creo, pero ¿Para qué lo harían? Esto será temporal, a menos que se haga aventurera y quiera unirse con nosotros; honestamente dudo que eso suceda.
Una vez dentro de la taberna, Elran arrastró dos sillas hacia la mesa más cercana y las dejó caer sobre ellas sin demasiada delicadeza. El golpe hizo que ambas se desplomaran hacia adelante, chocando de lleno contra la madera. El ruido atrajo algunas miradas curiosas, pero enseguida todos volvieron a lo suyo, como si nada fuera extraño en ese lugar.
El impacto bastó para que abrieran los ojos de golpe, todavía aturdidas. Se incorporaron lentamente, con las mejillas rojas por el golpe y la confusión pintada en sus rostros. Sus miradas vagaban de un lado a otro, incapaces de ubicarse del todo. A mí no me sorprendió en lo más mínimo; después de todo, parecía un desenlace inevitable.
—¿Cómo es que…? —indagó Calista.
—¿¡Nos noqueaste, maldito elfo!?
—¡Acá no se acepta la violencia! —exclamó el hombre que estaba en la barra—. ¡Eso incluye los gritos!
—También estás gritando…
—¡Ja! Ya no gritas, ¿He? —añadió Calista.